Así define Jack Kerouac (“todo en él era velocidad
y éxtasis”) la vida de su camarada Neal Cassady al final del Tercer Libro de
“En la carretera”, cuando están a punto de emprender el viaje que los llevará
al final del camino de la juventud.
Se reedita ahora esta novela mítica, en pleno
centenario del nacimiento del autor, la única novela que merece ser calificada sin
desprecio como un “rollo” integral. Kerouac compuso la primera versión del
libro entre el 2 y el 22 de abril de 1951 como un rollo interminable de papeles
mecanografiados. El “rollo original”, como se le conoce sin ironía entre los
expertos. Kerouac pretendía con ello que la experiencia de escribir fuese
ininterrumpida, un teclear continuo conectado al pálpito de la vida en
movimiento. Gran admirador de los músicos de jazz, Kerouac encontraría en el
arte mecanográfico de la “prosa espontánea” el equivalente literario del saxo,
la trompeta o el clarinete: un instrumento rítmico de transmisión automática de
la emoción y el aliento del artista que lo toca sin normas previas.
Durante décadas circuló una versión expurgada y
manipulada del libro, donde los nombres de Kerouac, Cassady, Ginsberg y Burroughs
eran sustituidos por seudónimos más o menos ingeniosos y el formato original se
ajustaba a dimensiones convencionales. Disfrutamos desde hace catorce años de
la versión íntegra, en un solo párrafo, de esta novela “enrollada”. Las últimas
páginas del manuscrito, perdidas hasta entonces, aparecen en un apéndice que
permite leer, como Kerouac deseaba, la evocación inicial del amigo más íntimo
(“Conocí conocí a Neal”) reiterada en la obsesiva frase final (“pienso en Neal
Cassady, pienso en Neal Cassady”) como metáfora de un coche que arranca con
dificultad y, al cabo de un largo viaje, acaba parándose en seco.
La cartografía inmensa e intensa que despliega el
rollo de Kerouac corresponde a un circuito geográfico de ida y vuelta: Nueva
York, Chicago, Denver, San Francisco, Los Ángeles, Carolina del Sur, Florida, Luisiana,
Texas y México, antes de regresar a Nueva York, donde Kerouac encuentra una
esposa, Joan, y pone fin provisional a su huida incesante. Ese circuito de
múltiples pistas compone, pues, una “línea de fuga” de la vida convencional en
un momento histórico en que el sueño americano de los fundadores estaba siendo
expropiado de raíz por el capitalismo financiero y la cultura del consumo.
La única utopía que Kerouac y Cassady imaginan
durante el sinuoso trayecto es la de una carretera infinita que dé la vuelta al
mundo. Una carretera sin fronteras ni policías, un espacio-tiempo de libertad
absoluta donde el paisaje, el coche y los pasajeros, invocando el panteísmo
fraternal de Whitman, se fundan en una sola dimensión ilimitada. Como sabemos,
desengañados habitantes de un mundo desprovisto de otros sueños que los de la
publicidad y el turismo, esa gesta de libertad genuina y amor universal estaba
condenada al fracaso en un entorno cada vez más controlado. Y William Burroughs,
oficiando como gurú kafkiano de toda una generación, lo proclama con lucidez en
la novela: “Burocracia…No queda nada más que burocracia”.
Este espíritu intransigente, lo más valioso del libro junto con la poesía visionaria de sus imágenes y ritmos, lo expresa Kerouac al comenzar la apasionante aventura de escribir esta novela rodada: “la única gente que me interesa es la que está loca, la que está loca por vivir, por hablar, ávida de todas las cosas a un tiempo, la gente que jamás bosteza o dice un lugar común, sino que arde, arde, arde como candelas romanas en mitad de la noche”.
Como sin duda sabes, aunque no lo menciones aquí, Juan Benet utilizó el sistema de rollo sin marcha atrás en Una meditación, con la que ganó ¿el Biblioteca Breve? Molina Foix, uno de sus discípulos más adepto, lo explica bien en este artículo: https://www.elboomeran.com/upload/ficheros/noticias/claves_articulo176benet.pdf
ResponderEliminarGracias por el apunte, Ramón, recordaba haber leído la anécdota en el libro Ensayos sobre lo real de Molina Foix, sí, pero no me pareció relevante comentarlo, la cronología jugaba a favor una vez más del beat norteamericano en contra del faulkneriano ibérico...
ResponderEliminarUn abrazo!
Por supuesto, Juan Francisco: en tu artículo no venía a cuento hablar de Juan Benet. Por eso añadí el comentario. Abrazo :-)
ResponderEliminarGracias de nuevo, Ramón, por el apunte y el pespunte. La tabla rasa del covid me hizo citar mal el libro de Vicente Molina Foix: este cuenta la anécdota del rollo benetiano en un ensayo incluido en Enemigos de lo real. Máquina por máquina, recuerdo que Cortázar bromeaba en La vuelta al día con un "piantado" que había construido una máquina para leer Rayuela a la que había bautizado (cito de memoria) Rayuelomatic, o algo similar, estaba en el espíritu de los tiempos, como se ve...
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