[Reproduzco este fragmento de mi novela Providence. Quien habla es Álex Franco, no yo, pero sus reflexiones me interesan. Él vivió la celebración del quinto aniversario de los atentados inmerso en el mundo americano y escribió estas páginas en su “Diario” al calor mediático y político de dicha celebración. Yo no. Yo estaba de viaje en ese momento, muy alejado del imperio, en un país musulmán como Marruecos. Al volver a los Estados Unidos unos días después tuve los problemas más graves que he tenido nunca en un aeropuerto, americano o no. En parte, esa experiencia la recogí en Providence. En parte, achaco esa desagradable experiencia a los sellos policiales marroquíes que decoraban ciertas páginas de mi pasaporte. Detesto la quema de libros, incluso de aquellos en cuyo nombre se han cometido tantos crímenes a lo largo de la historia. Pero también detesto que algunos libros conquisten la condición de sagrados para sus seguidores arrastrándolos a derramar ríos de sangre con los que saciar la sed de sus dioses y abonar sus creencias fanáticas. Es un buen día para reflexionar sobre todo esto. Este fragmento de mi novela no contiene ninguna verdad esencial, o eso creo. Sólo pretende incitar a extraer conclusiones menos obvias sobre el caso. Es Álex Franco quien habla. No necesito decir que no comparto todas sus opiniones.]
Leo en la red algunos artículos en francés y en inglés sobre el mundo constituido tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Veo también algunos de los canales de las televisiones americanas, sobre todo la Fox y la CNN. No puedo entender cómo caemos en esas trampas retóricas sin darnos cuenta de las secuelas de analizar de ese modo la información disponible. La seguridad del mundo no es el concepto más importante del momento, digan lo que digan lo expertos consultados. Tampoco si la amenaza terrorista es más o menos real, o sentida por la población. Pienso que estas ideas se derivan del hecho de que los supuestos expertos, normalmente a sueldo de los diversos poderes en liza o con intereses comunes, son los únicos a quienes se concede el privilegio de poder opinar. Gran error estratégico. El colmo es que nos hemos tragado la propaganda hasta el punto de que creemos que un país como los Estados Unidos está haciendo todos los esfuerzos imaginables para capturar a Bin Laden. El candor de la opinión pública, intencionado o no, es insondable. El presidente Bush no puede tener ningún interés en ahorcar de un raquítico árbol afgano, con una vieja soga recuperada de una anticuada película del oeste, al nuevo Viejo de la Montaña y líder renovado de la secta criminal y narcotizada de los Hassissin, por la sencilla razón de que preservando su vida para que siga dirigiendo operaciones terroristas espectrales y enviando de tanto en tanto comunicados apocalípticos a un mundo que ha dejado de tomárselos a risa, es como cumple a la perfección con el papel que se le ha asignado en esta comedia sangrienta cuyo escenario geopolítico ocupa hoy toda la tierra. Su existencia indemostrable sirve de pretexto para tener al mundo entero bajo control, como rehenes de una situación indeseable que favorece sólo los intereses de los fundamentalistas de todo signo. Cristianos, judíos o árabes sólo pueden desear enfrentarse a líderes como los que ahora mismo defienden sus respectivos intereses, pues en la confrontación y la radicalidad de sus ideales se entienden mucho mejor que con el verdadero enemigo que no es otro que todo aquel que no comparta su visión ciega, trasnochada y fanática de la existencia humana…
Una semana después de cruzar la frontera del aeropuerto sigo pensando que vivo recluido en un campo de concentración inconsciente del que la mayor parte de la población de este país, que no abandona nunca sus fronteras así llamadas naturales, sobrevive ignorando su condición reclusa por pura comodidad. Peor aún, tomando por realidad el simulacro disneyficado por el que transitan a diario con sus coches automáticos (el transporte público sólo queda para los freaks y los parias de la tierra). No niego que la soledad y el aislamiento que gravitan en este momento sobre mi vida condicionen esta perspectiva negativa sobre mi entorno. Pero creo que no exagero. Es la primera vez que me planteo esta fecha conmemorativa como una oportunidad seria de reflexión. En definitiva, lo que ocurrió hace cinco años dejó con el culo al aire a todo un país y al sistema que lo monopoliza de modo abusivo. Fue como un acto brutal por el que quedó a la vista de cuantos quisieran mirar sin escrúpulos la desnudez total de un sistema de organización del mundo fundado en incontables mixtificaciones y mitos banales. Detrás de la ostentosa fachada del WTC no había nada más que otra fachada y eso ni siquiera los terroristas, creyentes en sólidos fundamentos y ontologías trascendentes, aunque devotos de la nada en el fondo de sus corazones, fueron capaces de preverlo. El acontecimiento se les fue de las manos a todos, los que lo planearon y realizaron y los que debían haberlo evitado, y todos, por tanto, quedaron con sus nalgas expuestas al aire recalentado por la combustión del queroseno de los aviones estrellados, aunque casi nadie parezca haberse dado cuenta todavía. El espectáculo mereció la pena sólo por esta revelación fundamental. Sin el millar de víctimas, que actuaron de pantalla para un poder que los tomó como rehenes a fin de encubrir sus flagrantes insuficiencias y retorcidos intereses, lo habríamos podido ver todos con más claridad. Sin esa devastadora perturbación que suponían los cuerpos destrozados o la gente saltando al vacío desde las ventanas de las torres, no habrían podido ocultarlo con tanta eficacia. Por esto, entre otras muchas razones, no quiero volver a Nueva York, no quiero pisar más el suelo de Manhattan, no quiero saber nada de los barrios que una vez amé al mismo tiempo que prodigaba mi amor a quien me acompañaba en cada viaje particular. (A veces fuiste tú, Veronique, no deberías olvidarlo.) Acabó su hechizo metropolitano, acabó su majestuoso reinado sobre el imaginario colectivo de turistas y consumidores. Ahora puedo verla como siempre intuí a esa ciudad multitudinaria, un vulgar truco de luz y arquitectura destinado a la mentalidad de la clase media planetaria y erigido como monumento al sistema que no supo protegerla de sus enemigos. Me duele tirar a la basura todos mis maravillosos recuerdos de la ciudad, tantas cosas vividas entre sus paredes de acero y cristal. Es una catarsis necesaria en un día dedicado a la propaganda estatal como éste…
Un inmenso placer leerte.Siempre.
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