lunes, 12 de junio de 2017

LA INFANCIA PERVERSA


[Angela Carter, La cámara sangrienta, Sexto Piso, trad.: Jesús Gómez Gutiérrez, 2017, págs. 208]

Toda forma de supeditación al otro, en el sexo o en la economía, la política, la religión o la sociedad, viene fundada en mitos y supercherías. Mientras la gente se las crea la cosa funciona. Las supersticiones populares y los cuentos de hadas no son solo una forma de preservar el dominio, o de expandir una visión de la realidad que conviene al orden establecido, sino también una forma de instrucción y disciplina para la vida. Inculcando miedos y paralizando el deseo, así ha funcionado a lo largo de siglos la nociva maquinaria narrativa de los cuentos folclóricos. Así parece seguir funcionando hoy esa seudoliteratura infantil y juvenil que intoxica el cerebro de los más jóvenes con tonterías sin cuento.
Angela Carter (1940-1992) es una de las escritoras más importantes del siglo veinte, como demuestran novelas imprescindibles como “Las infernales máquinas del deseo del Dr. Hoffman” o “La pasión de la nueva Eva”, entre otras muchas. Fue adscrita desde sus inicios a una versión anglosajona del “realismo mágico” por su propensión a inspirarse en mitos y fábulas del acervo colectivo, ese imaginario inconsciente que sustenta las culturas y los modos de vida. Fascinada por el poder fantástico de estas narraciones populares, Carter recopiló, durante toda su vida, colecciones de antiguos cuentos de hadas y de modernas perversiones realizadas por escritoras deseosas de liberarse del yugo imaginario que somete a las mujeres aún hoy a las ficciones patriarcales.
Con toda intención, Carter se arriesgó a fines de los setenta a una doble aventura intelectual y artística: estudiar a Sade desde una perspectiva feminista libérrima y reescribir así mismo los cuentos de hadas más decisivos en la configuración de una psique femenina subalterna. La primera tarea dio lugar a un tratado extraordinario (“La mujer sadiana”), una de las aproximaciones más lúcidas y desinhibidas a la compleja e inagotable obra de Sade, en la que Carter, como las múltiples bellas de sus relatos, escenifica una sinuosa danza intelectual en torno de la Gran Bestia misógina y se desnuda para ella sin complejos mientras la corteja y seduce con sus encantos. La segunda tarea, aún más relevante si cabe, produjo esta imprescindible colección de relatos que Sexto Piso reedita ahora revisada y aumentada, con impresionantes ilustraciones de Alejandra Acosta.


“Todo arquetipo es espurio”, declaraba Carter en su monografía sadiana y las polémicas ideas expuestas en esta (“La pornografía al servicio de la mujer” y demás tesis provocativas para el ideario feminista más pacato) contaminan la sensibilidad y el tratamiento de la ficción de esta sorprendente galería de cuentos revisitados por la imaginación perversa de Carter. Esta logra provocar tal trasmutación de la perspectiva convencional de las versiones tradicionales que, a poco que los lectores de ambos sexos se sientan cómplices de la operación, serán seducidos sin remedio por las placenteras caricias y zarpazos estilísticos de la escritura, de un refinado sadismo al abordar la procacidad de ciertas situaciones escabrosas y la violencia perturbadora de ciertas emociones inconfesables.
En esta pornográfica fiesta de la imaginación literaria, Carter maneja con gran pericia tanto la fingida candidez de sus heroínas como el espectacular despliegue de efectos escénicos y metáforas deslumbrantes sobre asuntos tan serios como el malentendido sexual, la animalidad profunda, el erotismo y la muerte, las relaciones de poder y la jerarquía de clases y castas, las servidumbres y contradicciones del deseo, las paradojas y perversiones ligadas a la condición femenina, etc.
Todas las piezas de este festín de imágenes y voces son magistrales. El excelente pórtico del libro (“La cámara sangrienta”) revuelve con ferocidad en las entrañas del “Barbazul” de Perrault para destripar sus miserias y flaquezas. No obstante, donde brilla la inventiva de Carter con más subversiva crueldad y malicia es en sus múltiples remezclas de “La bella y la bestia” y de “Caperucita roja”, relatos originales donde el acoplamiento con las criaturas más temibles y peligrosas, ya sea el tigre, el león, el lobo o “el rey de los trasgos”, transforman a las novias o amantes protagonistas en aventureras morales de una renovada configuración de la identidad femenina, con esa maravillosa pieza final que es “Lobalicia”, la niña-loba que se hace carne de mujer mirándose, sin miedo, en el espejo de sus deseos. 

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