Nada me parece más
ridículo que evocar, aún hoy, cualquier “crisis de la novela”, como si la
novela, desde Rabelais y Cervantes, no hubiera estado siempre “en crisis”, como
si cada gran novela, en la historia del género, no se hubiera construido
precisamente contra lo que parecía la “decadencia” del género. De hecho, me
parece que los que se complacen en hablar de crisis (incluso de muerte) de la
novela no pueden hacerlo más que concibiendo la novela como una forma fijada,
canónica, y no como un arte por definición expansivo (pues no hay ninguna razón
para que cese un día la necesidad de exponer lo no dicho del discurso social o comunitario).
-Guy Scarpetta, L´Artifice, págs. 245-246 (la traducción
es mía)-
[Luis Goytisolo, Naturaleza de la novela, Anagrama, págs. 191]
Agoniza la novela de nuevo y sus deudos y
acreedores de toda especie se abalanzan sobre su cuerpo maltrecho para
interrogar las causas de esa muerte inminente. Unos elaboran teorías
sofisticadas para explicar el malestar: la debilidad de su potencia figurativa,
la escasa renovación formal, el descrédito de la ficción, la pérdida de
lectores, etc. Otros interesados razonan por lo bajo, frotándose las manos. Un
tipo de novela perece, el más exigente y culto, concebido como arte del mismo
rango que la pintura, la música o la arquitectura. Una novela creada con
criterios estéticos y no solo históricos o sociológicos. Una tercera voz
discordante se alza en defensa tardía de la novela. Su muerte es un simulacro
eficiente, una simulación urdida con el fin de perpetuarse en un contexto
hostil.
Este es el rasgo único que Goytisolo no parece comprender
del discurso novelístico en este excelente ensayo. Su necesidad periódica de
ponerse en crisis y fingirse moribundo para mejor escenificar su radiante
resurrección, renovando sus complejas relaciones con el lenguaje y la realidad del
siglo. Para ser tan desafiante y provocativo como este y conjurar el espectro
de la esterilidad. Ya fue así en tiempos de Rabelais y de Cervantes, como señala
Scarpetta en el epígrafe, cuando estos gigantes se atrevieron a reciclar la
herencia grecolatina y fundirla con materiales nuevos para deshacerse del
lastre de la cargante imaginación medieval. Y esta ha sido siempre, siglo tras siglo, la
estrategia estética para librarse del peso muerto de la tradición y retener la impureza
esencial y el espíritu irreverente de la novela.
Acierta Goytisolo, en este sentido, al establecer
el origen de la novela como un “producto de aluvión, fruto residual de la
evolución de una serie de géneros hoy desaparecidos”. Esa “naturaleza de la
novela” no es, por tanto, sino un conjunto de artificios y convenciones
modificados o añadidos con el paso de los siglos para adaptarse a las
mutaciones históricas y no desaparecer. Sin embargo, a poco que se mira a la
novela con una perspectiva más vasta es fácil observar la inagotable vitalidad
de ese formato que nació para poner en crisis, precisamente, el mundo de
valores vigente en cada sociedad. Pero para poder hacerlo con eficacia e
inteligencia necesita recurrir a nuevos dispositivos de composición narrativa
más acordes con los tiempos. La forma informe de la novela es, por tanto, su
principal garantía de inmortalidad estética, más allá o acá de la pervivencia
de ciertos modelos, estilos o autores. Así como la paradoja, acentuada por
Goytisolo, de que “la verdad novelesca”, frente a modelos dogmáticos de
conocimiento, “es irrebatible”.
Tiene razón Goytisolo al señalar las narrativas banales
impuestas por el mercado y el gusto mayoritario como una de las causas de la
aparente crisis del género junto con el fin de la concepción modernista del
mismo. Aplicando una interpretación lineal de la historia, termina
identificando, como muchos académicos conservadores, el agotamiento moderno con
el fin artístico de la novela, negando la existencia de novelas actuales que exploren
vías innovadoras de representación de la realidad o trasciendan las relaciones
convencionales con la tecno-cultura contemporánea. No obstante, la nociva
conjunción de ambos factores (regresión narrativa y mercantilismo editorial) ha
puesto en riesgo en la última década ese valor singular, crítico tanto como
creativo, que permite distinguir una gran novela, como dice Scarpetta, del lote
anodino de los simples relatos que abarrotan las librerías: el poder de
desestabilizar las certidumbres de los lectores mediante la desestabilización
de los hábitos de lectura.
A pesar del descrédito crítico y el
desprestigio intelectual que padece la novela en la actualidad, habría que
empezar a sacudirse los complejos culturales y comenzar a considerar a los
artefactos más representativos de este género rabiosamente contemporáneo
(frente a las formas agotadas de la poesía y el ensayo, centrados en la
periclitada subjetividad del yo lírico y la racionalidad monológica del yo
discusivo) como paradigmas de los modos postmodernos de procesar la ingente
información acumulada en las bases de datos de la realidad y concebir la
subjetividad como multiplicidad en constante metamorfosis.
Posdata: La grandeza de un género puede medirse,
desde luego, por el número de discursos teóricos que han tratado de esclarecer
sus señas de identidad estéticas. En el caso de la novela podría decirse que
hasta la era moderna, con la plena madurez de su desarrollo, no aparecieron las
primeras teorías consistentes, pero desde entonces no han cesado de
multiplicarse demostrando la extraordinaria vitalidad de este género de géneros
(o metagénero). Aunque Goytisolo no
menciona ninguna en particular, podrían citarse entre las más productivas la
interpretación carnavalesca de Mijaíl Bajtín, la neomarxista de Fredric Jameson
(quien, por cierto, está a punto de publicar un nuevo blockbuster sobre el realismo), la más filosófica de Thomas Pavel y
la más artística, sostenida por avezados practicantes como Broch y Kundera. En
cualquier caso, cada día está claro que la supervivencia artística de la novela depende hoy, sobre
todo, de la ambición intransigente de los novelistas en activo, de su fuerza creativa y su capacidad para no dejarse arredrar por un entorno cada vez más hostil o disuasorio…
Hace unos días tuve la fortuna de leer un artículo suyo en la revista Anthropos del 2005 acerca de metaliteratura, curiosamente era una novela de Goytisolo la que atravesaba el texto(debo confesar que no he leído a Goytisolo ni La saga de los marxs ni el ensayo ganador del Anagrama). Pero tengo una inquietud, es la ''muerte de la novela'' el resultado de la falta de osadía por parte de escritores ansiosos de reconocimiento o es sólo una trama, una técnica de supervivencia por parte del género, una especie de valle antes de la cresta?
ResponderEliminarGracias por tu comentario sobre mi ensayo. Sí, es un poco de todo lo que dices. Si te fijas en la ilustración que acompaña al post verás al fauno erecto contemplando el espectáculo de la vida, he ahí, quizá, una respuesta gráfica a tu pregunta sobre lo que significa el vigor o la flacidez de la novela como género. Lo que está claro es que no debería llamarse novela (en el sentido que trato de definir en este post y en el siguiente, inminente) una gran parte de los libros que aparecen bajo esa categoría...
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