[Chuck
Palahniuk, Eres hermosa, Random
House, trad.: Javier Calvo, 2016, págs. 247]
Recomiendo leer esta
novela en sesiones intensivas, alternándola (para tener una experiencia lo más
completa posible de la explosiva cuestión en juego) con el consumo dosificado de la excitante primera temporada de The Girlfriend Experience…
Palahniuk es un moralista. Un moralista sin
moralina, eso sí. Un moralista provocador e irreverente, no un monaguillo fariseo
disfrazado de escritor de éxito, ni un sacerdote de la corrección política o un
pastor propagandista del buen rollo biempensante y el apostolado sentimental de
la izquierda y la derecha. Todo lo contrario.
Palahniuk es un moralista intempestivo de la
estirpe de Sade, Burroughs, Ballard o Coover. Alguien que utiliza las técnicas
y recursos de la ficción para conducir al límite de lo posible un experimento literario
que se propone transgredir y vulnerar los códigos morales mayoritarios con el
fin de crear un retrato de la vida contemporánea tan correctivo como corrosivo.
Cuando Palahniuk se enfrentó al rechazo
editorial, en sus comienzos, debido al perturbador contenido de su primera
novela, aprendió la lección principal de un novelista auténtico. Nunca cedas
sobre tus deseos de fastidiar al orden cultural establecido. Ni tampoco
conviertas la transgresión o la subversión en fines estéticos. Son solo efectos
especiales del juego narrativo desplegado. Cuando Monstruos invisibles fue repudiada por un sistema editorial timorato,
en vez de ablandar su literatura, Palahniuk la hizo aún más desafiante y atrevida
y de ahí surgió, hace ya veinte años, el violento manifiesto de El club de la lucha, adaptada después al
cine con suprema malicia por David Fincher.
En su nueva novela, la factoría Palahniuk no solo
no se arredra en el ritmo incesante de producción sino que da un paso adelante
para afrontar una desaforada sátira sobre las relaciones peligrosas del sexo y
el consumo, el sexo como motor del consumo y el consumo como sucedáneo del
sexo.
¿Qué tema más delicado puede haber para un moralista
de signo inconformista que el placer femenino? O lo que es lo mismo: la
libertad absoluta de la mujer para eludir su función reproductora y su condición de objeto de deseo
masculino y, al mismo tiempo, ofrecer a su cuerpo la plenitud sexual y
sensorial que la cultura patriarcal ha reprimido durante siglos en pro de la monogamia, la maternidad y el cuidado de la prole.
La trama puede parecer grotesca o estrafalaria
(una innovadora y adictiva marca de juguetes sexuales manipula los deseos de las
consumidoras hasta convertirlas en insaciables prisioneras de sus placeres
privados), pero en las diestras manos de Palahniuk esta indagación en los
misterios libidinales de la psique femenina y el subyacente poder masculino se
transforma en el relato del empoderamiento de su quijotesca heroína, la
inefable Penny Harrigan, esa chica ingenua que actúa convencida de que jamás
“en la historia de la humanidad había existido una mejor época para ser mujer”.
El clímax clitoridiano de Penny, su
ascenso irónico de joven modosa a gran reina global del goce femenino guiada
por un omnímodo multimillonario, trasunto de Donald Trump, demuestra que
Palahniuk explota hasta el paroxismo los mecanismos íntimos de la novela
destinada a las mujeres, desde las modas de la Ilustración dieciochesca, con
las Pamelas, Shamelas y Clarisas de rigor, a los modos anacrónicos de las pálidas
Anastasias del espectral Grey, dudosa saga de éxito mundial sobre la que Palahniuk vierte aquí comentarios
mordaces.
Como su maestro Ira Levin, autor de Las poseídas de Stepford, con la que
esta novela guarda estrecho parentesco, Palahniuk sabe que el medio más eficaz de
afrontar un “Gran Problema” es crear una metáfora narrativa que no asfixie ni
desespere al lector haciéndole sentir impotencia moral.
Eres
hermosa
aborda sin prejuicios un asunto traumático de nuestro tiempo (el “exceso
artificial de estimulación” como forma efectiva de servidumbre en la sociedad
de consumo), pero lo hace con tal sentido del humor e ingenio narrativo que
acaba convenciendo al lector de que se puede vivir en este mundo sin sucumbir a
sus peores síndromes.
Lo dicho: Palahniuk, un moralista sin moralina.