[Jaroslav Hašek, El
buen soldado Švejk antes de la guerra, La Fuga ediciones, trad.: Montse Tutusaus,
2016, págs. 165]
Hay dos nombres con K (inicial o
final) de escritores checos del siglo XX que nunca se le caen a Kundera de la
boca. Uno es Kafka y el otro es Hašek: “el mejor autor cómico universal”, según
Kundera.
Jaroslav Hašek, humorista satírico y agitador anarquista,
es el autor de “Las aventuras del buen soldado Švejk”, la novela más popular de
su país. Su carismático protagonista (Josef Švejk) ha logrado trascender los
límites de la literatura para transformarse en antihéroe cómico del folclore nacional.
La risa del pueblo es caprichosa y no tiene nada de aristotélica ni de aristocrática.
Su severo veredicto lo dicta a carcajadas.
No es necesario decir que Švejk personifica los
rasgos de la identidad checa sojuzgada por el imperio austrohúngaro y, en este
sentido, representa un avatar de cualquier colectivo o individuo aprisionado
por la violencia militar y la opresión histórica que recurre al poder de la
risa para diluir el peso autoritario de las cadenas que ahogan su libertad.
Todavía se discute entre los especialistas si Švejk
surgió de la cabeza de Hašek tal cual, como un acto de sublevación creativa
contra la realidad, o tuvo su modelo biográfico en algún personaje que Hašek conoció
en sus andanzas por las bulliciosas calles y tabernas de Praga o durante sus
desventuras en la primera guerra mundial. Hašek mismo es una personalidad
original: no solo combatió en la “gran guerra” a regañadientes sino que, apresado
por el enemigo, acabó sirviendo por convicción en el ejército rojo.
Más interesante que la inspiración posible del
personaje de Švejk es el proceso de su creación novelesca. En primer lugar, Hašek
publica en 1912 un hilarante quinteto de caricaturas de trazo grueso (recogido
en la primera parte de este espléndido libro) titulado “El buen soldado Švejk y
otras historias extrañas”, donde ridiculiza los valores del ejército y el
imperio a través de un recluta idiota que cuanto más quiere servir al emperador
más problemas ocasiona a la institución militar.
En 1917, estando prisionero, escribe la novela
corta “El buen soldado Švejk en cautiverio” (incluida en la segunda parte del
libro), donde se narran las absurdas vicisitudes de Švejk desde que estalla la
guerra tras el atentado de Sarajevo hasta que es hecho prisionero por los
rusos. Ya desde el principio, Hašek pone el listón del humor muy alto con esa escena genial, detonante de la trama, en que Švejk, tras cuatro
años de vida civil pasada de borrachera en borrachera, se ve envuelto un día en
un incidente absurdo: empujado por un anarquista amigo suyo, mientras va
sentado en una silla de ruedas a causa de su agudo reuma, provoca en el centro
de Praga una tumultuosa manifestación patriótica al grito de “A Belgrado, a
Belgrado” que levanta sospechas de subversión entre los necios policías y acaba con él detenido e interrogado en
comisaría.
La sátira del imperio austrohúngaro en
descomposición se tiñe aquí de un humor más acerbo y propagandístico: “la
historia nos enseña que a los locos menores no se les ha reservado ningún
puesto en sus páginas. Allí solo aparecen perfectos rufianes, grandes ladrones,
pirómanos desmedidos y mayúsculos asesinos que, cuanto más muertos tienen en su
cuenta, tanto mayores son sus títulos de príncipes, reyes y emperadores”.
Tras su regreso a Praga en 1920, Hašek se
entrega a la bebida y a la vida bohemia para sobrellevar las secuelas bélicas, siguiendo
un programa suicida aprendido de su padre, y emprende la escritura de su famosa
obra, que, por desgracia, quedará inconclusa a su muerte en 1923.
Como Jerry Lewis o Andy Kaufman, Hašek causa la
hilaridad exagerando el conformismo de su personaje, un pícaro a su pesar. Cuanto
más se empeña Švejk en servir al ejército y al emperador, más desconcertantes
se vuelven sus actos para sus jefes y más divertidos y corrosivos para los
lectores.
El humor de Hašek encarna, como dice Kundera, el
espíritu de la no-seriedad: el humor “de los que están lejos del poder, no
aspiran al poder y consideran la Historia como una vieja bruja ciega cuyo
veredictos morales les provocan carcajadas”.