viernes, 7 de junio de 2019

FINAL DEL JUEGO



[Publicado en medios de Vocento el martes 4 de junio]

Finalizadas las elecciones y saldada “Juego de tronos”, ya queda más despejado el paisaje. No tendremos elecciones en cuatro años y no volveremos a ver a la reina bárbara cabalgando la negra cerviz del dragón hasta que no se agoten las secuelas y precuelas que los guionistas subsidiarios preparan para rellenar el vacío con la fuerza de la repetición y la rutina. Esto da una idea del extraño mundo en que vivimos. Un mundo donde el remake y la farsa, política o cultural, son los géneros dominantes, con su toque de sensacionalismo, su moralina ubicua y su voluntad de arrastrar al mayor número en la misma dirección unívoca.
Superado el estrés electoral, arranca el juego negociador. El chalaneo político. Te cambio una alcaldía por una comunidad. Un ayuntamiento grande por uno chico. Te entrego una diputación a cambio de una sonrisa maquiavélica o un guiño picaresco. Te coloco varios ministros y lo publicito como signo de pluralismo e independencia. Quieres la vicepresidencia, pero los votos no te avalan. Y nadie entiende si esto es una exhibición de poderío o de liderazgo débil. Los politólogos enmudecen. Durante las elecciones se compran y venden programas. Solo después vemos al desnudo las cláusulas del contrato firmado. La mercancía sagrada se vuelve visible. El poder. Tocar poder como quien acaricia un teclado conectado a la realidad de los hechos y las decisiones. Eso es lo que excita de verdad a la maquinaria de los partidos. La energía renovable que los mantiene en movimiento perpetuo. Votarlos no ha sido un acto inútil. Abstenerse es, a menudo, una alternativa inteligente.
La vida es una rapsodia bohemia. Y la política una polifonía medieval. Hasta la falta de ironía de algunos tertulianos resulta fatalmente irónica para sus opiniones. Si se escuchan los análisis interesados, nadie ha perdido las últimas elecciones. Si se examinan los números con frialdad, nadie ha ganado tampoco. O todo el mundo pierde algo. Hay que ser un experto en teoría de juegos, o en lógica kafkiana, para cuadrar este círculo vicioso donde todos ganan y todos pierden. Así de volátil y engañosa es la política activa en este siglo repleto de siglas. Política expuesta a vientos de cambio, deseos de renovación, vaivenes ideológicos y errores estratégicos como el de Rajoy hace justo un año. La e-moción de censura lo tumbó por sorpresa y no previó la catástrofe. Hoy tenemos un mapa político regido por el principio de incertidumbre. Ni el CIS de Tezanos podría cocinar a fuego lento una encuesta fiable sobre si estamos en vísperas del eclipse definitivo del bipartidismo o ante su retorno progresivo. Una cosa sabemos a ciencia cierta. El juego no se acaba nunca. Asegurar la pervivencia del juego es siempre más importante que el triunfo de los jugadores. Dicho sea, esta vez, sin ironía.

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