No es menos irritante quien arruga la nariz ante la sola mención del concepto cine español. Porque, en efecto, el cine español es caspa, boina y Guerra Civil, pero, también, la Última Cena de “Viridiana”, el sexpresionismo pop de Jesús Franco, los caos ordenados de Berlanga, la jamona suspendida de “Bilbao”, el Perforator musculoso de “Diferente”, Santiago Segura, Álex Angulo y Armando de Razza colgados del rótulo Schweppes, “Mamá es boba”, “Fotos”, las trapisondas del Torete, la cámara vampiro de “Arrebato” y tantas cosas que han contribuido a abrir nuevas ventanas al asombro en el corazón de nuestro entrecejo.
Jordi Costa, Monstruos Modernos
A Iván Zulueta y a Francisco Regueiro
¿Puede una novela gráfica[i] convertirse en un agudo análisis de la historia reciente y el estado de cosas del cine español? ¿Puede un retrato hostil pero cómico de un cineasta de éxito diagnosticar la patología que aqueja no sólo al cine sino, en general, a la cultura española? Y, sobre todo, ¿es esta hilarante acumulación de denuestos y descalificaciones contra Amenábar una paradójica forma de encumbramiento de su figura? ¿O es que no había otro modo crítico más eficaz de “denunciar” el supuesto daño que Amenábar le ha hecho al cine español?
Mis problemas con Mis problemas con Amenábar comienzan desde el momento mismo en que, mientras lo leo, no ceso de interrogarme, entre risas estentóreas y pellizcos de incredulidad, sobre el efecto final de este lúdico artefacto explosivo en su declarado objeto de mofa. La historieta, narrada con truculento sentido del humor y (auto)ironía, una tenue dosis de metaficción didáctica y descacharrantes viñetas coloristas, es el relato genealógico de los desencuentros en festivales y preestrenos del doble grotesco del escritor y crítico de cine Jordi Costa (Mostrenco) con la personalidad y el cine triunfales de Amenábar.
Haciendo un chiste fácil con algunos títulos de éste podría decirse que la “tesis” del libro pretende abrir los ojos de “los otros”, los espectadores multitudinarios que han consagrado a Amenábar como gran genio del cine español, a la inanidad rampante de sus propuestas creativas. Y, para adornar la caricatura con un toque sensacionalista, descubrirles su personalidad fría, calculadora e inhumana, más propia de un psicópata o un alienígena invasor que de un reputado cineasta, según se muestra en la delirante pesadilla en que Mostrenco cae en las garras del indeseable genio del mal, que no duda en “deshuesarlo” con una cuchilla de afeitar, meterlo en una maleta y mandarlo en ese estado gelatinoso a sus aterrados padres.
Como se ve en este ejemplo, el jugoso anecdotario del crítico Mostrenco con su bestia negra cinematográfica se contamina con los presupuestos peliculeros del director a fin de mostrar que su acción magnetizadora se ejerce, como en una de sus confusas tramas, desde el subconsciente, dominando la deriva de los sueños de los espectadores y abduciendo también las mentes de productores y críticos, que caerían rendidos bajo su influencia nociva.
Sin embargo, la “tesis” militante de Mostrenco contra su archienemigo, inspirada en Jesús Franco[ii], sólo se expone momentos antes de que el publicitado estreno de la insufrible Ágora alejandrina desencadene el diluvio definitivo o el apocalipsis del cine español del que este libro se erige en profecía visionaria y crónica costumbrista al mismo tiempo. El cine español, para huir de los modelos principales que lastraban su creatividad (el “aburrido” cine de autor a la europea y el reprimido cine de Hollywood), debía proporcionar, sobre todo, placer y alegría dionisíaca a sus espectadores. Y así lo entendieron los primeros productos renovadores de tal combinación de goce cinematográfico y tirón popular (Pedro Almodóvar y Álex de la Iglesia) hasta que apareció Amenábar e impuso en el cine peninsular un simulacro narrativo último modelo, relamido y anodino, que encandiló a las masas por su formidable vacuidad y mimetismo americano.
Mi único problema con esta provocativa “tesis” es que si Amenábar fuera en efecto, como señala el prólogo, “una creación colectiva orientada a impulsar y mantener un determinado status quo”, habría que plantearse si la mercancía de marca Amenábar no estaría ofreciendo, en el fondo, una solución cinematográfica a los problemas de un espectador que no “se reconoce” en las producciones españolas porque no “reconoce” en ellas la imagen que tiene de sí mismo o de su país (o sólo “reconoce” una imagen ingrata), y prefiere consumir una réplica artificial, tecnológicamente al día, con la que engañarse sobre su importancia y papel en un mundo cada vez más inhóspito.
