En un libro anterior, escrito, precisamente, en elogio de los intelectuales, denunciaba Bernard-Henri Lévy el “descrédito sin precedentes que afecta al concepto de elite”. Como si la disciplina igualitaria de la democracia fuera una apisonadora de diferencias y clases. Hasta donde se sabe, nadie en esta sociedad tiene demasiados problemas ideológicos con ninguna elite siempre que ésta sea económica o deportiva, musical o clerical. La jerarquía se aviene bien con el ideario dominante siempre y cuando no perturbe esa “versión oficial” de la que habla aquí Michel Houellebecq y que se reduce a esto: “todo va bien, va cada vez mejor, y los únicos que se obstinan en negarlo son algunos neuróticos nihilistas”[i].
En cierto modo, los intelectuales más que una elite neurasténica constituyen una casta paradójica de la que, en la sociedad democrática, depende la libertad de todos. Una casta organizada alrededor de privilegios como la libertad de opinión y el ejercicio de la inteligencia de los que otros son excluidos por sistema. La libertad, en todo caso, de perseguir sus obsesiones e interpretaciones de la realidad hasta la locura y el error si es necesario. De hecho, muchos mandarines de la cultura se han extraviado, a lo largo de la historia, en cualquiera de esas dos vías y a veces en las dos, confundiendo la realidad con el deseo, la utopía con la pesadilla y la felicidad con el crimen.
Tal vez por eso Lévy y Houellebecq se presenten en este espléndido libro, conforme a la imagen que proyectan sus peores enemigos, con toda la modestia de una pareja de impresentables, dos naderías charlatanas que dedican demasiado tiempo a discutir sobre cuestiones vacuas que sus congéneres hace tiempo dieron por resueltas. Con toda la vanidad y la arrogancia, también, de sentirse herederos de una gran tradición intelectual y artística, de saberse en el fondo partícipes de una empresa secular que les supera.
No por casualidad, el punto de coincidencia de ambos es Baudelaire: la figura de este gigante genial y sombrío concita las mayores afinidades y los mayores elogios. La génesis de este intenso monólogo a dos voces se encuentra, pues, en ese “olor de linchamiento” que evocan al comienzo como justificación de su alianza contranatura[ii]. Y es en Baudelaire, sobre todo, y en su agudo conocimiento del mal básico de la especie, donde estos chivos expiatorios de última generación encuentran la “fuerza de agresión” suficiente para oponerse a la jauría humana coaligada contra toda forma de inteligencia que no respete los ídolos masivos.
No obstante, la estrategia performativa del libro es digna de una comedia de situación. Como en ésta, nuestros locuaces interlocutores se sitúan al principio en el nivel ínfimo del aprecio y la valoración, asumiendo el papel de víctima persecutoria y algo quejica. Al final, tras los avatares de su intercambio postal o electrónico, los vemos alzarse como héroes tragicómicos en la soledad del escenario universal, armados de un “pathos” filosófico y literario que resulta igualmente conmovedor y convincente. La eficacia dialéctica del artificio radica en el modo en que un novelista incisivo confrontado a un intelectual mediático logra extraer de éste un alto coeficiente de verdad expresiva, y, al mismo tiempo, el más telegénico fuerza al misántropo a exhibirse sin tapujos ante sus semejantes, abandonando toda ingenuidad moral. Así, el pensamiento y la escritura aparecen como lo que son en realidad: atributos de los que no tienen atributos ni poder, cualidades de los “sin cualidades”.
Este libro surge, por tanto, como una reivindicación inteligente en un momento de crisis en la historia occidental, donde los mecanismos del capitalismo espectacular han suplantado la figura incómoda del intelectual y su discurso crítico por el sucedáneo del periodista o el comentarista profesional[iii]. Una presencia pública más aceptable para el poder que un Michel Foucault, pongo por caso, quien, en una entrevista con Lévy hace muchos años, anunciaba ya el programa filosófico idóneo para una era acéfala y conformista como ésta: “Sueño con el intelectual destructor de evidencias y universalismos, el que señala e indica en las inercias y las sujeciones del presente los puntos débiles, las aperturas, las líneas de fuerza, el que se desplaza incesantemente y no sabe a ciencia cierta dónde estará ni qué pensará mañana, pues tiene toda su atención centrada en el presente”.
Algo de todo esto se afirma, contra corriente, en este polémico epistolario.
[i] Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy, Enemigos públicos, Anagrama, 2010, pág. 318.
[ii] Quizá por eso, en su nueva novela, La carte et le territoire, otra sátira implacable del mundo espectacular recién aparecida en Francia, Michel Houellebecq sea “salvajemente asesinado”. El grotesco análisis de las circunstancias del crimen no tiene nada que envidiar a los de la teleserie CSI excepto por la alegoría que representa el cadáver decapitado de Houellebecq, hecho picadillo y devorado por las moscas.
[iii] El caso español es especialmente flagrante en el contexto europeo (de Estados Unidos más vale ni hablar). Los intelectuales y escritores, cuya presencia fue fundamental, como garantes de la legitimidad del proceso, en los años de la transición y las dos primeras legislaturas socialistas, e incluso en los vaivenes bipartidistas de los noventa, han sido barridos de los medios masivos (televisión y radio) en esta última década con una eficacia digna de un pogrom en favor de la presencia abusiva de “periodistas” a sueldo de los diversos poderes, sean mediáticos, gubernamentales o partidistas. Esto explica no sólo la vergonzante pobreza de los debates públicos y la machacona opinión reiterada de tertulia en tertulia por los mismos invitados, como consigna de inclusión y permanencia en ellas, sino la alarmante expansión del conformismo intelectual y estético en todos los demás ámbitos.
