Estalla
la campaña electoral y se disparan las apuestas sobre ganadores y perdedores.
Lo que está en disputa es la quemazón de los líderes políticos que tocan poder,
o de los que anhelan tocarlo pronto, y el poder inflamable de los recién
llegados. Sabemos a qué temperatura se queman los libros, pero no a cuál se
quema un político. Unos hierven a fuego lento y otros se encienden como una
cerilla. Mientras permanecen en activo, la combustión del cargo imprime sobre
su imagen marcas indelebles. La democracia es un auto de fe donde arden
candidatos y programas.
Los
líderes quemados sobreviven en un mundo que ya no quema libros. La mayoría de
la gente los trata con indiferencia o desprecio. El culto a los libros dejó
hace tiempo de ser universal, aunque la prohibición, la censura y la quema de
libros fueron legales durante siglos. Cuando Ray Bradbury publicó “Fahrenheit 451”
en 1953 entendía que el odio a los libros significaba un homenaje negativo a su
poder liberador. Para instaurar un régimen totalitario de mentes homogéneas,
fundado en el conformismo y la sumisión, era preciso erradicar el mensaje
subversivo que los libros transmitían sobre la libertad de pensamiento y
expresión como valor supremo de la cultura humana.
La
maravillosa novela de Bradbury cuenta la historia de un hombre que trabaja como
bombero quemando libros en una dictadura futura hasta que un día, por
curiosidad, decide leer un libro y su inteligencia despierta. Desde entonces ya
no puede parar de leer, un libro tras otro. Mientras su mente se expande y se
aventura por los senderos del conocimiento y la imaginación, el mundo alrededor
le parece opresivo y estúpido. Al final solo acepta la compañía de los hombres
y las mujeres libres, que leen libros sin miedo y los memorizan para salvarlos
del olvido y la destrucción. Esos hombres y mujeres libro constituyen una
sociedad secreta de lectores libres que no soportan vivir en el mundo iletrado
y televisivo de sus semejantes.
Hoy, inmersos en la banalidad absoluta de las redes sociales, esta fábula suena ingenua. Ya no vivimos en un tiempo que necesite quemar libros para matar su influencia. En el mercado libre los libros son una mercancía inofensiva y la lectura es una afición minoritaria cuyo peligro no inquieta a las mentes adormecidas. Su potencial disidente ha sido desactivado por décadas de mala educación y populismo mediático. Es hora de despertar. En un mundo de lectores inteligentes, muchos políticos actuales no serían elegidos.
... y sin embargo, cada vez escriben libros antes...
ResponderEliminarDemasiado tarde descubrí su blog. Pero lo descubrí :-)
L.