Pretender resumir las 1337 páginas de esta novela inmensa (Contraluz) es una empresa imposible. Para empezar, Pynchon ha necesitado esa extensión para dar cuenta minuciosa de uno de los períodos más decisivos y fascinantes de la historia moderna, el comprendido entre 1893, cuyo hito detonante es la Feria de Chicago, y las postrimerías de la primera guerra mundial. Es decir, el final traumático del siglo diecinueve y el abrupto arranque del veinte.
La novelística germánica de Mann, Broch o Musil, tan atenta a los movimientos anímicos con secuelas externas devastadoras, ya nos había acostumbrado a considerar ese conflicto bélico como el pivote sobre el que había basculado de modo violento la historia occidental. Hacía falta, no obstante, para completar el cuadro, la perspectiva de un nativo de la nación que estableció su dominio mundial a raíz de la debacle europea. Y nadie mejor que Pynchon, con su lucidez irónica[i]. Entre otras cosas, porque lo que le faltaba a la perspectiva de matriz centroeuropea no era inteligencia humanista ni conocimiento científico sino la extrema sensibilidad a las mutaciones tecnológicas y geopolíticas en curso que mostraba el norteamericano desde su primera novela. De hecho, algunos capítulos de V. ya anunciaban la elegancia estilística y las maneras primorosas de una narrativa laberíntica que avanza por la geografía y la historia con tanta levedad como eficacia, más interesada en pulsar los nervios adecuados y acariciar las superficies con tiento musical que por sumergirse a ciegas en los subterráneos del tiempo. Una síntesis novelesca donde los formatos de la narración popular (aventuras, western, intriga criminal, ocultismo, viajes y exploraciones, fantasía, espionaje, erotismo, ciencia-ficción, etc.) se funden con las formas narrativas más elitistas, artísticas o cosmopolitas (además de los citados más arriba: Proust, James, Maugham, Zweig, Chesterton, Foster, Ford, Conrad, Roussel, Lawrence, entre otros modelos posibles o imposibles) para conformar un gran crisol paródico de la literatura y la vida de la época.
Como corresponde a un mundo donde la electricidad se expande como una moda frívola, la cualidad estética principal de esta novela de Pynchon es la de la ingravidez de los cuerpos y los caprichos de la iluminación, como uno de esos rollos pintados que se desenredan a toda velocidad ante un foco de luz proyectando imágenes animadas sobre una pared en blanco. Un estilo etéreo y luminoso que sobrevuela con gracia incomparable el abigarrado mapa de ciudades y territorios de esta ficción concebida a escala planetaria. Es significativo, por esto, que la novela comience flotando en el aire, en un globo aerostático que se eleva en dirección a Chicago, y finalice también suspendida en el aire, a bordo de otra aeronave fabulosa, volando esta vez “hacia la gracia”, fuera del tiempo y la historia.
No hay una trama única, desde luego, sino un asombroso trenzado de líneas narrativas, conducidas por una galería inagotable de personajes excéntricos más o menos conectados por las desventuras transnacionales de los hermanos Traverse (hijos errantes de un minero anarquista asesinado por las fuerzas aliadas del Capital y la burguesía): desde dinamiteros vagamente ácratas, sectarios pitagóricos, exploradores árticos fascinados por el espato de Islandia, oscuros visitantes del futuro, vástagos vengativos y pistoleros a sueldo de las corporaciones mineras a buscadores de oro y de ciudades místicas enterradas en las arenas del desierto asiático, inventores chiflados, plutócratas corruptores y envilecidos y matemáticos enfrentados en disputas teóricas transnacionales, pasando por artistas intransigentes a la busca de una representación de la realidad acorde con los tiempos, “criptosufragistas” insurgentes, hermosas lesbianas obsesionadas con ecuaciones incompletas[ii], manipuladores del azar y la fortuna, detectives psíquicos, seductoras antropólogas hechizadas por el mito mesoamericano de Aztlán, siniestros agentes a sueldo de diversos poderes o aventureros aeronáuticos como los inefables “Chicos del Azar”, protagonizando hazañas extraordinarias en pos de la inmortalidad y la eterna juventud en compañía del fiel “Pugnax”, un perro hablador y buen lector de Henry James.
