Tengo
estómago, siempre lo tuve, por eso me aguanto la arcada y pienso que esta
gente, obviando todo lo que nos separa, han querido invitarme esta noche, antes
de condenarme como un idiota al desahucio moral, para parlamentar y comunicarme
el plan de urgencia que han concebido entre todos, en asambleas convocadas en
todo el mundo, en plazas urbanas y en foros de internet, para tratar de impedir
que el mundo prosiga la deriva autodestructiva en que lo ha sumido la situación
económica. Un decálogo infalible de
soluciones a la crisis, eso me dice el líder parlanchín y gesticulante, un
barbudo sudoroso que habla un inglés cavernario, entregándome en presencia de sus correligionarios el maletín metalizado
que contiene las demandas venidas de todas partes como una voz única de
indignación universal y las respuestas elaboradas por él y algunos reconocidos
expertos para lograr un mundo más justo y equitativo, sin infamias flagrantes
como la de Grecia, me dice ahora, guiñándome un ojo, antes de afrontar en poco
tiempo la necesidad impostergable de una revolución. Esta palabra mágica el
líder de todas las bandas y grupos presentes la repite en todo momento, como un
mantra leninista, enfatizando con su mala pronunciación la separación entre el
prefijo y el resto de la palabra, ese descabezamiento simbólico enfervoriza a
la masa cada vez que se produce y es como si la idea material de la revolución
se traspasara entonces de boca en boca, sílaba a sílaba, como una consigna
subversiva que prende la mecha de sus acusaciones y quejas. El líder preconiza la instrucción del
lumpen, el inmigrante y el excluido como la tarea política más relevante del
nuevo siglo. Quién de entre todos vosotros quiere pertenecer al pasado, que
levante la mano y será fusilado con nuestro desprecio. Risas y abucheos,
aplausos y proclamas estentóreas. Este discurso incendiario y esta reacción
explosiva consiguen asustarme al principio, lo reconozco sin rubor, como
burgués y como mandatario, pero la excitación colectiva es contagiosa, no soy
insensible a esa clase de estímulos y experiencias, más bien al contrario,
siendo un individualista con conciencia social, los momentos orgiásticos de
cualquier sublevación colectiva me atraen tan poderosamente como mis orgasmos
privados. No se escandalice con mis palabras. Como comprenderá, en mi situación
es fácil sentirse más allá de los tabúes corrientes. La franqueza expresiva es
mi nueva racionalidad, no me queda otra opción. Lástima que no pueda aplicar
los beneficios de ésta a la vida política, esa terapia sería saludable, el
sistema se hunde, está podrido y nadie cree ya en él. Se requieren líderes que hablen con libertad, sin ataduras
institucionales, despojados de la obligación de ser políticos responsables y
moderados. Se necesita con urgencia un discurso más radical y menos
complaciente sobre el estado de cosas. Y aquel estrafalario mitin, se lo
aseguro, fue uno de esos momentos cenitales en que uno siente de verdad en todo
el cuerpo que las cosas podrían cambiar y ser de otro modo si nosotros, los que
gobernamos el mundo velando sólo por nuestros intereses y los de nuestros
poderosos amigos, no estuviéramos al mando para impedirlo. Y la gente está
aquí, siento su peso y su fuerza gravitando sobre mí, aplastada contra las
bóvedas y paredes estrechas de esta estación de metro clausurada, como en
muchos otros lugares del planeta en ese mismo momento, dando testimonio de
pertenencia a la multitud de los desfavorecidos, dando cuerpo a una nueva clase
social y a una nueva categoría política, monstruosa, si la observamos con
mirada clásica, demagógica, si la juzgamos con criterios partidistas, pero con
un porvenir prometedor si sabemos canalizarla entre todos con inteligencia en
la dirección conveniente…Tengo serias
sospechas de que el individuo que, aquella noche de mediados de mayo, ejercía
como líder y orador principal en el mitin de la estación de metro es un
filósofo mediático de origen centroeuropeo, si no me equivoco, residente en
Nueva York desde hace años por razones más que dudosas. Creo haberlo visto en
televisión alguna vez, aunque no pueda acordarme de su nombre. Es un hombre muy peligroso para nuestros
intereses. Escuchándolo mientras aleccionaba a la multitud a base de chistes
groseros y soflamas grotescas comprendí que había transformado su locura en
pensamiento.
