[Daniel Gascón, El golpe posmoderno. 15 lecciones para el
futuro de la democracia, Debate, págs. 203]
Vivimos tiempos de pequeñas y grandes farsas, en
la política y fuera de ella. Tiempos de falsedad y falsarios. Nuestros
antepasados se chuparon todas las tragedias y a nosotros nos dejaron los
restos. Ellos conocieron guerras, dictaduras, revoluciones, hambrunas, persecuciones,
cárceles, masacres. Y nosotros, la farsa. Revoluciones clónicas, capitalismo
espectacular, guerras de videojuego, relaciones cibernéticas, dinero virtual, políticas
en holograma, dígitos estadísticos. Ya lo predijo Marx. La historia siempre
llama dos veces. La primera ocurre como tragedia, la segunda se repite como
farsa. En la sociedad del espectáculo capitalista, como la tildan los
debordianos, la lógica que confunde lo real y lo virtual, lo verdadero y lo
falso, genera conflictos sociopolíticos como el independentismo catalán.
El título de este excelente ensayo es muy
acertado y abre múltiples frentes de reflexión. Si el proceso soberanista, en
su pretensión ilegal de fundar una república independiente sobre un territorio sin
el consentimiento de la mayoría de la población, es identificable como golpe de
estado, la estrategia para realizarlo y, sobre todo, las maniobras mediáticas e
institucionales con que se ha gestado tal gesta, responden más bien a
presupuestos posmodernos: es decir, propios de una situación donde el dominio del
simulacro se ejerce sobre todos los niveles de la realidad. Como apunta Gascón,
se trataba de un plan político diseñado para ganar siempre: si triunfaba, la simulada
revolución catalanista celebraría su éxito con fuegos artificiales; si no, se
limitaría a disimular su fracaso escénico, denunciando la obtusa cerrazón del maligno Estado español.
En pleno proceso de globalización, el
nacionalismo es una secuela y un problema. Una secuela, ya que el énfasis en
las regiones y la exaltación localista son respuestas geográficas a ese proceso
estandarizado. Y un problema, desde luego, porque amenaza la estabilidad de
naciones modernas, como España, con tensiones inútiles que terminan dañando sus
intereses en el contexto global. Gascón recuerda que la necesidad de marcar
diferencias en el escenario mundial o continental fomenta una peligrosa
involución, como sucedió en Cataluña desde Pujol en adelante, con la promoción cultural
de rasgos identitarios como anclaje
de intereses políticos espurios. Exige mucho ingenio ideológico limpiarle la caspa oculta bajo la boina al ideario nacionalista y reconvertir la antigualla del catalanismo en mercancía guay para jóvenes desesperados.
En una democracia, el vaciamiento ideológico es
la regla principal que permite a los partidos incorporarse al juego parlamentario. El sistema democrático favorece, en su lugar, la gestión y manipulación de la imagen,
el gesto, la narrativa y la retórica como instrumentos publicitarios de la
acción y la convicción políticas. En el mundo posmoderno, del que el fenómeno
del secesionismo catalán es un paradigma negativo y no una demostración de política avanzada, todo
participa en el mismo grado teatral de la simulación y la impostura. Así, la
farsa dialéctica domina el discurso mediático sobre Cataluña con sus
maniqueísmos, falacias, espejismos y antinomias. Algunos ejemplos flagrantes: España
es un país franquista y Cataluña una república progresista; el desprecio a los
españoles no es racismo sino crítica reformista o “nacionalismo esencialista” (Enric
Juliana dixit); el catolicismo
ultramontano y supremacista de Torra o Junqueras es bendecido por la izquierda
republicana; Arrimadas, Valls y Rivera son el neofascismo personificado mientras el torvo racista que ahora preside la Generalitat es un santo varón que encomienda a diario su alma demócrata
a la Moreneta; etc.