Estas líneas se ramifican y desdoblan, se cruzan y entrelazan, intersecan o divergen hacia el infinito, con bilocaciones, bifurcaciones, espejismos y reflejos que retuercen sus lineales trayectorias, ofreciendo una imagen cristalina del tiempo en movimiento como nunca el arte narrativo había ofrecido con tanta profusión y exactitud, aplicando en la reconstrucción histórica los principios de una concepción infinitamente divisible del espacio-tiempo. Y esto no sólo porque el desarrollo de las múltiples historias sea contemporáneo de la implantación del cinematógrafo y su montaje sincopado, sino porque los descubrimientos científicos y técnicos referidos se revisten también de un cierto aire “patafísico” y especulan con los viajes en el tiempo y a otras dimensiones imaginarias para acabar de complejizar la visión de una realidad que se desplaza, con todos sus personajes a bordo, entre ejes conocidos y vectores desconocidos, como una réplica experimental de las teorías matemáticas más avanzadas de la época.
El tiempo narrativo de esta deslumbrante saga novelesca aparece así como un cristal, hecho a partes iguales de dimensiones reales y virtuales y dotado, en apariencia, de “un poder de crecimiento infinito”, según decía Gilles Deleuze[iii] del cine de Fellini, creando una imagen del tiempo histórico que funciona como espectáculo de variedades y permite a la vez acceder a la espontaneidad de la vida, la inocencia del devenir que no tardaría en desaparecer de un mundo donde los postulados de la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica apenas comenzaban a ser conocidos.
En este sentido, uno no puede lamentar que la novela, con todo su humor tonificante, su fastuosa imaginación y su alegría vital, termine cuando hay tanto que contar todavía, en vísperas de los años veinte, el bullicioso pórtico hacia el Infierno de otra matanza mundial aún más destructiva. Pynchon ya ha narrado en parte ese período crucial en El arco iris de la gravedad, con mayor locura si cabe, y prefiere detener su carrusel sinfónico en un momento de felicidad emergente. Con lo que el bucle eterno iniciado en V. se enreda y vuelve ahora mucho más grácil.
[i] No me resisto a reproducir aquí su versión anarquista de las causas de la primera guerra mundial y, por extensión, de cualquier guerra militar del siglo XX y del XXI; y también, por qué no, de cualquier “guerra” económica, como la actual crisis global de los mercados, en nombre de la cual se llevarán a cabo toda clase de injustos ajustes y reajustes que sólo favorecerán a los de siempre: “Si una nación quiere perdurar, ¿qué otras medidas puede tomar más que movilizar a la población y declarar la guerra? Los gobiernos centrales nunca estuvieron pensados para la paz. Su estructura es la de un estado mayor, la misma que la de un ejército. La idea nacional se basa en la guerra. Una guerra general europea, en la que cada trabajador en huelga se convierte en un traidor, se ondean banderas amenazadas, se airea el miedo a la profanación de los suelos sagrados de las patrias, será el pretexto ideal para borrar el Anarquismo del mapa político. La idea nacional renacería. Uno se estremece ante las formas pestilentes que surgirían después, desde la ciénaga de una Europa en ruinas” (pp. 1160-1161, trad. Vicente Campos)
[ii] La fascinante agente vital Yashmeen Halfcourt, la gran presencia femenina de esta novela poblada de grandes presencias femeninas, entregada con la misma intransigencia al ideario anarquista y feminista como a la intensidad de la vida, a la mística irresoluble de los problemas matemáticos como a los imperativos revolucionarios de su tiempo: “No se hacía ilusiones sobre la inocencia de los burgueses, pero aún así se aferraba a una fe ilimitada en que era posible ayudar a la Historia a cumplir sus promesas, incluida, algún día, la justicia para los oprimidos. Se trataba de la antigua necesidad que ella tenía de algún tipo de trascendencia; la cuarta dimensión, el problema de Rieman, el análisis complejo, todo eso se había presentado como una vía de escape de un mundo cuyos términos no podía aceptar, donde habría preferido que incluso el deseo erótico no tuviera consecuencias, al menos ninguna de tanto peso como el deseo de tener un marido, hijos y todo lo demás, que parecía acuciar a otras jóvenes de la época” (pp. 1165-1166, trad. Vicente Campos). Como declara la libertina Yashmeen a una intrigada colega de lucha: “Ésta es nuestra propia era de las exploraciones…en el país sin cartografiar que espera más allá de las fronteras y los mares del Tiempo. Emprendemos nuestros viajes hacia allí a la luz tenue del futuro y volvemos a la época burguesa y su inmensa ilusión de seguridad para contar lo que hemos visto. ¿Qué son todos nuestros «sueños utópicos» sino formas defectuosas de viajes en el tiempo?” (p. 1166, ibid.).
