Viendo el otro día El lobo de Wall Street (una
orgía capitalista de metraje excesivo: tres horas agotadoras de exhibicionismo enajenado
y pura desmesura financiera puesta al desnudo en su pulsión desenfrenada de
acumulación libidinal, inmersión salvaje en la plusvalía del deseo, la avidez
insaciable y el delirio esquizofrénico del mercado, la inanidad existencial y
la demencia del dinero, etc.) pensé todo el tiempo en Jota Erre de William
Gaddis, que había terminado de releer a finales de año. Y en otras novelas memorables
inspiradas quizá en ella: Cosmópolis, American Psycho, John´s Wife. El cine de Hollywood, como el público, está enamorado del éxito y, lo
reconozca o no, admira a los triunfadores como Belfort. Con esta película problemática,
el gran Scorsese se aproxima al máximo, desde su espectacular antítesis, a los postulados
de la estética dialéctica de Brecht. El irónico plano final es de una crueldad
insoportable (cuestionando directamente la hipocresía moral del espectador:
¿queda alguien en la maldita sala capaz aún de juzgar lo que ha visto?, ¿no es
acaso la vida que todos querríais tener?, etc.). Ese es el límite que el cine
americano nunca ha podido traspasar por razones obvias. La literatura, en
cambio, está enamorada del fracaso. Los escritores lo están, en cuerpo y alma. Los
lectores de literatura también. Después de todo lo que ha hecho para seducirla,
la vida ha terminado poniéndose de parte del capitalismo. La literatura (con la
excepción de algunos mediocres) no. El
gran Gaddis es de todos los escritores quizá el que mejor ha mostrado (con
toda su dificultad y oscuridad, negándose a practicar un realismo estereotipado)
la razón de esa resistencia esencial. No solo en Jota Erre, oportunamente publicada en español con una magnífica
traducción de Mariano Peyrou (Sexto Piso, 2013, págs. 1.133), también en Los
reconocimientos, Gótico carpintero, Su pasatiempo favorito, Agape
Agape. El lingüista Roman Jakobson
dijo una vez que el niño, por su relación literal con el lenguaje, es el
perfecto estructuralista. Con esta enorme novela, anticipándose muchas décadas a la
era del niño-rey, Gaddis demuestra que el niño, por su relación literal con la
economía, es el perfecto capitalista…
“Espero que a todos los lectores esta historia les sirva
para estar prevenidos y para hacer alguna aportación a las alas del tiempo,
problema, joder, es que casi todos los lectores preferirían estar en el cine.
Prestar atención, pensar algo, sacar una conclusión, problema, joder, es que
casi todos los libros están escritos para lectores completamente satisfechos
con lo que son, preferirían estar en el cine, llegan con las manos vacías y se
van igual, joder…Si les pides que hagan un mínimo esfuerzo, joder, quieren que
se lo den todo hecho, se levantan y se van al cine.”
-William Gaddis, Jota
Erre, pp. 446-447-
“Las leyes son las leyes, por qué vamos a querer hacer nada
ilegal si hay leyes que nos dejan hacerlo de todas maneras…O sea, éstas son las
leyes estas y usted tiene que encontrar exactamente la letra, y, eso es lo que
hacemos, ¡exactamente la letra!”.
-William Gaddis, Jota Erre, p. 726-
¿Qué es el dinero? Papel impreso cuyo valor efectivo
depende de un juego complejo de instituciones económicas y financieras. ¿Qué es
la literatura? Papel impreso cuyo valor simbólico depende de instituciones
culturales y cuyo valor real depende cada vez más de instancias económicas como
el mercado. El dinero es el fundamento primordial del modo de producción más
importante de la historia, el capitalismo. La literatura es el arte menos
apreciado por el capitalismo y el más cualificado, por tanto, para desnudar sus
mitos, ficciones e imposturas. Las relaciones críticas entre capitalismo y
literatura se remontan hasta el siglo diecinueve, con algunas novelas de Zola (Al servicio de las damas, Dinero, etc.) como exponentes
significativos. Esta inmensa novela de William Gaddis representa la culminación
creativa del polémico diálogo entre la gratuidad del arte y la ideología del capital.
