Hay que
rendirse a la evidencia. Con los últimos avances tecnológicos todos nos hemos
convertido, de un modo u otro, en productores tanto como en consumidores
virtuales de pornografía,
actores o espectadores de sus ceremonias y escenarios vulgares. Basta consultar
los datos disponibles para comprobarlo. En 2001 la industria pornográfica puso
en circulación de diez mil a once mil títulos nuevos. Quince años después la
progresión es exponencial. Sólo en Estados Unidos se alquilan anualmente
setecientos millones de vídeos
pornográficos y los ingresos derivados de su distribución se elevan a
catorce mil millones de dólares anuales; una cifra que supera los de la industria
cinematográfica tradicional, pero también los del negocio del deporte
profesional. De este modo, queda perfectamente establecido el argumento
principal: antes que un producto que suscita reprobación moral, ética, estética
o cultural, además de poner en crisis nuestras ideas recibidas respecto de la
sexualidad, el amor o las relaciones de poder entre los sexos, el porno
es uno de los grandes negocios de la economía postmoderna.
Ahora
bien, ¿qué tiene el porno que merece ser tratado seriamente hasta el punto de dar
lugar a una especialidad académica como los “porn studies”? Para la experta
norteamericana Linda Williams, que dedicó al cine porno un estudio
exhaustivo y fundacional (Hardcore), inédito
en español, la clave del éxito de este género degenerado reside en el “frenesí
de lo visible”: el deseo, inscrito en la psique humana, de ver la realidad
desnuda, expuesta en su máxima crudeza o despojamiento, más que el simple
apetito de ver cuerpos desnudos o actos obscenos.
En este
sentido, la originalidad del porno se cifra en dos aspectos centrales: en
primer lugar, la perspectiva original, la mirada inédita que produce la imagen
pornográfica, y, en segundo lugar, la singularidad irrevocable, el deseo
particular que hace que cada uno encuentre en el vasto repertorio del porno el
subgénero que lo satisface. De hecho, el deseo puede ser tan variado como los
individuos que lo experimentan, pero nadie puede decir que la industria, a
pesar de su pobreza imaginativa y sus monótonas fórmulas, no trata de conectar
con las variantes eróticas más insólitas de sus usuarios.
El
producto porno es democrático y customizado por definición.
No está
tan claro, sin embargo, que la mirada pornográfica nazca al mismo tiempo que la
mirada científica que se instala en las sociedades occidentales a partir del
siglo diecisiete, como una prolongación perversa de su contemplación analítica
de la realidad, de su interpretación mecanicista de las relaciones posibles
entre los cuerpos. Si para los romanos y otros pueblos antiguos los rituales
pornográficos constituían un complemento orgiástico de la vida social, ocasión
de fortalecer el vínculo colectivo a través del placer y la diversión sexual,
para las sociedades modernas la explicación de la atracción por la pornografía
quizá resida en lo que el gran Witold Gombrowicz, autor de una novela titulada
justamente Pornografía, consideraba
que era nuestra tendencia innata a lo imperfecto, lo inacabado, lo impuro, lo inferior o
lo inmaduro.
Quizá por
esta razón uno de los aspectos más estimulantes del porno sea la expansión real
del amateurismo como dimensión democratizadora del fenómeno. La incorporación actual de
los componentes que habían sido tradicionalmente excluidos de la representación
pornográfica en aras de un mayor realismo, aunque sea igualmente postizo, o de
una mirada más apegada a los parámetros de lo cotidiano definidos por la
ideología de la clase media.
En este
sentido, la cuestión que no se suele examinar con el suficiente rigor es hasta
qué punto el triunfo cotidiano del porno nuestro de cada día, mediante la
apropiación de la totalidad de nuestros deseos y fantasías, es la vía
definitiva de expansión del capitalismo en nuestros cuerpos y nuestras mentes.
Muchas gracias, Juan Francisco, por esta entrada. Ya habría que escribirse un artículo sobre la ciberpornografía en la narrativa española reciente, que ejemplos hay bastantes. Con eso se podría tener una compleja y reveladora imagen de la subjetividad moderna en relación al sexo e internet. Ahora mismo estoy escribiendo un artículo sobre Ejército enemigo, donde el porno tiene un lugar prominente. Un abrazo
ResponderEliminarLea mis novelas también de paso, Providence o Karnaval, como paradigmas del uso de la pornografía en la narrativa contemporánea...
ResponderEliminarClaro, ya lo hice: http://tierradenadieediciones.com/tdn/?p=249. Ambas novelas entrarían, definitivamente, en un estudio sobre el porno en la narrativa reciente.
ResponderEliminarClaro, los nicknames confunden, ya sé quién eres, y por supuesto que lo hiciste, vaya si lo hiciste, abrazos transpirenaicos...
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