[iii] Nadie se extrañe de la mención de Deleuze en este contexto. No es otro vano gesto teórico al servicio de la pedantería, como suele reprocharse haciendo ostentación de un anti-intelectualismo impropio de gente de cultura e inteligencia, sino el reconocimiento de que Pynchon es, como gran heredero de Herman Melville, el novelista más deleuziano de nuestro tiempo, la encarnación literaria de la figura intempestiva del “anómalo” definida por Deleuze: “El Anómalo está siempre en la frontera, en el límite de una banda o de una multiplicidad; forma parte de ella, pero ya está haciéndola pasar a otra multiplicidad, la hace devenir, traza una línea-entre” (Diálogos, p. 52). Y Against the Day constituye, como no podía ser de otro modo en una vasta ficción organizada en torno a errancias individuales entre múltiples fronteras territoriales, históricas, políticas, tecnológicas, culturales y sexuales, la gran novela contemporánea sobre devenires, planos de consistencia, máquinas de guerra, aparatos de captura, agenciamientos y líneas de fuga.
Gracias por la reseña de 'Against the Day'. Has despertado en mí unas ganas enormes de leerla. Aunque antes debería enfrentarme a 'El arcoiris de la gravedad'. Por cierto, ¿cuál de las dos me recomiendas para iniciarme en Pynchon?
ResponderEliminarGracias a ti, por leerme. Las dos novelas, cada una en su género, son una maravilla. Difícil elegir. Más novelesca y legible es Contraluz. Arco Iris es un clasicazo experimental del siglo pasado, con lo que quizá deberías empezar por ella, aunque es más compleja, sin duda, es también una cumbre literaria ineludible...
ResponderEliminarUn abrazo,
JF
Aunque tengo muchas referencias literarias o musicales no puedo evitar ser un tío de ciencias. Yo soy físico, no se cuanto tiene que ver con el placer de leer a Pynchon.
ResponderEliminarLo que si sé es que "Godel Escher y Bach" es mi libro favorito desde que salió en España,cuando yo tenia 17 o 18 años.
Ya lo dije la última vez que escribí por aquí, que bueno todo esto que estás escribiendo de Pynchon.
Sólo por la época, la nacionalidad de los autores y las referencias históricas sobre tecnología disponible, volver a recomendar un libro de hace siete años:
ResponderEliminarRiver of Shadows, 2003
http://www.powells.com/biblio/62-0142004103-0
Reseña en NY Times
http://www.nytimes.com/2003/03/30/books/he-shoots-horses-doesn-t-he.html
Otra reseña
http://www.nytimes.com/2003/03/08/books/shelf-life-the-photographer-who-found-a-way-to-slow-down-time.html?fta=y&pagewanted=1
Reseña en Salon.com de Wanderlust, a history of walking. Un libro del año 2000
http://www.salon.com/books/review/2000/04/27/solnit
Ya lo mencioné en Diario de lecturas, y si lees al ritmo que creo, es probable que lo conozcas, incluso que no te haya gustado, quién sabe. Pero como lecturas adyacentes, te puede sugerir algo más, a falta de un nuevo Pynchon no tan vicioso ni inherente. Un saludo y hasta otra.
Gracias, José. Me conmueve tu declaración de que eres "un tío de ciencias". Yo, es verdad, soy un tío de letras, pero con una curiosidad por las ciencias bastante grande, hasta el punto de que el maravilloso libro de Hofstadter que citas como favorito me fue de tan gran influencia cuando se publicó (yo tenía por entonces veintipocos) como cualquier otro autor literario del momento. No hace mucho, en una tertulia pública en Brown, Jorge Volpi y yo coincidimos en que era uno de nuestros libros preferidos, así que imagínate el resto...
ResponderEliminarPynchon es el autor perfecto para reconciliar a las dos culturas de Snow en torno de la mejor literatura, aunque esto no suela gustar, por prejuicios, a muchos tíos y tías de letras ni de ciencias...
