[Para conocer mi opinión sobre el novelista Vargas Llosa, lo más adecuado sería llamar al 952434100 (coste de la llamada 0,95 euros por minuto). Para evitar gastos e ingresos fiscales innecesarios, lo mejor es pinchar aquí.]
En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un momento de lo falso.
El devenir-mundo de la falsificación era también el devenir-falsificación del mundo.
-Guy Debord-
Lo que más sorprende de este libro de Mario Vargas Llosa (La civilización del espectáculo, Alfaguara, 2012) es la incoherencia intelectual de su discurso. Y, también, su tono de falsa ingenuidad y alarma biempensante. Un viejo vicio de la inteligencia crítica, ya denunciado por Nietzsche, consiste en confundir las causas con las consecuencias, diagnosticar los síntomas sin molestarse en analizar las raíces del mal. Así actúa Vargas Llosa en las páginas de este ensayo paradigmático de un modelo de pensamiento conservador que se limita a denigrar la abigarrada superficie de la cultura contemporánea (“una cultura enferma de hedonismo barato”) sin preocuparse por entenderla, denunciando tanto el esoterismo estético de la minoría, siempre sospechosa de impostura para cualquier mentalidad conservadora, como la frivolidad sin freno, la zafiedad y la necia banalidad del gusto mayoritario. La pregunta esencial es esta: ¿cómo es posible que quien ha defendido hasta la saciedad los beneficios democráticos del capitalismo, la economía de mercado y la sociedad de consumo se alarme y escandalice ahora, como un profeta apocalíptico, ante la devastación que ese sistema de gestión integral de la realidad ha producido en el ecosistema cultural y no solo en él?
El error lógico cometido por Vargas Llosa en su diatriba contra el estado de bancarrota del presente de la cultura es considerar a esta como un ente autónomo, un reino privilegiado, ubicado en un limbo autárquico, preservado de los embates del tiempo espectacular y la erosión corruptora de las modas. En este sentido, cabe achacarle al ideario del libro muchos prejuicios y no pocos juicios arbitrarios. En parte por la soberbia intelectual de su autor, desdeñando interpretaciones antagónicas mucho más lúcidas sobre la sociedad del espectáculo integrado o desintegrador, la imagen totalitaria y el consumo desaforado como las de Debord, Baudrillard, Žižek o Jameson, o, última pero no la última, el “realismo capitalista” de Mark Fisher; en parte también, como evidencia la más que dudosa dedicatoria del libro, por una ceguera intrínseca a su posición privilegiada en el mismo medio cultural y mediático que pretende diseccionar con tan sesgados argumentos.
Por su modo de abordar la espinosa cuestión, se diría que Vargas Llosa cree que la economía y la cultura pueden compartir el mismo espacio social sin contaminarse. Y, sin embargo, es imposible entender la implantación de un sistema económico fundado en la circulación de la imagen y la mercancía, con la publicidad y los medios tecnológicos como agentes propagadores, sin pensar al mismo tiempo en las secuelas culturales de tal mutación histórica. De un lado, Vargas Llosa idealiza el poder liberador del capitalismo de mercado mientras, de otro, considera la cultura un simple repositorio de valores intemporales, obviando que el capitalismo se caracteriza por establecer el “valor de cambio” como valor absoluto y, además, por expandir el dominio de este concepto mercantil hasta límites insospechados, imponiéndolo a todos los ámbitos de la vida, desde el sexo, las relaciones personales y la política a la literatura, la universidad y el arte. Este es, en realidad, el gesto revolucionario del capitalismo, ya señalado por Marx, frente a otros modos de producción. La negativa intencionada de Vargas Llosa a comprender la dimensión destructiva y radical de esa transvaloración capitalista indicaría que el neoliberalismo humanista en que se inscribe su discurso crítico se ha vuelto incompatible con el avance avasallador del capitalismo tardío y su “lógica cultural”, analizada con agudeza por Jameson hace ya tres décadas, tan perturbadora para neoconservadores como para socialdemócratas convencidos. Este significativo ensayo de Vargas Llosa, un extraño híbrido de ambas posiciones ideológicas, permite medir hasta qué punto el desfasado código de valores que profesa con pasión no encuentra acomodo en el contexto de la globalización digital y el tecno-capitalismo planetario propiciado por la expansión del mercado en el que cree con fervor casi religioso.