La exhaustiva revisión de los disparates y delirios
del independentismo se tiñe de amargura cuando se refiere a medios informativos
extranjeros. Muchos grandes periódicos e importantes canales de televisión
occidentales, como denuncia Gascón sin complejos, han comprado la versión
falsificada de los líderes secesionistas con una facilidad sospechosa. Y este
no es tanto un problema posmoderno como una distorsión moderna. Estos
periodistas internacionales no reconocen los logros modernizadores de la democracia
española, como demuestran también los juristas europeos que han rechazado los
autos chapuceros de Llarena, y se creen las insidias nacionalistas sobre una
España atrapada en el bucle vicioso de una historia esperpéntica.
No cabe duda de que el proceso independentista suscribe
ciertas tendencias superficiales del programa posmoderno, como explica Gascón.
Pero lo hace de un modo paradójico: como expresión política del fracaso moderno
y del dudoso encaje de cualquier proyecto nacionalista en un contexto global
que lo repele por definición. Como bien señala Fredric Jameson, uno de los grandes
analistas de la posmodernidad: “en la globalización no hay culturas sino solo
imágenes nostálgicas de culturas nacionales; en la posmodernidad no podemos
apelar a los fetiches de una cultura nacional o de una autenticidad cultural.
Nuestro objeto de estudio es más bien la disneificación,
la producción de simulacros de culturas nacionales, y el turismo, la industria
que organiza el consumo de esos simulacros y de esas imágenes y espectáculos”.
En definitiva, El golpe posmoderno es un ensayo incisivo y clarificador, cuyas inteligentes
conclusiones trascienden el grotesco episodio nacionalista y sus símbolos,
imágenes y clichés de un catalanismo (doblemente) difunto.
No puedo estar más de acuerdo, mi querido Juan. Nací y sigo viviendo en Cataluña y uno está más que harto de estos iluminados y fanáticos secesionistas. O eres independentista (del tipo que ellos han diseñado), o eres un facha. Vivir en el mismo país no significa compartir la misma identidad. Aquí hablan mucho de identidad. ¡Y qué cojones es eso! Yo les digo que he leído a Philip K. Dick, J. G. Ballard y a Bukowski, entre otros, con respecto a esa maleada tontería que nos ha costado tanta sangre a lo largo de la Historia. Me parece ridículo, además de bochornoso la ostentación de patriotismo, el nacionalismo ciego que nos asfixia a estas alturas de la vida o de la Historia. Yo creía de pequeño que éramos seres evolutivos y con el tiempo se ha confirmado lo que dijo un famoso paleoantropólogo que “la evolución ya había terminado”. La nación, la religión, la patria, coartadas ilusorias para la denominación y la recaudación. En Retrato del artista adolescente de James Joyce Dedalus le dice en un momento determinado a un amigo suyo: “Me estás hablando de religión, de patria, de nación; bueno son las redes de las cuales estoy intentando escapar.” ¿Hacia dónde podría uno ir para estar lejos de tanta mierda? Me lo pregunto todos los días. Bukowski en The Outsider: “Tenía un mapa enorme en el regazo. El mapa de Estados Unidos. Había tachado a lápiz, todos los lugares en los que es imposible vivir. Estaba emborronado todo el mapa.”
ResponderEliminarUna monstruosa trivialidad amenaza la estructura de la civilización entera. El aburrimiento es la explicación principal de por qué la historia está llena de atrocidades, y lo dijo J. G. Ballard: “Voy a sumar todos mis temores acerca del futuro en una palabra: aburrido.”
Un fuerte abrazo, amigo Juan, después de mucho tiempo.
Se le agradece su articulo, que analiza y resume muy bien lo que está pasando con el secesionismo catalaúnico. Lo del torvo Torra es espectacular: en Francia Marine Le Pen expulsó a su padre del partido por decir cosas que Torra ha multiplicado por diez en extremismo y xenofobia incluso por escrito. Sanchez llama nazi a Torra y de un modo inexplicable lo recibe un mes después en Moncloa y lo pasea junto a la fuente del glorioso Machado legitimando al racista catalán, que provocativamente lució el lazo amarillo durante toda la visita. Ni Berlanga hubiera escrito un guión tan grotesco.
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