Hay muchas formas de contar la historia de un cuadro, pero en pocos casos se podría decir que el cuadro obligue al historiador a adentrarse en los territorios de la ficción como lo hace esta obra singular de Courbet. Son tantos los misterios que rodean El origen del mundo (1866), sin referirme siquiera al misterio vital e iconográfico que el propio cuadro encarna, que habría que empezar por diferenciar, como hace Savatier en este espléndido estudio[i], lo que pertenece al régimen de lo ignorado y al de lo ocultado.
Savatier reconoce que le tentó recurrir a los procedimientos novelescos para desentrañar la verdad de este cuadro polémico. Y se nota en el fascinante modo en que esta historia verdadera logra escenificar, como una suculenta cadena de chismes y cotilleos mundanos, los elementos de alta comedia que generarían una de las obras menos sublimes y, por ello, más carnales de la historia del arte. Un pintor seminal y exuberante cuyo prestigio artístico le preocupaba tanto como para idear enredos comerciales con que hacer subir su cotización. Un refinado erotómano, el diplomático turco Khalil Bey, obsesionado por los misterios del cuerpo femenino y, en particular, por las revelaciones que el instrumental de la pintura produce sobre ellos cuando lo manipula una sensibilidad incisiva como la de Courbet, no en vano amigo y admirador de Baudelaire. Y, por último, una modelo sin identificar. Savatier descarta a la pelirroja Joanna Hiffernan, por razones obvias, y propone en su lugar varias hipótesis: Jeanne de Tourbey, la promiscua amante de Bey, una fotografía erótica de Belloc o la modelo morena que aparece en El sueño, provocadora escena lésbica pintada el mismo año por Courbet y adquirida también por el cliente otomano.
Este inteligente y sugestivo libro de Savatier acaba con toda especulación estéril, como corresponde a un cuadro cuyo motivo es una perspectiva frontal del sexo femenino, y propone al mismo tiempo una cronología lo más completa posible del turbio asunto y una exégesis plural de los designios de una obra pictórica que, desde su creación, fue concebida, nunca mejor dicho, como una intrigante indagación en el orden de la realidad. O, más bien, como un cuestionamiento de las apariencias y las convenciones enunciado en el lenguaje idóneo (la pintura) para afrontar el punto ciego de la especie. Ese vórtice visual donde se diluyen todos los mitos, prejuicios, fantasías, creencias y tabúes en que se funda el poder del inconsciente sobre el individuo. Este insólito cuadro representa, pues, un desafío a los límites de lo visible: el “objeto” paradójico que, al ofrecerse desnudo a la visión, ciega al sujeto que lo mira. El origen del mundo es, en suma, una plasmación parcial de los enigmas y secretos de la sexualidad femenina (Savatier sugiere, incluso, que la modelo anónima podría estar embarazada) y de la mirada masculina que tiende a objetualizarla y controlarla.
La historia de la transmisión de este cuadro escandaloso es tan excitante como su contenido, desde que Courbet se lo traspasa a Bey hasta el momento, hacia 1995, en que se exhibe en una sala apartada del Museo de Orsay, como si un comisario malicioso hubiera decidido gastarle una broma obscena a la retina del visitante incauto. En todo ese tiempo, el cuadro circuló de manera clandestina entre aficionados y coleccionistas. Grandes artistas de la virilidad como Picasso, Matisse, Duchamp o Rodin fueron inseminados por ese votivo fetiche femenino y crearon sus propias réplicas, multiplicando el infeccioso impacto del original. Hasta René Magritte habría creado su propia (per)versión del cuadro, jugando con espejos para neutralizar sus perturbadores efectos. Pero la parte más jugosa de esta peregrinación fueron, sin duda, los años en que perteneció a Jacques Lacan. El pícaro psicoanalista lo mantenía oculto tras un ingenioso dispositivo pictórico que se deslizaba para revelar, como una reliquia indecente, ese torso descabezado, esos muslos mutilados y esa ojiva velluda por la que pasan los humanos, como un rito visceral, al llegar a este mundo.
Hoy que tanto se discute sobre velos y burkas, y se asiste impotente a través de la televisión e internet a espantosas lapidaciones de mujeres y ablaciones de clítoris, convendría recordar por decencia intelectual las lúcidas palabras de Savatier acerca de este cuadro subversivo que “representa al mismo tiempo el blasón universal de la heráldica femenina y un himno a la libertad, la de crear y pensar liberándose de los tabúes engendrados por el odio al cuerpo que las religiones y filosofías nacidas en la cuenca mediterránea habían intentado dictar al mundo”.
[i] Thierry Savatier, El origen del mundo. Historia de un cuadro de Gustave Courbet, Ediciones Trea, Gijón, 2010.
La sana bofetada del sexo al aire anestesia por un momento el cerrojo infantil de la fantasía erótica. La deja sin palabras, boquiabierta, paralizada. Lamentablemente, todo el engranaje social sigue sin admitir una materialidad que lo descoloca burlona en sus principios de control y orden. La amenaza de este coño salta a primera vista en el aviso que aparece ahora cuando se quiere acceder al blog
ResponderEliminarLos censores me dan dos opciones: "lo comprendo y deseo continuar" o "quiero salir de aquí". Falta, como poco, una tercera: "NO lo comprendo y deseo continuar".
ResponderEliminarClaro que los censores temen revelar sus anténticos deseos. Frente a una vagina así, no comprenden pero quieren continuar. Y nos advierten del peligro, ¡qué majos!
Empiezo a entender por qué un coño sin depilar da tanto miedo últimamente. No lo comprenden. En fin. Me alegro de la reapertura, aunque sea con depilaciones, perdón, restricciones.
Hace años envié una postal a un amigo, con ese tema. Le dije: "Esta postal es un coñazo". Añadí, y como sé que la está leyendo tu padre en el ascensor, la termino aquí. Y las cosas eran ciertas, jé.
ResponderEliminarLamentable
ResponderEliminar¿No será el filtro censor una artimaña de Delphine Dielman? Ya sabe, Shelley...
saludos
Gracias a todos por vuestros comentarios y apoyo. Es lamentable, en efecto, que países desarrollados bloqueen o restrinjan la libertad de sus habitantes en nombre de valores fanáticos defendidos por grupos religiosos que, si pudieran, nos tiranizarían con sus supersticiones medievales y estúpidas creencias.
ResponderEliminarComo dijo Don Giovanni: Viva la libertá!...
De este relato-retrato-historia-entera-del-universo-reconocido sólo atino a decir lo que Palomino sobre el retrato de Juan de Pareja hecho por Velázquez: "Todo lo demás parecía pintura, pero éste, sólo verdad".
ResponderEliminarCon minúsculas, como ficción.
Si el entrecomillado es como dice Zadie Smith "el más gentil del lenguaje internacional de lo gestos", entrecomillemos las Verdades con cuadros-relatos así.