La
vida va en serio, conviene descubrirlo pronto. Si no tienes el poder, decía mi
padre, solo te queda despotricar. Mi padre era un posibilista. Todo lo que se
hacía, o se podía hacer, le parecía bien. Y lo que no se hacía ni se podía
hacer, por más que uno lo deseara, estaba mal. Era el mal, decía elevando el
tono hasta sonar grandilocuente. Lo que no se hace no existe, hijo, desconfía
siempre de quienes desean tener sin hacer, o mandar sin esforzarse, esos son
los peores.
Mi padre aprendió
esta doctrina en una novela excéntrica que solo él leía como un tratado moral.
Todas las verdades que se cuentan son una sarta de mentiras, decía sonriendo,
pero no importa. La gente cree en la Biblia y el Corán como si fueran libros de
historia. Y aún peor, la gente cree en los libros de historia como si fueran la
Biblia y el Corán. Nada está escrito de antemano y todo está permitido. Hasta
la Ley Trans, añado. O el Mundial de fútbol catarí, corrupto hasta la médula,
transformado en la ketamina del pueblo, estimulante global del rancio nacionalismo
y el populismo más nocivo, pese a la putrefacción de sus entrañas institucionales.
Todo sirve
hoy, ya sea la covid, la guerra de Ucrania o el Nobel de literatura, como cortina
de humo para distraernos de una realidad que, si quedara al desnudo, espantaría
a quien la viera. Lo que aparece encubre lo que no debe ser visto. La avidez y
depredación de un sistema económico, sin alternativa a la vista, que produce la
riqueza y el beneficio de una minoría. Vivimos en el mejor de los mundos
posibles, proclama una amiga cándida que ha cometido el error común de no leer
a Voltaire. Y le doy la razón ya que no puedo darle nada más valioso. Vivimos
en un mundo que muchos juzgan luminoso y es tan solo una fachada de espejismos
y trampantojos, una pantalla diseñada para engañar y seducir con espectáculos
banales. Es difícil educar a los niños y las niñas en este ecosistema y evitar
que se conviertan en pirañas y tiburones cuando crezcan.
Todo funciona, en suma, como tapadera de un modo de vida insostenible, según los analistas más pesimistas. Los optimistas, como mi amiga, solo ven una manifestación de lo insustancial e intrascendente que es la vida y la necesidad que tenemos de darle valor y sentido. Eso quiero creer ahora que el aciago 2022 se agota y 2023 se anuncia con la publicidad y arrogancia de lo que es nuevo y joven. Veremos si se cumplen sus promesas y expectativas. De momento, humor, como diría Cervantes, mucho humor.
Gracias por compartir su opinión. Aquí esperando su lista de los mejores espejismos del 2022 para distraerme de esta gris realidad. Saludos.
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