-Karnaval,
págs. 87-89 y 91-
Superado el “fin
de los tiempos” pronosticado por los mayas (o, como diría Borges, por los malos intérpretes de los mayas), ya podemos
por fin volver a pensar en las cosas que están pasando o han pasado, las
hayamos visto o no en alguna de las pantallas con que a diario los medios nos
sirven la dieta informativa necesaria para mantener confiscada nuestra voluntad
política. Es evidente que 2011 fue un año decisivo en la no-historia reciente
por muchas razones, casi todas analizadas con su habitual agudeza dialéctica en
este libro (El año que soñamos
peligrosamente, Akal, trad.: José Antón Fernández, 2013, págs. 183) por ese
peligroso provocador de la inteligencia contemporánea, el pensador impensable Slavoj
Žižek (en este post
explico con detalle esta denominación de origen).
El título, una parodia deliberada de una célebre
película de los ochenta, sirve para anunciar el programa de la sesión de
pensamiento intensivo a que el maestro paradójico va a someter a sus lectores.
El pensamiento en su triple salto mortal más atrevido: cómo abordar las derivas
del presente y la ingente información generada a su alrededor sometiéndolas a
la violencia retórica de la tradición filosófica. El problema es, como siempre,
la confusa y caótica realidad y los signos contradictorios que emite sin cesar,
como una máquina de fabricar ilusiones, deseos, impulsos y anhelos
estandarizados. Pues 2011 fue para Žižek el año en que se impuso en el mundo el
signo de la insurrección popular con las revueltas egipcia y tunecina, los
indignados españoles, las protestas contra el capitalismo financiero de Wall
Street y contra las políticas de austeridad dictadas por la UE, etc. Y también cuando
amenazas aciagas, señales ominosas y “sueños oscuros y destructivos” hicieron
su siniestra aparición: la matanza de Oslo, la extensión del fermento racista y
nacionalista a todo lo largo y ancho de Europa, sin olvidar los estragos
cotidianos de la crisis económica y las soluciones erróneas para paliarla.
Pero es, en particular, en su enfoque dialéctico
de todos estos fenómenos en el marco del antagonismo global dentro del
capitalismo donde la estrategia analítica de Žižek alcanza sus puntos álgidos y
sus mayores aciertos críticos. En definitiva, como demuestra el caso reciente de
Detroit, la primera dictadura económica establecida en suelo americano, el
verdadero peligro que nos acecha es el de la implantación de “un nuevo modelo
socioeconómico”: “el modelo tecnocrático despolitizado donde a los banqueros y
a otros expertos se les permite aplastar la democracia”. Ante este peligro real
palidecen todos los demás. Es más, cabría entenderlos como secuelas del grave mal
que corroe las democracias occidentales y que no es, a pesar de las escandalosas
apariencias, la corrupción institucionalizada ni la nefasta gestión pública ni la
degradación social ni la mediocre casta política, sino la aceptación resignada de
las abstracciones financieras impuestas por el capitalismo neoliberal sobre la realidad.
En este sentido, como alerta Žižek desbordando
con sus reflexiones los limitados planteamientos de la teleserie The Wire, el mundo se enfrenta a una
situación digna de una película de ciencia ficción donde todos los habitantes del
planeta tierra, sin distinción de sexos, razas, culturas o nacionalidades, padecen
la invasión de un poder ubicuo que pretende hacerse de manera insidiosa con el
control absoluto sobre sus vidas. El problema primordial radica, por tanto, en esa
“violencia sistémica fundamental del capitalismo” ante la que las respuestas
políticas convencionales se muestran impotentes. Con todo, en este escenario emergente
de capitalismo a la asiática y decadencia americana Žižek atribuye un papel determinante
a la débil Europa una vez supere, resucitando “su legado de emancipación
radical y universal”, el impasse ideológico
en que anda sumida.
Habrá un lugar para sudamérica en ese contexto que se avecina?
ResponderEliminar"Violencia sistemática fundamental del capitalismo." El ser expulsado de tu casa, el que no te paguen por tu trabajo, el que de anciano te quiten el sustento...tantas violencias que no se etiquetan como tales. Pero claro, los que tienen la sartén por el mango definen qué es violencia, como definen qué es la vida, la familia, el trabajo, la raza, la nación...
ResponderEliminarUn muy buen artículo.
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