[Philip K. Dick, El hombre en el castillo, trad.: Manuel Figueroa, Minotauro (Esenciales), 2021, 272 páginas]
Dick never wrote a single work which can be termed a "masterpiece," although this alternate world novel-with its many surprising twists and equally surprisingly (and surprisingly subtle) treatment of Asian themes-comes close.
-Larry McCaffery-
¿Qué
es un escritor realista? No, desde luego, alguien que aspira a imitar la
realidad en sus trazas más convencionales. Un realista, como escribió Robert
Musil en El hombre sin atributos, es el novelista que sabe que la realidad, siendo como es, también podría
ser de otro modo. En este sentido, si hay un modelo de escritor realista en la
segunda mitad del siglo XX es Philip K. Dick. Y
si hay un ejemplo supremo de realismo es El hombre en el castillo,
donde se describe una realidad y una historia radicalmente alteradas partiendo
de una ingeniosa hipótesis: los japoneses y los alemanes ganaron la segunda
guerra mundial y extienden su dominio imperial sobre el mundo, incluido Estados
Unidos.
En
esta historia increíble, que muestra al nazismo como voluntad de poder en
estado puro, Dick plantea la resistencia política como posición propia de la
literatura. Cuanto más totalitaria es la versión de realidad impuesta por el
poder, más necesario resulta el poder disolvente de la ficción imaginativa.
Como sucede con la novela prohibida (La langosta se ha posado) que juega
un papel determinante en la trama. Escrita por su autor, Hawthorne Abendsen,
consultando el I Ching, gracias a su fuerza figurativa se desvela
la impostura intolerable bajo la que vive el mundo tras la victoria del Eje. Su
valor subversivo no radica tanto en su correspondencia exacta con la realidad
histórica como en la negación del simulacro de realidad padecido por los
personajes. De ese modo, entrarían en conflicto ontológico el falsificado mundo
de la ficción, el mundo especulativo de la ficción dentro de la ficción y el
mundo cotidiano del lector real de la novela. Como si Dick se apropiara en esta
novela fascinante de una lúcida idea de Valéry (“La era del orden es el imperio
de las ficciones”) y la extrapolara al problemático contexto de una ucronía
opresiva (como haría con la América neocon de Bush el otro
Philip, Roth, en La conjura contra América, facsímil especular de
esta novela de Dick) para definir la ficción novelesca como deconstrucción de
la ficción de realidad sustentada por todo poder hegemónico.
Los
héroes de El hombre en el castillo son, sobre todo,
proletarios y descastados: el artesano judío Frank Frink, fabricante de arcanas
piezas de plata donde se condensa la sabiduría espiritual del I Ching,
y su exmujer, Juliana, que, tras descifrar el mensaje encriptado en el libro
clandestino de Abendsen, mata al hombre que pretendía asesinarlo por orden de
Goebbels y se planta en la remota casa del escritor para forzarlo a reconocer
la verdad de la ficción. No obstante, solo la consulta obsesiva del libro taoísta de las
mutaciones le proporcionará información sobre el verdadero estado del
mundo. Esa verdad incuestionable contradice las versiones oficiales de la
propaganda germano-japonesa al tiempo que insinúa, de modo larvado, la
infiltración de la voluntad de poder nazi en la forma de entender los medios y
los fines del poder por parte del gobierno de Washington y la clase política y
empresarial americanas. Abriendo así el portal de la imaginación a otras
novelas memorables de la década (Dr. Bloodmoney, Esperando el
año pasado, Los tres estigmas de Palmer Eldritch, ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas?, Ubik, entre las más
logradas) donde Dick exploraría ese polémico aspecto de la guerra fría y sus
secuelas políticas y tecnológicas hasta llegar a Valis, ya en los ochenta, como asombrosa secuela de El
hombre en el castillo y consumación de su sistema narrativo.
Como
siempre en la literatura de Dick abundan las epifanías fabulosas en que los
personajes que creen vivir en un mundo determinado perciben elementos
incongruentes o incompatibles con él. La más asombrosa la experimenta Tagomi,
un representante comercial japonés que, mientras examina un triángulo de plata
creado por Frink, accede a la visión súbita de la autopista del Embarcadero de
San Francisco, inexistente en su mundo imperialista pero presente en la América
contemporánea.
Con esta novela magistral, como señaló Roberto Bolaño, quien lo consideraba uno de los diez grandes escritores americanos, Dick revolucionaría en 1962 la nueva narrativa norteamericana.
A medida que pasa el tiempo, la revelación que sufre Tagomi se va extendiendo entre nosotros. Seis años más tarde, Thomas M. Disch escribió sobre otras alteraciones del comportamiento en Campo de concentración, una de las fuentes de inspiración de V de Vendetta de Alan Moore. En los cuadernos de Art Spiegelman, un apunte sobre la obra última de Philip Guston. "what did he learn, and when he did learn it?" Leer a PKD es como sentir el fantasma de Scardanelli susurrando al oído historias sobre reyes soñadores y mendigos digitalizados. Gracias por el pertinente recuerdo.
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