[Varios autores, True
Detective, Errata Naturae, 2014, págs. 387]
Que el
rojo amanecer adivine
Lo que
haremos
Cuando
esta luz azul de las estrellas muera
Y todo
haya terminado.
-ROBERT W. CHAMBERS-
El éxito de teleseries como Breaking
Bad o True Detective se debe
a una mutación significativa de las relaciones del espectador con el medio
televisivo. No es solo una cuestión de arte o de industria. Es una cuestión
histórica y hasta política.
En un mundo donde el sentido se escapa por los
intersticios de una realidad cada vez más parecida a una gigantesca farsa
mundial organizada por la “religión del capitalismo”, como la llamaba Walter
Benjamin, la televisión se ha convertido en el medio tecnológico idóneo para
adentrarse en las ficciones del poder e imponerles el sesgo de una mirada
gnóstica. Una mirada consciente de las falacias y trucos del mundo circundante
y, al mismo tiempo, una mirada que busca la promesa de una iluminación
cognitiva, el acceso al conocimiento a través de las imágenes de la verdad
infame que transforma al espectador en prisionero de incontables espejismos e
ilusiones.
Este espléndido libro se organiza en dos partes
complementarias. En la primera se suceden una entrevista con el escritor Nic
Pizzolatto, donde revela datos imprescindibles sobre la creación de True Detective, un interesante ensayo
del coordinador del libro, Iván de los Ríos, sobre la ambigüedad moral de la
trama, y una instructiva crónica de Ethan Brown sobre los crímenes reales, aún
sin resolver, que inspiraron la historia. Echo en falta en este apartado, sin
embargo, algún ensayo sobre las cualidades estéticas de la serie, sus formidables
logros plásticos y cinematográficos: la magnífica dirección de Cary Fukunaga,
el ingenioso guion de Pizzolatto, las grandiosas interpretaciones de Matthew
McConaughey y Woody Harrelson, etc.
La segunda parte es aún más sugestiva. Una antología
de textos literarios y filosóficos que iluminan el espíritu pesimista de la
serie: Ambrose Bierce y la ciudad maldita de Carcosa, Nietzsche y el Círculo
Vicioso del Eterno Retorno, las terribles representaciones del mundo de Schopenhauer,
los Mitos de Cthulhu de Lovecraft o
el Rey Amarillo de Robert W. Chambers.
True Detective supone el encuentro del
relato policial posmoderno a lo James Ellroy con el gnosticismo primordial y el
horror cósmico. Las fascinantes imágenes de la serie cuentan la historia de
cómo los detectives pragmáticos y obsesivos se transforman en filósofos desengañados
y el espectador también. El acierto de True
Detective consiste en subvertir, bajo la influencia de Borges, el designio
convencional de la ficción policíaca por un diseño gótico impregnado de
decadencia sureña y teología gnóstica.
Los detectives Rust y Marty encarnan en sus
investigaciones la deriva excéntrica del sentido común, la culpa colectiva y la
necesidad de reparación moral. Y me temo que al final el pensador de la serie es
el asesino en serie, amorfo y amoral, el psicópata metafísico que realiza sacrificios rituales con jóvenes
prostitutas para ascender a una forma de vida más elevada. Mi sospecha es que es el
monstruo y no los policías que ponen fin a su carrera sanguinaria quien encarnaría
en la ficción, de manera retorcida y patológica, como Hannibal Lecter o
cualquiera de sus secuaces, la filosofía inhumana (más allá del bien y del mal)
de Nietzsche y de Lovecraft.
Y, en especial, el pensamiento de Thomas Ligotti, el
más notorio escritor actual de “ficción extraña”, una mente bipolar que
construye auténticas pesadillas infernales con la imaginación delirante y la
elegancia matemática de un visionario del mal. Ligotti es el supremo inspirador
del pesimismo paradójico de la serie. Y el texto incluido aquí (“Breves
discursos del Profesor Nadie”) resume con lucidez la filosofía negativa de la
serie: “Todos los elementos que nos victimizan en la vida natural pueden
convertirse en el material del que está hecho el placer maléfico del mundo
imaginario del horror sobrenatural”.
