miércoles, 18 de abril de 2018

REALISMO EXTRAÑO



[Mark Fisher, Lo raro y lo espeluznante, Alpha Decay, trad.: Núria Molines, 2018, págs. 168]

   No salimos de nuestro asombro. Cuando lo dábamos todo por conocido y cartografiado por la todopoderosa razón, como predijo Hegel, aparece ante nosotros, gracias a las nuevas elaboraciones de la teoría y el pensamiento y también a la creación más renovadora, una nueva geografía imaginaria que prescinde de las convenciones y nos enfrenta a lo insólito y lo desconcertante. En una tentativa previa por definir el campo de maniobras culturales y políticas posibles en el entorno y condiciones del capitalismo neoliberal, Fisher había elaborado ya un concepto que inquietó a muchos por sus implicaciones: “realismo capitalista”. Al atribuir los rasgos de la estética e ideología del realismo al sistema capitalista, Fisher abría la puerta hacia otras perspectivas que delimitaran ese territorio de lo posible con nuevas categorías y conceptos. Y así lo hizo en este espléndido tratado que se publicó tras el suicidio de su depresivo autor. Un ensayo seminal que plantea excesivas cuestiones a la inteligencia del lector que ya nunca podrán ser contestadas por Fisher.
Si el terreno de lo que hay ha sido acotado por el realismo capitalista, es lógico pensar que el terreno de lo que podría existir, el espacio de la utopía y el deseo, podría configurarse con los dos conceptos enunciados en el título: lo raro (“Weird”) y lo espeluznante o misterioso (“Eerie”). Ambos funcionan como modulaciones de la misma extrañeza con que el mundo se presenta a la conciencia humana, como una esfinge o un laberinto, para proponerle acertijos vitales y escalofríos ancestrales. Como bien dice Fisher: “Lo que tienen en común lo raro y lo espeluznante es una cierta preocupación por lo extraño”. Y lo extraño expresaría así, en palabras de Fisher una vez más, la “fascinación por lo exterior, por aquello que está más allá de la percepción, la cognición y la experiencia corrientes”. Mientras que lo raro cuestiona las categorías kantianas con que comprendemos la realidad, lo espeluznante supondría una apertura radical a la novedad y la alteridad más allá de las coordenadas tenidas por reales (“una huida más allá de los confines de aquello que normalmente consideramos realidad”).
Pero Fisher no incurre en el error de abordar estas ideas recurriendo a pensadores o escritores canónicos, sino movilizando una bibliografía y una filmografía fundamental de autores de la fantasía, el terror y la ciencia ficción, subgéneros donde la realidad es puesta a prueba por dimensiones paralelas y bucles históricos o cronológicos, presencias insidiosas como fantasmas, monstruos y alienígenas, experiencias traumáticas y vivencias al límite de la cordura, o situadas en el borde exterior (o más allá, en algunos casos extremos) de la razón pura.

No es extraño, por ello, que el libro comience su fascinante itinerario invocando al gran Lovecraft, fabulador al que ciertas corrientes filosóficas actuales (el “realismo especulativo” de Graham Harman, muy en especial, pero también la “hiperstición” de Reza Negarestani o el “aceleracionismo” de Nick Land) pretenden erigir, con razón, en paradigma de sus especulaciones más intransigentes sobre la realidad. El discurso de Fisher se organiza en dos bloques, correspondiendo a sus dos conceptos clave. En el bloque de “lo raro”, además de los capítulos sobre la ficción de Lovecraft y la estética enrevesada de las obras tardías de David Lynch (“Mulholland Drive”, “Inland Empire), destacaría el brillante capítulo donde se asocia “El mundo conectado” de Fassbinder con el “Tiempo desarticulado” de Philip K. Dick. Ya es bastante extraño que un director político tan creativo como Fassbinder creara en los años setenta un telefilm (inspirado en la curiosa novela “Simulacron 3” de Daniel Galouye) sobre un simulacro tecnológico de realidad virtual que supere los juegos y bucles metaficcionales de Borges o Dick, pero más extraño aún es que lo realizara sin abandonar los postulados de una estética como la suya cercana al realismo expresionista.
Es en el bloque de lo “espeluznante” o lo misterioso, sin embargo, donde se agolpa el mayor número de ficciones anómalas, o representativas de la anomalía de lo (ir)real, como la intrigante serie fílmica y televisiva del “Dr. Quatermass” concebida en los años sesenta por Nigel Kneale. Aquí se reúnen las películas más especulativas de Stanley Kubrick (“2001” y “El resplandor”), Andréi Tarkovski (“Solaris” y “Stalker”), Christopher Nolan (“Interstellar”) o Jonathan Glazer (director de una prodigiosa rareza: “Bajo la piel”) con las ficciones literarias de M. R. James, Daphne Du Maurier, Tim Powers, Alan Garner o Margaret Atwood. El capítulo más sugestivo de todos ellos, sin embargo, es el consagrado a la maravillosa novela “Pícnic en Hanging Rock” de Joan Lindsay (filmada por Peter Weir, por cierto, con hipersensibilidad para captar la inquietante orografía del paisaje natural australiano y los grandes misterios femeninos de la vida corpórea). Nada más extraño y perturbador, en suma, que la historia de esas adolescentes que acaban entregándose al paganismo telúrico del peñasco sagrado para huir de la educación victoriana que reprime la expansión de sus cuerpos y mentes.


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