Me alegra, Carlos, tenerte por aquí de nuevo, con toda tu erudición libresca y cibernauta. Recuerdo haber manejado, aunque no sé si llegué a leerlo por entero, el libro de Sint sobre Muybridge, un personaje que me fascina desde que mis lecturas duchampianas me lo descubrieron. Todo lo que fue capaz de organizar para poder comprobar si el caballo posaba o no en la galopada las dos patas delanteras es digno de una película de Greenaway o de una novela de Pynchon, y el libro de Sint le hace justicia. Lástima que no haya una ficción de esa categoría que aborde su vida y, sobre todo, sus obsesiones traducidas en investigaciones fotográficas y cinematográficas...
ResponderEliminarEl de Solnit está muy bien, y no solamente por tratar un personaje fascinante, y con muchas más caras de las que uno podría pensar desde esta distancia (ídem con Edward S. Curtis o Audubon, o en el lado incandescente de la vida, la oscura guerra de patentes y algo más Tesla, Edison et al),también por las especulaciones y párrafos que relacionan su época con nuestro tiempo, logrando una simultaneidad realmente vertiginosa, y, en ese aspecto, alegremente pynchoniana, ya que estás con el asunto. Un saludo y hasta otra.
ResponderEliminarCarlos: A mi Word, que es donde redacto todos mis comentarios antes de pegarlos aquí, le ha dado no sé por qué por reescribir Solnit como "Sint" las dos veces que la menciono en el comentario anterior al tuyo, ¿será una pecadora sintética esta Rebecca y sólo la máquina lo sabe y puede juzgarla?...
ResponderEliminarBromas aparte, no es extraño que Pynchon eligiera esa época fascinante de invenciones y mutaciones para ambientar su novela. Los excéntricos personajes que citas son fundadores de un nuevo tiempo, cada uno a su manera, de una nueva vuelta de tuerca de la revolución industrial que iba a acabar afectando a la cultura y a los modos de vida de una manera increíble hasta nuestros días y más allá. Habría que reconocer que Pynchon es el novelista idóneo para comprender ese proceso interminable. Y el libro de Solnit, como otros muchos desde que Walter Benjamin inaugurara una nueva forma de abordar la modernidad tecnológica, es también fascinante, en efecto, en sus análisis y proyecciones...
¿Estará vigilante el terrible Wordazul de Rebecca? Siempre me surge una frase que leí en un artículo (todo queda "en familia") sobre David Lynch, en la que, atribuída a Jacques Tourneur, se decía "no se elige trabajar en fantástico". Y eso es lo que hace idóneo, como escribes, a Pynchon para retratar esa modernidad de barco de vapor. Hay unas cuantos detalles, y una simpatía, que lo emparentan con el mejor Twain, no necesariamente el clásico.
ResponderEliminarOtro asunto, sin embargo, es el de pensar, post-Pynchon en la vigencia o no de ese tipo de narración abarcadora, que de alguna manera Doctorow, en un tono muy diferente llega a conseguir mejor que otros autores. Supongo que es cuestión no sólo de impulso, unido a un gusto lector que va hacia otros rumbos. Y ahora que ya sé quién es la oculta agente Sint, esa compañera del Vond vinelandesco, te dejo. Un saludo y hasta otra.
Reviso tu último comentario y, en especial, el asunto planteado en el último párrafo. Sí, la posteridad de Pynchon es problemática. DFW, con mucho más talento que la mayoría, trató de responder a ese desafío a su manera y acabó quemándose en la pira gigantesca de "Infinite Jest". Otros lo han hecho de otro modo ("House of Leaves" es un paradigma nada desdeñable, desde luego). No sé si es posible o no sostener, como planteas, la vigencia de esa narración polihistórica, lo que sí sé, tras la relectura de "Against the Day", es que sus logros y alcance empequeñecen de tal modo cualquier otro intento novelístico de la última década que es difícil pensar que habría que resignarse a no hacer algo para oponernos a la entropía. Lo que conozco de Doctorow no me permite entender muy bien lo que pretendes decir al citarlo. Incluso "Vineland", menor para algunos, da lecciones de (intra)historia que Doctorow no podría alcanzar con todo. No sé, lo que habría que empezar a pensar es que Pynchon es una cima de la novelística occidental. Un Joyce de otro nivel o estadio tecnológico y cultural, y aunque mucha gente tiene clara, a pesar de todo, la necesidad del primero, la del segundo sigue estando en cuestión. Así es como lo veo en vísperas de que el mayor espectáculo del mundo consagre a un país que, como un ente de Pynchon, se mantuvo fuera de la historia durante demasiado tiempo. Este sí que es un tema para un novelista postpynchoniano...
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