[A. M. Homes, Este libro te salvará la vida, Anagrama, 2007, pág. 394]
Conviene andarse con
tiento antes de concluir cuál pueda ser el designio de esta nueva novela de
Homes, entre otras cosas por el fácil equívoco inducido por el título y la
flagrante contradicción con que el lector se encuentra, sin haberla previsto,
en el catastrófico desenlace. Lo más sorprendente, en todo caso, es que tras la
escritura de esta novela deslumbrante Homes sintiera (en su nuevo libro, “La
hija de la amante”, inédito aún en español) la necesidad de adentrarse en los
territorios más descarnados de la autobiografía para poner en orden su pasado y
recuperar la turbia memoria de su madre biológica. Tratándose de Homes era
inevitable que esa revisión fuera conflictiva y la recuperación afectiva más
bien problemática. No es Homes una escritora a quien se pueda exigir la función
pacificadora y la amabilidad moral que muchos esperan hoy de la narrativa.
La literatura de
Homes, por el contrario, tiene la inteligencia de transformar en música
extremadamente refinada los acordes y desacordes de nuestro sistema nervioso
central, y la valentía de desnudar y arrancar los nervios y ligamentos íntimos
que nos conectan al mundo y acoplarlos a un instrumental lingüístico capaz de
producir en serie estremecedoras verdades sobre nosotros y nuestro modo de
vida. Sólo una prosa brillante y seductora haría admisible para muchos lo
intolerable de sus motivos habituales.
En esta quinta novela
Homes ajusta su voz singular y su estilo clínico a las derivas de un hombre
corriente, Richard Novak, que tras sufrir una mañana un amago de infarto
comienza a experimentar una modificación sustantiva de sus complicadas relaciones
con el exterior. Estamos en Los Ángeles, una de las capitales del siglo XXI. El
viaje físico de la ficción llevará a Novak de una lujosa vivienda en las
colinas a una mansión marítima en Malibu. El viaje metafísico, en cambio, lo trasladará
de la indiferencia y la apatía anímicas en las que vive instalado a la bondad,
la simpatía y la resignación ante su anodino destino como individuo.
Admitiendo la ironía
de la comparación, es como si Homes hubiera reescrito “Los últimos días de Pompeya”
ambientándola en el caótico entorno californiano y sustituyendo su desfasada visión
decimonónica por una estética contemporánea más afín a David Lynch y Paul
Thomas Anderson que a Joan Didion y Bret Easton Ellis. Una narración que
transita sin escándalo entre el “minimalismo” alucinado de las percepciones y
las descripciones y el surrealismo hilarante de las situaciones y las
conductas. Por esto, abundan en esta crónica de la “vida líquida” lúcidos
análisis sobre la absurda racionalidad del consumo y la mentalidad corporativa,
la ideología dominante del “sálvese-quien-pueda”, o la bancarrota familiar y
conyugal en un mundo regido por los valores del éxito y el fracaso, la posición
profesional y la fortuna personal. Por otro lado, realidades excluidas como la
naturaleza, el azar, el deseo o la fantasía irrumpen de improviso para poner en
cuestión el orden de la realidad dado por cierto. En este sentido, Homes crea
una fábula que es también un acertado modelo de representación de la compleja realidad
del nuevo siglo.
No hay salvación en
este libro, por tanto, ni en ningún otro (convendría releer “Cosas que debes
saber”, su libro anterior, para recuperar esta idea subversiva sobre la inexistencia
de textos maestros). Del mismo modo que no la hay, como evidencia su cómico
final, para un modo de vida instalado en una frontera tan frágil que su derrumbamiento
resulta imperceptible. Lo terrible es que el Apocalipsis con que Homes decide
clausurar su mundo narrativo es lo único que le da sentido. Este final devastador
no es tanto la oportunidad de un nuevo principio, más bien utópico, como una condena
mordaz a toda una cultura. Una sentencia contundente que, irónicamente, queda
suspendida, o casi, como la vida del protagonista. Tras la catástrofe que arrasa
Malibu en las últimas páginas, Novak permanece flotando en el océano Pacífico, como
el Ismael de “Moby Dick”, agarrado para no perecer a una precaria tabla de
salvación que podría o no ser esta novela de título ambiguo y corrosivas
intenciones.
Hola a todos. Hola a Juan.
ResponderEliminarYa, unos años antes, Echenoz se había cargado Marsella, unos cuantos barrios por lo menos, de un terremotazo.
Eso mola de ser escritor. Que la bouillabaisse no sabía a nada y el maitre era un listo, le pegamos una repasadita a Marsella. Que la playa estaba llena de desperdicios, la habitación de hotel que reservamos no era para tanto y en la piscina proliferaban los niños gritones y los padres pedorros, le hacemos a Malibú una aguadilla en condiciones.
Luego resulta que es mentira, pero mientras permaneces abstraido delante de la pantalla, impartiendo "justicia" a tu santa voluntad, te lo tienes que pasar divino. Nunca mejor dicho.
Trataré de leer algo de Homes. Con Zadie no puedo, me resulta opresivamente pija. Hasta en el estilo ¡Qué tiene güevos!