[Aldous Huxley, Un mundo feliz, Debolsillo, trad.: Ramón Hernández, 2021, págs. 255]
¿Qué es la felicidad? ¿En qué consiste? ¿Qué
sería un mundo regido por el más alto ideal de la felicidad? En las páginas
finales de esta memorable novela, de lectura obligatoria en el siglo XXI,
aparece Mustafá Mond, uno de los líderes de este nuevo mundo enfocado a la
felicidad, para explicarle al trío de disidentes que la protagonizan el
fundamento esencial del mismo: “La felicidad es un patrón muy duro,
especialmente la felicidad de los demás…siempre que las masas alcanzaban el
poder político lo que importaba era más la felicidad que la verdad y la
belleza”. Huxley comienza a escribir "Un mundo feliz" bajo los alarmantes signos del
nazismo, pero también bajo los publicitarios anuncios de la radiante sociedad
americana que se erigía en modelo alternativo a la colectivización comunista o
fascista.
Es un error leer esta ingeniosa novela sobre un
mundo futuro gobernado por élites eugenésicas, tecnologías vanguardistas y una
racionalización totalitaria de la vida en sintonía con la intensificación de
los placeres más refinados, comparándola con distopías políticas como
“Nosotros” (Zamiatin) o “1984” (Orwell). La portentosa inteligencia de Huxley,
literaria, filosófica y científica a partes iguales, y su formidable intuición
histórica, le permitieron culminar el género utópico bajo los rasgos de una
sátira del mundo moderno. Es la modernidad, su ideario y sus energías, sus mecanismos
de organización sistemática de la realidad y su ideología o mitología complementaria,
lo que Huxley estaría cuestionando con todo lo que hay en ella de fascinante
novedad cultural y siniestra prefiguración de un porvenir deshumanizado.
El mundo feliz imaginado por Huxley es
personificado por Lenina Crowne, una alta empleada de la factoría de producción
de seres humanos, que sintetiza en sus atributos de belleza y atractivo, moda
vestimentaria, cuidado corporal, promiscuidad sexual y optimismo mundano, los
cambios que la cultura de las primeras décadas del siglo XX estaba decantando
en la conducta y mentalidad de las mujeres. Mientras que los antagonistas del
sistema, encarnados por Bernard Marx y Helmholtz Watson, representarían una variante
tibia y gris de disidencia moral e intelectual, siempre a punto de claudicar
ante los indudables encantos del mundo en que viven a disgusto, antes de verse
exiliados en una isla remota para mentes privilegiadas incapaces de adaptarse a
la vida colectiva. Por no hablar del “salvaje” John, ese ingenuo volteriano,
procedente de una reserva india mexicana, que no consigue aceptar la vitalidad
desinhibida del mundo novísimo y acaba viviendo en un faro como un sociópata y
suicidándose hostigado por el morbo de periodistas y curiosos.
La abolición de la pareja reproductora y la
familia nuclear freudiana, junto con la producción científica de seres humanos
longevos, como en una factoría de automóviles Ford, gran deidad del tiempo
futuro, divididos en castas en función de su utilidad social y laboral y
nombrados con las letras del alfabeto griego (Alpha, Beta, Gamma, Épsilon,
etc.), son algunos de los componentes de ese mundo revolucionario en el que la
promiscuidad sexual es la ley. Pero Huxley, además, emplea la ficción para
extremar tecnologías que ya despuntaban entonces como promesas futuristas: el
cine sensorial, donde el espectador comparte experiencias nerviosas con los
actores de la pantalla; la televisión planetaria; la navegación aérea por el
cielo urbano, como en “Metrópolis” (Lang); el control de la farmacología (el
“soma”) sobre los estados anímicos de la población; etc.
Más que un régimen político interesado en la
represión u opresión de sus súbditos, “Un mundo feliz” anticipa el hedonismo
banal de la sociedad de consumo y el espectáculo de masas que surgirían en
Occidente tras la segunda guerra mundial. El absoluto acierto de Huxley, más
allá de las profecías realizadas o no, consistiría, como dice Adam Roberts, en
haber sabido describir una distopía como una utopía materialista. Es por ello
un texto de inquietante ambigüedad.