En esto, Chiang es un maestro admirable. Un ingenio agudo, un portentoso inventor de fábulas, como dijo Borges de H. G. Wells,
que desafían los límites de lo conocido y lo cognoscible y, sin embargo,
aseguran los fundamentos de la posición humana en el mundo. El efecto que
produce la lectura de cualquier texto de Chiang se podría describir así. Uno se
deja arrastrar por las palabras de un discurso al que no es necesario prestar
demasiada atención al principio para que nos vaya involucrando gradualmente,
con una fase intermedia que combina la impaciencia paradójica y la relectura meticulosa, hasta alcanzar el momento supremo en que anticipamos con ansiedad creciente
la información esencial que nos aguarda en las líneas finales.
En “El comerciante y la puerta del alquimista”, Chiang
explora las secuelas de los viajes en el tiempo a través de portales mágicos
que no cambian el signo de la línea temporal, pero en uno de los textos más extensos
y logrados (“La ansiedad es el vértigo de la libertad”) plantea una fascinante fábula,
digna de Borges y Dick, sobre temporalidades bifurcadas, realidades
alternativas y la capacidad de establecer una comunicación interactiva entre
los yos de esos mundos divergentes empleando un aparato tecnológico (“prisma”)
que altera sus características cada vez que interviene con su energía cuántica y fuerza la interacción
entre sujetos idénticos de vidas incomposibles. El mejor de los mundos posibles
no sería un solo mundo, como creía Leibniz, sino un mundo plural compuesto de infinitas versiones de sí
mismo, donde los mismos individuos actuarían libremente en todas ellas manifestando
idénticos rasgos de carácter. En ambos relatos citados, el libre albedrío, en
tanto categoría de difícil definición, es tratado como la diferencia entre la
acción de la voluntad individual y el tiempo de esa acción, con secuelas morales
impredecibles. En la parábola especulativa “Lo que se espera de nosotros”, en
cambio, un dispositivo que manipula el tiempo y anula la libertad electiva conduce
a ciertos individuos a la paralización crítica de cualquier iniciativa.
Otra narración extensa y magistral (“El ciclo de
vida de los elementos de software”) aborda la IA y la vida artificial a través
de una trama que implica criaturas digitales (“digientes”) con criadores
humanos que establecen con estos entes relaciones paternofiliales, mediadas por la
empatía, hasta extremos arriesgados para la vida afectiva y las relaciones
personales. Pero Chiang dista de ser un apocalíptico al uso y, por tanto, sus reflexiones
solo demuestran que los humanos perseveran en lo que los constituye como tales incluso
en contacto íntimo con seres creados por la tecnología computacional más
sofisticada. En “El gran silencio”, Chiang muestra cómo los científicos buscan vida
extraterrestre con desesperación y apenas si escuchan el grito agónico de
algunas especies terrestres como los papagayos puertorriqueños. Y en los dos
relatos más metafísicos (“Exhalación” y “Ónfalo”) el sentido de la vida
inteligente en el universo (humana o no humana) se vincula a la imperiosa necesidad
de conocimiento del mecanismo cósmico que la hace posible a pesar de todo.
Escribiendo sobre artificios tecnológicos, tiempos
alternativos, universos paralelos, experimentos científicos de sutil
complejidad, o seres inconcebibles, Chiang logra que nos sintamos más humanos
de lo que nos sentíamos antes de adentrarnos en su mundo imaginario. Más
humanos, desde luego, y mucho más inteligentes.
Totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarAún mejor su anterior antología "La historia de tu vida".
Es curioso que muchos disfrutemos la ciencia ficción en estos términos. Pero que mucha gente solo lo aprecia cuando salta al cine como la película "La llegada" pero la ciencia-ficción sigue teniendo este sesgo de género de segunda categoría.
Uno de sus problemas es que hay tantos subgéneros que no todo es Chiang o Greg Egan o China Mieville o Ian Bancks etc, y es fácil ver una novela de Warhmammer y pensar que todo es así. En fin una lástima, la historia pondrá en su sitio este género como se merece.
Muy buen artículo.