La telebasura y el espionaje político se miran en el mismo espejo
público.
A lo mejor no me he enterado
de nada, pero yo daba por hecho que la basura de la televisión venía de la vida
y la telebasura era lo más parecido a la vida que se podía ver en una pantalla.
Por eso me reí a carcajadas la otra noche viendo a un reputado periodista, un
machaca profesional de distintas tertulias televisivas, achacar el morbo actual
por los rancios amoríos del rey emérito a la influencia degradante de la
telebasura en el gusto de los súbditos españoles.
Ya puestos, por qué
no remontarnos a las postrimerías del tiempo analógico para investigar con
rigor los orígenes del mal y señalar dos grandes precursores de la hegemonía de
la vulgaridad audiovisual, por repetir las simplezas del tertuliano: las
codificadas superproducciones de porno político del CESID y el monarca cincuentón
que traía en jaque a la inteligencia del país con sus devaneos polígamos.
Imagino a más de un ministro de entonces, teniendo en cuenta la vida sexual de
aquellos ministros de antaño, secándose el sudor y salivando de placer al
escuchar a solas las obscenas grabaciones de los agentes.
Con todo, el análisis
del periodista pecaba de estrecho. Para buscar causas históricas a los vicios impopulares
que aquejan a la imagen de marca de la monarquía española, podía haber hablado
del difícil encaje de una dinastía libertina en la casta tradición nacional.
Los Borbones nunca engañaron a nadie sobre el orden de preferencia de sus bajas
pasiones. La revolución francesa vino a probarlo con sangre, cortándole la
testa al rey y a la reina, además, partes íntimas más escandalosas. Y Felipe V,
primer Borbón español, logró transformar el siniestro y castizo Madrid de comienzos
del dieciocho en una corte cachonda y rumbosa.
Días después del
primer asalto a la palpitante cuestión, volví a partirme de risa con la réplica
escrita de otro famoso periodista, de signo político opuesto, mucho más
preocupado por preservar la impunidad del presidente de gobierno y los
ministros implicados en el frívolo fisgoneo de las confidencias regias que por
defender lo indefendible, la consabida alegría borbónica. La voz de su amo se
atrevía a descalificar, con prosa apresurada, a voceros de otros amos más poderosos
por la difusión polémica de calumnias sobre quienes supuestamente autorizaron
el espionaje para capitalizarlo luego en forma de posible chantaje al rey.
Ahora sabemos,
gracias a este cutre rifirrafe del periodismo basurero, que la escabrosa vigilancia
del CESID, mediando o no el consentimiento de los gobernantes socialistas, coincidió
con la invasión mediática de empresarios mafiosos como Berlusconi, recién desembarcado
en esta tierra virgen con todo el despliegue de cultura, belleza y refinamiento
que debe exigirse siempre a los italianos.
No sé de qué se
extrañan algunos. Cuanta más basura hay en televisión más se parece esta a la
vida real.
"mediando o no el consentimiento de los gobernantes socialistas", me encanta esta ironía, porque don Felipe Gonzalez se jactaba ante Ceberian y otros compadres en la Bodeguilla de tener al Rey cogido por salvese la parte. Preguntele a Bono por qué nadioe se ha atrevido a investigar su voceada fortuna y sus presuntos pagos de caballos de salto en Francia (noticia publicada por el Confidencial y que ahora es inaccesible a Google) con bolsas de billeres de 500 pavos. Juancarlos era y es un pichitabrava, pero no sabemos nada de su hijo y de su señora esposa, aunque acabaremos por saberlo tarde o temprano
ResponderEliminarSe está usted convirtiendo en el Deep Throat de este blog. Persevere, persevere y déjese ver alguna vez, hombre, no es tan grave, yo lo digo todo con mi nombre y dando la cara y no pasa nada!!!...
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