lunes, 29 de abril de 2013

…Y EL AFTERPOP CONTRAATACA

 

 
Este es uno de los rasgos enmascarados de nuestra cultura actual, ese ballo in maschera: una gerontocracia disfrazada de cultura joven, una cultura de adictos al trabajo presentada como una cultura del ocio; una cultura donde la subjetividad, que nunca había sido tan vigilada, reglamentada y tutelada, se vende como el Jardín de las Delicias del liberalismo poscristiano. 

Toda crítica de los procesos mercantiles debe incluir, quizá en primer lugar, un cuestionamiento de ciertas esencias culturales que en alguna medida contribuyen a ellos. 

-Eloy Fernández Porta, Emociónese así. Anatomía de la alegría (con publicidad encubierta) (Anagrama, 2012, pp. 10 y 113)- 

El afterpop es una criatura esquizofrénica, un monstruo multiforme, paradójico como el capitalismo y seductor como un anuncio publicitario. Una especie de Cosa informe, de múltiples rostros y miembros inasibles. Como tal, lo mismo vale para refrendar los valores más reaccionarios del público que para diagnosticar una mutación significativa del gusto artístico o un giro cultural imprevisto. Y es que el afterpop, en sus expansiones salvajes, se comporta a veces como el íncubo obsceno que posee el cuerpo virginal de la niña Regan en El exorcista, forzándola a adoptar posturas somáticas tan espectaculares como provocativas.
 
 El afterpop, como signo de época y rasgo estético singular, encuentra en Fernández Porta su pensador más inteligente y festivo, un analista superdotado que recurre al humor sarcástico, el ingenio verbal y el destello irónico para torear intelectualmente a la cornúpeta fiera afterpop hasta obligarla a reconocer sus acendradas apetencias y deseos libidinales así como sus miserias, aporías y contradicciones flagrantes (“el romanticismo es una variable entre la contabilidad y la moda”). Las de todos nosotros, en suma, colaboradores necesarios de este conglomerado comercial y falsamente humanista donde, según Fernández Porta, negociamos la vida afectiva e íntima cual agente financiero o gestor de recursos humanos, y, sin embargo, persistimos en erigir el factor sentimental en móvil dominante de nuestras decisiones (la incisiva caricatura de Pep Guardiola como modelo biempensante y culturalmente enrollado de futbolero es de una sagacidad desternillante y más aún si se la formula como agonía o antagonía con el paradigma de mañosa alimaña de los estadios y depredador neodarwiniano del ex rival José Mourinho). Para funcionar conforme a sus expectativas de lucro, el “capitalismo emocional” necesita infundir un alma sensible en el consumidor, como un crédito personalizado a muy bajo interés inicial, con objeto de proceder después a una estrategia financiera de tentación y corrupción permanente. Esta es la perniciosa intersección entre espiritualidad y consumo característica del actual dispositivo del mercado capitalista (“la colonización del sentimiento constituye la última frontera del capitalismo”). En este aspecto de su análisis, Fernández Porta se muestra en sintonía con una parte de los postulados de Eva Illouz: “la vida emocional sigue la lógica del intercambio y las relaciones económicas”.
 
 
Con agudeza teórica, Fernández Porta acierta a enunciar sus argumentos, entre multitud de ejemplos mediáticos y artísticos, como una pugna intestina entre modelos económicos antagónicos: lo apolíneo (ahorro compulsivo, gasto sostenible, coste cero, equilibrio presupuestario, austeridad monacal de las cuentas estatales) y lo dionisíaco (inversión irresponsable, derroche frenético, endeudamiento infinito y gasto incontrolable). En ese enfrentamiento sistémico entran en colisión lo privado y lo público tanto como lo personal y lo relacional. Esto es, el orden de la intimidad, ese hogar anímico redecorado por Ikea al gusto entrañable de sus habitantes y de la entidad impersonal propietaria de la hipoteca vitalicia, frente al caos democrático de las relaciones, ese espacio promiscuo donde el otro cambia con frecuencia de cara y voz, de intenciones y deseos, y del que Facebook supone a un tiempo la plasmación tecnológica y la parodia efectiva e irrisoria.
Culmina Fernández Porta su análisis de los factores determinantes del afterpop señalando el origen de la actual crisis económica en un bucle de signo humanista una vez más: la inflación bancaria del mito publicitario de una vida personal intransferible, esa promesa emocional y afectiva hecha a sectores medios de población que no la podían financiar más que endeudándose de por vida. Sea como sea, las antinomias del “Nuevo Orden afterpop” se agravan con la implantación definitiva del régimen neoliberal en todos los terrenos del juego social y cultural. En esta nueva reglamentación económico-afectiva del mundo, el disfrute exclusivo de lo personal o privado se transforma en privilegio de propietario de clase superior, con todas las garantías del sistema, mientras lo relacional se presenta o representa como el único flujo de capital (inmaterial) que pueden atesorar los excluidos de los beneficios financieros y empresariales y los desahuciados del capital inmobiliario.
En todo caso, es en el ámbito de la creación estética donde Fernández Porta ofrece un juicio especialmente lúcido sobre el aprecio masivo de las obras más convencionales como una reacción acomplejada del consumidor a las complejidades manifiestas del afterpop: “lo que el público mayoritario hace no es asumir las condiciones de cambio de su época y saludar con parabienes aquellas obras artísticas que las representan con fidelidad, sino interpretar esas condiciones como un peligro y responder a ellas prestando atención a las obras que propongan una réplica tradicionalista explícita y sonora”. No se puede decir mejor.  

[Más sobre el afterpop aquí, aquí y también aquí.]

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