[Publicado en medios
de Vocento el martes 17 de julio]
Si las
cámaras no te quieren, no existes. Si las cámaras te adoran, eres un dios o una
estrella. Como Cristiano Ronaldo, que se considera una belleza atlética y se divorcia
del Real Madrid, me sugiere una amiga maliciosa, para iniciar una carrera de
modelo o de empresario de marcas de moda más cerca del Olimpo milanés. En el
futuro, tendremos acceso a la cara y el cuerpo de nuestros deseos. Mientras
tanto, nos toca lidiar con el diseño genético que nos han endilgado. Los
humanos hemos vivido siempre prisioneros de la imagen del espejo, pero en este siglo
padecemos la dictadura de la imagen en la pantalla. Si no tienes buena imagen, o
no sabes gestionarla, lo tienes crudo. Basta con ver a Juncker tambaleándose ebrio
a la salida de la cumbre atlántica y sostenido por sus abochornados colegas
para diagnosticar lo que no funciona en la UE sin necesidad de preguntarle a
Trump, que pasa por su lado con mirada de asco cogido de la mano de la dulce
Melania. Europa va tan mal que hasta el Brexit es un fiasco.
En España,
pese a la penosa imagen del Mundial, todo va bien. Tenemos a Pedro Sánchez, el
campeón de la imagen cosmética. Sánchez es la envidia europea, ahora que Macron
evidencia sus déficits. Fotogénicos o no, los políticos socialistas siempre sabían
dónde estaba el objetivo de la cámara y desde qué ángulo afrontarlo con éxito.
Pero Sánchez supera a sus precursores. Y lleva un mes gobernando a golpe de
imagen. Una gestión estética de signos es más eficaz como mensaje político que
todo el ruido parlamentario. Aquí sus contrincantes fracasan. Las primarias populares
dieron una imagen terrible. Por más vídeos irónicos que difundan, el pugilato
entre candidatos incompatibles es menos vibrante que el beso de Mario Casas y
Blanca Suárez en plena caravana del Orgullo Gay. Ciudadanos lo lleva peor. El
fármaco antiinflamatorio administrado por el líder socialista en Cataluña los
ha desinflado. Cuando Sánchez convoque elecciones, Rivera e Iglesias se miraran
a la cara con estupor preguntándose qué hicimos mal. La supresión de la “tasa
rosa” es la ocurrencia suprema del gabinete quirúrgico del doctor Sánchez. Mis
amigas feministas no entienden aún si es un guiño frívolo al colectivo o una estrategia
para atraer el voto milenial, tan combativo contra la manada machista.
Mi padre,
francés antimonárquico, decía siempre que al rey Borbón solo lo movían el
bolsillo y la bragueta. No en ese orden. El pueblo español concedió durante tres
siglos lujos y privilegios a una dinastía parasitaria que nuestros inteligentes
vecinos no tardaron en destronar. El descrédito actual de la imagen de marca de
la monarquía, más allá de los escándalos sexuales o financieros, tanto monta,
confirma con cinismo lo que muchos encubrían. Cuál era el precio real de la
democracia.
Sanchez gobierna con el duopolio televisivo a su favor, tapando los casos de corrupcion del PSOE que salen como setas por toda España. Pero lo peor de Sanchez es lo que dice y lo que hace: llamó ultraderechista a Rivera, mientras adulaba a su socio Torra, un racista de extrema derecha que acusa a los españoles de hablar la lengua de las bestias. Sanchez está legitimando a los separatas racistas y a la extrema izquierda, mientras excava una trinchera para dejar a media España bajo la losa de Franco. Es canallesco. Le aconsejo que lee el articulo de Redondo Terreros en el Mundo donde desarrolla estas ideas que yo, torpemente, he traducido.
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