[Thomas Ligotti, La
conspiración contra la especie humana, Valdemar, trad.: Juan Antonio
Santos, 2015, págs. 305]
Art is the Eden where Adam and Eve eat the serpent.
-Alexander Theroux-
Ahora que se ha puesto de moda la teleserie True Detective es un acierto publicar en
español al maléfico maestro espiritual que inspira las parrafadas metafísicas y
la filosofía negativa del histriónico detective interpretado allí por Mathew McConaughey.
Thomas Ligotti es el más notorio escritor actual de “ficción extraña”: un
artista del terror psicópata y el horror sobrenatural, una mente bipolar que
construye auténticas pesadillas infernales con la imaginación delirante y la
elegancia matemática de un visionario del mal (como las incluidas en la
perturbadora y escalofriante colección de ficciones Noctuario,
publicada aquí también por Valdemar en 2012).
Leyendo este magnífico ensayo de prédica amoral de
Ligotti, donde se retrata a la criatura humana como una marioneta desangelada
cuyos hilos existenciales los mueven fuerzas tenebrosas, me ha venido a la
cabeza un relato excepcional: “El maestro de marionetas” de Andersen. En este apólogo
estético, la vida real de los muñecos, transformados en seres carnales por un
deseo descarriado de su dueño, no es finalmente más atractiva ni estimulante que la vida
fantástica de los toscos simulacros labrados en madera.
Ligotti se inspira para escribir su implacable tratado
sobre la inutilidad de la existencia en el filósofo noruego Peter Wessel Zapffe,
pesimista a ultranza, y en su obra El
último Mesías (1933). Para Zapffe el problema de la existencia mundana no
reside solo en su irremediable vanidad, la intrascendencia absoluta en que se
desenvuelven los días y las noches de los seres humanos desde el nacimiento
hasta la muerte, sino en la gran tragedia que supone la irrupción de la conciencia
como signo acusador de la mortalidad individual y la finitud de la vida (“Es
mejor inmunizar tu conciencia contra cualquier pensamiento alarmante y horrendo
para que podamos todos seguir conspirando para sobrevivir y reproducirnos como
seres paradójicos”).
Tal como Ligotti (o su perverso alter ego académico, el “profesor Nadie”)
explica a Zapffe, la criatura nacida de mujer, por emplear la lengua
grandilocuente de Shakespeare, suele recurrir a cuatro antídotos para atemperar
o anular si cabe el dolor moral de la conciencia: aislar lo negativo o
marginarlo; anclarse en valores y creencias menores como la patria, la familia,
el amor, el trabajo, etc.; distraerse o entretenerse sin límites, ofreciendo
gratos espectáculos que obnubilen la lucidez; y, el más cruel, sublimar la
experiencia a través de actividades que den sentido a la existencia como el
pensamiento o la creación artística. Solo se engaña quien quiere. Y estos
remedios apenas funcionan. Ligotti participa, como el Sileno mitológico, de esa
sabiduría nihilista según la cual lo mejor es no haber nacido o, en su defecto,
morir pronto. Tarde o temprano, la tragedia de la mortalidad
se impone como “único argumento de la obra” (Gil de Biedma).
El pesimismo tiene un efecto tonificante en los
espíritus bien nutridos de obras intransigentes. Su lectura irónica produce
beneficios a corto, medio y largo plazo en quienes gracias al cultivo de la
literatura menos condescendiente y el pensamiento más demoledor ya no tiemblan
ante las verdades terribles de la vida. Hay lectores a los que sus invectivas
solo regocijan, confirmándoles sus peores sospechas. Son los mismos, un club
selecto quizá, que han leído como si fuera el juicio furioso de una deidad
inhumana los discursos despiadados de Sade, Schopenhauer, Nietzsche, Cioran o
Lovecraft, por citar solo a unos cuantos expatriados del ideario común.
Marionetas manipuladas somos todos, desde luego,
pero nadie que tenga el humor curtido en la frecuentación de estos autores, y
no en los sermones piadosos de los biempensantes y las homilías cursis de los santurrones, podría dejar de
estremecerse de placer dionisíaco al leer diatribas como esta: “Colectivamente, somos los
muertos vivientes, y siempre nos aguardará el trabajo, nunca acabará el
devorarnos hasta que alguien o algo nos haga el favor de exterminar nuestra
raza de ratas o nosotros mismos nos exterminemos”.
Al ser usted un estilista, y un bon vivant, Ferré, tiene la amabilidad de tratar de “estilizarme” a mí. No me hago ilusiones ¡ya me gustaría! pero por lo común más que parecerme a un Scaramouche, como usted proclama, me veo semejanzas con Goliat, no el bíblico, sino el inseparable amigo del Capitan Trueno. Eso sí, mis garrotazos procuran ser celestiales. Sin perjuicio de que con vos, intente, para tratar de estar a la altura, esmerarme con los florilegios del intelecto ¡Que ha escrito usted “Karnaval”, cojones!.
ResponderEliminarDe Borges, al que también cita “comme il faut” -no se puede ser un estilista sin congraciarse con el espíritu de Borges todas las veces que se pueda- sí que me constan muchas cosas: las que sé y las que me invento (el me autoriza a hacerlo) y probablemente tenga razón, usted, y esta correspondencia aleatoria, pero metódica, que ambos mantenemos en el transcurso “De la vuelta al Mundo” estuviese prefigurada ya por el destino desde el inicio de los tiempos -esto es, el siglo XIX-. En este caso, el maestro lo sabría, sin duda alguna, y nuestra presencia en la trama respondería a su cautela. A la necesidad de disponer de un par de nombres propios contemporáneos ¿lo somos? a los que poder endilgarles la culpa de lo que resulte horrendo de sus más recientes ocurrencias.
En lo que atañe al fondo del artículo -sabrán perdonarme si hablo más sobre mí, pero es solo por cuestión de pericia, se trata de un tema en el que me desenvuelvo algo mejor que en otros- decirle, Ferré, que no hacemos otro papel los escritores... por más que algunos se afanen, ingenuos, en procurar la innovación... que el de renovar la memoria de los muertos. La literatura no va mucho más allá de eso. Luego está la vida, los cinco sentidos: sensualidad, sensorialismo... guaaau... y a este respecto no creo que el asunto pinte tan mal como dice ¡Qué le hablen de Cioran mientras está usted en La Ménsula ¿existirá todavía? tomándose unas tapas con una mujer que le gusta! La vida al margen de los pensamientos, no es tan chunga, en serio. Pero esa ya...¡es otra historia!
Su seguro servidor. julian bluuff