Como lo veo dispuesto a darme a usted la razón incondicionalmente -un evidente signo de autosuficiencia, por otro lado; ya que únicamente los inseguros se atreven a confrontar con lo razonable- me animo a seguir participando en su blog ;-)
ResponderEliminarNo veo la tele. Aversión. Pero por lo que tengo oído y sé de la gente a la que le gusta, lo de la HBO me lo imagino un poco discasting. Pero, vamos, que probablemente no sea así, porque ¡...si fuésemos a hacerles caso a las intuiciones! y además, no sé, si lo de "True Detective" es firma de la casa, pero si que quiero hacer un apunte en relación con la frase que cierra el artículo. Veamos. No existe otro material distinto con el que imaginarnos la PESADILLA con mayúsculas)que el de los elementos que nos victimizan en la vida cotidiana. Difícil imaginar el mal entrañado en algo del todo inexistente. Si algo no existe no vamos a poder catalogarlo a priori como algo bueno o malo (no existe, no podemos guardar experiencia alguna al respecto) y, por eso, todo los monstruos literarios nacidos de la imaginación del hombre tienen que tener por fuerza su entronque en todo lo que de verdad le aterra justo cuando deja de pensar en monstruos. El miedo, la vergüenza, los complejos, la soledad, el dolor, los gilipollas... estos, y no otros, son los retales con los que se tejen los monstruos de ficción.
¿Los rayos alfacámbricos? ¿Qué cojones es eso?
¡Un abrazo!
Esta vez, ay, no puedo darle la razón, amigo Gracq. Y ya me gustaría. No le tengo ninguna aversión a la televisión y series como esta justifican la existencia del invento. Veo que su afinidad con el maestro es total, la literatura en el estómago y la televisión en el váter…
ResponderEliminarEn cualquier caso, respondiendo a su provocación sobre los materiales del monstruo, y siendo escueto, le diré que la originalidad en este caso reside en convertirlo en un heraldo posthumano, si quiere, una suerte de profeta del apocalipsis de la cultura y la moral humana, un perverso adalid del futuro. Es decir, algo que, trazando un arco desde Nietzsche hasta Kurzweil, puede pasar por realismo escatológico de nuestro tiempo…Y por supuesto, los retales con que se reviste este monstruo en particular son los miedos de la clase media mundial a que nada de lo que garantizaba su existencia y bienestar sea otra cosa que un infundio de proporciones abismales. El suelo se hunde bajo sus pies y el infierno se parece demasiado a una pesadilla soñada por un idiota en busca de votos…
Divago. Es la hora. Estoy cansado…
Hasta otra!!!
Abrazos.
Desde sus orígenes modernos, modernísimos, la clase media permaneció y permanece (¿permanecerá? ¡quién sabe!. A lo mejor lo deja de hacer, es porque habrá dejado de considerarse asimisma "clase media": lo promediado, lo neutro) en el limbo, siempre en el limbo. Que es, justo, donde más a gusto se encuentra uno si es un tipo medio ¿lo vee? normal.
ResponderEliminarModestas disculpas por mi precipitación en la respuesta, propia de la exciatación que al deiletante, si es hombre (o mujer) de buen corazón, ha de provocarle la afinidad del consagrado. Soy de los que creen en este tipo de cosas.
Imagínese usted, Ferre, que uno fuese un tía. Treintañera, intelectual, con el especto de la Faithfull, de joven, y unas piernas perfectas... ;-)
Para sintetizar un poco todo esto quiero poner en boca del mismísimo Pizzolatto lo que dice en el libro que reseñas, amigo Juan:
ResponderEliminar"Creo que lo que True Detective señala una y otra vez es que todo es una historia: lo que te cuentas a ti mismo sobre quién eres, lo que te cuentas a ti mismo sobre qué es el mundo; una investigación, una religión, una perspectiva nihilista... Ésas son las historias que te cuentas a ti mismo. Y hay que tener cuidado con las historias que te cuentas."
Abrazos
Amigo Francisco, muy bien traído, pero yo al revés de Pizzolatto veo que el problema no está en las historias que nos contamos sino en las historias que nos cuentan. Las mentiras con que nos hacen aceptar el orden del mundo como inevitable. De eso tratan, en mi opinión, las series más inteligentes de la televisión…
ResponderEliminarAmigo Gracq, no se ponga la minifalda, por favor...
ResponderEliminar