La incomodidad, amigo Juan, dicta a nuestros vecinos de planta, calle, pueblo y país los niveles de ninguneo y salivazos (en forma de malas caras, cambios de acera y señalamientos con dedos y mentones) que quienes esos dones recibieron y cultivaron reciben a diario en lugar de un trozo de sitio, meramente dictado por el porcentaje, en medio del corro. Piensan que la intelectualidad les provocarían un shock anafiláctico.
ResponderEliminarSi no fuera por que está demostrada la existencia de los multiversos (sin ir más lejos, nos encontramos es uno de ellos), moriríamos del cáncer de la tontería que les aqueja.
Por cierto, ¿sabes que Bernard-Henri Lévy viene en breve a Málaga a pensar con unos cuantos más tipo Punset?
Habrá que leerse el libro, si gente como tú y la Pola de Iowa lo ponderáis tanto.
Saludos.
No soy un fan de Lévy. He leído algunos libros suyos, sin demasiado entusiasmo. Este, en particular, lo leí por Houellebecq, of course. Y es por lo que merece la pena, además del careo de estos dos lobos esteparios masmediáticos. En cualquier caso, pensando en los que lo desdeñan, ya me gustaría a mí un libro así entre dos intelectuales y/o escritores españoles de similar relevancia. Los atavismos de la tribu son difíciles de eliminar, por más de limpio que quieran ponerse algunos...
ResponderEliminarGracias por las reflexiones sobre el libro de Ellis y ahora este. Simplemente tengo un pregunta al respecto de la frase en la que afirmas que la escritura es el mecanismmo de expresion de los "sin cualidades o atributos de poder" real de afectar a las cosas.
ResponderEliminarEn este sentido, (?)acaso te refieres a la idea de pueblo-gente-comunidad en oposicion al concepto de poblacion, que se define en termino bio-politicos precisamente por ser grupos humanos ordenados segun sus atributos?
Si este fuera el caso, estarias de acuerdo en que la relacion de la literatura con "su gente" seria equivalente a la de un "cuentistas=fabulador:; es decir, deberia la LIT presuponerse siempre desde el lugar de lo variable, permutable, no fijado y por consiguiente falso en relacion al principio de verdad, un lugar en donde coinciden el deseo de contar historias del fabulador con el de una audiencia deseosa de escuchar estas historias y no otras?
Tambien acabas con la frase de Foucault, epitafio del intelectual organico y alumbramiento del pensador nomadico, asentado en un modo transversal de concebir la escritura. La idea de Foucault claramente presupone el desplazamiento, la movilidad, lahabilidad de la dislocacion como armas de una nueva forma de entender la intervencion intelectual y cuyo objetivo no seria otro que el afectar un determinado territorio, a sus gentes y las logicas de poder que lo constituyen. En este sentido me preguntaba: primero, si podriamos analizar tu novela "Providence" dentro de esta marco de analisis nomadico; y segundo, cual seria el territorio de intervencion intelectual de tu novela" Spain, Estados Unidos o el espacio "in between" creado con la progresiva integracion de los territorios nacionales en supraestructuras de control y uso del poder, gracias a las nuevas formas digitalizadas de producir, analizar y distribuir la informacion?
Gracias por tu excelente blog y por tus novelas. Ahora estoy leyendo "la fiesta del asno" y no puedo dejar de leerla, estoy totalmente fascinado.
Me alegra tenerte otra vez por aquí. Gracias a ti por tus comentarios y, en especial, por tu aprecio de mis novelas. Lo dices muy bien en el primer párrafo: el poder de los que no tienen el poder de afectar al orden de las cosas. Por desgracia, siguiendo la lección de Deleuze, Foucault, Carmelo Bene y, sobre todo, Kafka: no creo que el pueblo exista. Es necesario crearlo, generar estrategias como las que describes para ello. La cita de Foucault es elocuente y tus comentarios extraen de ella lo esencial. Mis novelas tratan de incidir en las representaciones mentales de los lectores, como la literatura que me interesa, con lo que su espacio es más virtual que acotado por fronteras geográficas. Providence, como dices, se sitúa en el entredós europeo y americano, español y americano, explorando sus antinomias y paradojas, además de sus deslizamientos políticos y mediáticos, en plena era de la digitalización globalizada y generalizada. Lo dices muy bien en tu comentario. El asno sería la versión local de lo mismo, con una mayor carga biopolítica si cabe. En ambos casos se trataría de tentativas de inclusión de la teoría en los mecanismos de la ficción, con la consiguiente crítica implícita, y de propulsión de ésta a través de aquella…
ResponderEliminarGracias por una respuesta tan extensa y completa. Acabo de terminar "el asno" y me reafirma en la sensacion de que eres uno de los escritores mas perversos que han emergido en el panorama nacional en mucho tiempo.
ResponderEliminarAntonio Martin-Ledesma
PhD candidate Romance Language Department, University of Pennsylvania.