Como El
Quijote, Fausto, Ulises o El arco iris de gravedad, por citar obras totalizadoras de similar
nivel artístico, Jota Erre es muchas
cosas a la vez, no todas reconocibles a simple vista: deconstrucción cómica del
modelo naturalista de representación de la realidad, sátira hilarante de la
mentalidad empresarial, ópera wagneriana sobre la cacofonía babélica de la vida
urbana capitalista, aguda analítica marxiana
(Karl & Groucho asociados) de los mecanismos y flujos financieros, delirante fábula
filosófica sobre el poder del dinero, devastador estudio del impacto del “valor
de cambio” en la vida afectiva, carnavalesco tratado de sociolingüística, parábola
cáustica sobre la entropía cultural y educativa, epopeya mundana sobre la
guerra anímica entre hombres de negocios y artistas, etc.
Todo comienza con una inocente visita escolar a
Wall Street, organizada por una profesora de un instituto de Long Island (la señora Joubert), con
el fin de proporcionar una lección práctica a sus alumnos sobre el significado nacional
del capitalismo. Esta anécdota desternillante, con los colegiales visitando boquiabiertos
el templo financiero para comprar entre todos una insignificante acción, tendrá
un efecto pernicioso en el cerebro de uno de ellos, JR Vansant, un solitario niño
de once años que, desde entonces, interpretará al pie de la letra los
enunciados de las leyes, la publicidad y los negocios, constituyendo una
confusa red de empresas decrépitas, operaciones inútiles y valores ruinosos que
será percibida, sin embargo, por otros agentes del mercado como una corporación
competitiva y una amenaza real para sus intereses.
Al final, el emporio especulativo de JR queda
reducido a mero papel, la frágil materia de que está hecho también el libro que
cuenta esta excéntrica aventura cervantina en los territorios burocráticos del
dólar. Así la literatura se burla con extrema inteligencia de lo más sagrado (el
dinero), recordándole su condición plenamente artificial, su valor volátil,
puramente simbólico, y recupera el poder de expresar la verdad inaceptable de
un mundo ruidoso y falso, construido sobre las mentiras propagadas por la
omnipotencia y la corrupción del dinero.
En esta ficción suprema, Gaddis compone una
virtuosa polifonía de voces disonantes que imparte, con ironía corrosiva, una
lección sobre “en qué consiste América”, cuál es, en realidad, el destino
manifiesto de la primera nación en la historia que funciona como una
multinacional y la primera multinacional que funciona bajo la máscara de una
nación, con todas las consecuencias políticas, militares, tecnológicas y
religiosas.
En la era de la globalización digital y la más
grave crisis sistémica de la historia, la actualidad de Jota Erre es total. Si cuatro décadas después de su publicación no podemos
imaginar una alternativa al capitalismo no es, desde luego, culpa del gran
Gaddis ni de los más brillantes seguidores de su estela intempestiva. Quizá
antes de pensar en cambiar el mundo deberíamos aprender a conocer mejor sus
dispositivos leyendo y releyendo novelas tan inteligentes como esta.
Sí, es la pena, y perdóneseme la arrogancia implícita: hay muy pocos lectores capaces de leer a Gaddis y demasiados espectadores deseando romperse las manos aplaudiendo a Scorsese y al señorito DiCaprio por esta película (espléndida a rachas cortas, histérica en casi todo momento, demasiado larga, demasiado superficial, inútil en cuanto denuncia, porque nadie va a ver en ella más que una exhibición de poderío cinematográfico). Qué le vamos a hacer.
ResponderEliminarQuerido Ramón, convengo contigo en la escasez de lectores sin atributos con que cuenta la obra de Gaddis, pero el escándalo estaría más bien en la carestía de lectores formados: esos filósofos, teóricos y seudopensadores de la cosa más o menos contemporánea que a día de hoy desprecian la novela como género, así sea la de maestros como Gaddis que dan cien mil vueltas a sus presuntos maestros, mientras se atiborran de tediosos tratados sobre la nulidad del pensamiento ante una realidad indomable como la del capitalismo tardío. Esto me preocupa mucho más. Por otra parte, no me negarás que un biopic del pícaro León Aulaga no tendría trazas similares a las del fresco financiero de Scorsese...
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