En suma, el ingenio narrativo y la brillantez visual de este libro corrosivo estarían al servicio de una interrogación radical (ideada como un crucigrama estético y político de gran alcance) sobre los mecanismos, las miserias y las mitologías con que funciona la cultura española desde el final de la transición (con especial énfasis satírico en los prolíficos festivales de cine y demás eventos provincianos). El problema, por tanto, no es Amenábar. O no sólo, no de manera prioritaria. Más bien como síntoma delator de un mal arraigado en las arcaicas o anticuadas estructuras españolas (tanto sociológicas como antropológicas)[iii]. El problema básico es por qué en cualquier otro ámbito cultural o académico nos resultaría tan fácil imaginar una historieta análoga: “Mis problemas con…” (póngase el nombre más deseado o indeseable).
[i] Jordi Costa y Darío Adanti, Mis problemas con Amenábar, Editorial Glénat, 2009.
[ii] Para quien albergue dudas sobre la relevancia histórica y cultural del cine de Jesús Franco no se me ocurre mejor remedio que la lectura de la monografía de Tatiana Pavlovic: Despotic Bodies and Transgressive Bodies: Spanish Culture from Francisco Franco to Jesús Franco.
Confieso no haber leído a Jordi Costa y su, al parecer para él, catártico desfogue. Pero si los problemas del cine español (los problemas de cualquier ámbito en realidad, sea éste cultural o no) han de circunscribirse a señalar con el dedo a un único individuo, nos caiga bien o mal, entonces mal vamos. O quizá sí que vamos bien, sería esa actitud reduccionista en el análisis una de las causas de los problemas del cine español, que se resumiría en "los demás lo hacen mal o están equivocados, yo lo hago bien".
ResponderEliminarSaludos, Juan Francisco.
El otro día vi la primera parte de los Goya. Todos los premios a los que eran candidatos Celda 211 y Ágora estaban cantados. Era de esperar que a Ágora le cayeran los premios técnicos, para compensar. No he visto Celda 211, pero Ágora me parece una gran película política y pienso que ese es el problema, porque su gran virtud es ser extremadamente política renunciando para ello y a propósito a otras cuestiones, lo que para mí no la hace peor (teniendo en cuenta, además, lo que ya ha demostrado Amenábar como cineasta "puro", digamos), pero para la crítica española me parece que sí. No es una película para gourmets sino para el público general, y es muy política, sin humor, radical, que trata y plantea temas de enorme importancia (no sólo, pero sí muy especialmente, dada su historia católica) en la España actual, como el fanatismo, el maniqueísmo y el revisionismo histórico, en particular en cuanto a la Iglesia. Supongo que habrá quien la tache de didáctica. A mí, en cualquier caso, me parece una “machada”. Y seria.
ResponderEliminarSaluti,
David
Sin discutir nada de lo que decís, ¿no os parece curioso, amigos Enric y David, que el abrazo público de Almodóvar y De La Iglesia al final de la gala sellara la derrota definitiva de las pretensiones de Amenábar en los Goya? Fue una experiencia muy curiosa, como si la "tesis" de Costa se realizara de modo inesperado a través de esta confabulación de directores...
ResponderEliminarEs cierto que si queremos ver indicios de lo que queremos ver, los veremos. Alguien como Almodóvar no puede estar apartado, o apartarse, de la academia, del mismo modo que tampoco debería estarlo Amenábar. Si creeemos que esto implica vencedores y vencidos, caemos en el reduccionismo de Costa. Me pareció más significativo el mea culpa*, modesto pero algo es algo, de De la Iglesia, respecto a la actitud del cine español y muchos de sus representantes/integrantes. Almodóvar y Amenábar son, en ese sentido, gigantes en Liliput.
ResponderEliminarSaludos.
*http://www.youtube.com/watch?v=4RM334h1PF8
Bueno, yo sólo vi la primera parte, pero me parece un buen colofón final de la película. No creo que Amenábar se llamase a engaño. El discurso de Álex De La Iglesia en favor de la industria española, los premios técnicos de Ágora a técnicos extranjeros, incluso la disposición de los nominados en las primeras filas... No sé. Como no lo vi entero, antes he buscado los resultados. He buscado "premios goya", y el primer resultado era la noticia de un diario en la que se decía "...el director chileno, Alejandro Amenábar". ¿Chileno? No estoy seguro de su nacionalidad. Sé que nació en Chile, pero pensaba que era español. Se diría que no basta con ser español sino que además hay que parecerlo.
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