Desde otro punto de vista, no deja de ser un indicio decepcionante ver al autor de La tía Julia y el escribidor, ese lúcido retrato de un mundo cautivo de la ficción mediática, negándose a aceptar el hecho incuestionable de que, desde la segunda mitad del siglo pasado, la cultura de masas sea, para bien y para mal, el fundamento imaginario del contrato social en las sociedades más avanzadas. Las masas han irrumpido en la historia con todas las consecuencias y han impuesto, en contra de las élites y con la ayuda del mercado omnipotente, sus gustos y valores plebeyos, la cultura mainstream defendida con cifras aplastantes y comentarios de una perniciosa vacuidad por el sociólogo Fréderic Martel. Uno hubiera creído, antes de leer este libro, que un neoliberal como Vargas Llosa celebraría esta mutación de apariencia democrática. Enfrentado al desafío de la tumultuosa realidad del presente cultural, Vargas Llosa prefiere encerrarse, sin embargo, en el círculo vicioso de un pensamiento conformista que ya solo puede confirmar el descrédito financiero de sus propias limitaciones y prejuicios.
Desde otro punto de vista, no deja de ser un indicio decepcionante ver al autor de La tía Julia y el escribidor, ese lúcido retrato de un mundo cautivo de la ficción mediática, negándose a aceptar el hecho incuestionable de que, desde la segunda mitad del siglo pasado, la cultura de masas sea, para bien y para mal, el fundamento imaginario del contrato social en las sociedades más avanzadas. Las masas han irrumpido en la historia con todas las consecuencias y han impuesto, en contra de las élites y con la ayuda del mercado omnipotente, sus gustos y valores plebeyos, la cultura mainstream defendida con cifras aplastantes y comentarios de una perniciosa vacuidad por el sociólogo Fréderic Martel. Uno hubiera creído, antes de leer este libro, que un neoliberal como Vargas Llosa celebraría esta mutación de apariencia democrática. Enfrentado al desafío de la tumultuosa realidad del presente cultural, Vargas Llosa prefiere encerrarse, sin embargo, en el círculo vicioso de un pensamiento conformista que ya solo puede confirmar el descrédito financiero de sus propias limitaciones y prejuicios.
Para desengrasar un poco, te recomiendo esta charla entre guionistas, que te puede distraer del calor, o de un análisis erróneo de las conexiones entre cultura y mercado.
ResponderEliminarhttp://www.gq.com/entertainment/movies-and-tv/201206/roundtable-discussion-matthew-weiner-vince-gilligan-david-milch
Puedo esperarme un micropolíticas donde Zizek aparecerá tangencialmente, pero ¿caerá algo de Sloterdijk? A la espera de nuevas reflexiones me quedo. Un saludo y hasta otra.
Efectivamente también a mí me ha dejado insatisfecho el libro de Vargas, Juan Francisco. No deja de señalar el hombre algunas ideas que a todos de uno u otro modo se nos han pasado por la cabeza (la deplorable banalización de la cultura, la falta referencias -políticas, económicas, literarias- que actuaran como referente moral, intelectual, creativo, la inusitada y perniciosa -como creo- mercantilización del arte, la incapacidad de la sociedad actual para asumir planteamientos creativos arriesgados y complejos, -como tú mismo has comprobado :-)...), pero sus críticas al "desapego de la ley" o su solicitud de una autoridad cultural que actuara por encima casi del bien y del mal, no dejan de dar repeluz, así es. Como sagazmente tú has señalado, resulta paradójico que desde sus posiciones neoliberales no comprenda el alcance verdadero que los cambios socioeconómicos han provocado en el estado actual de la cultura y se enroque en ese mundo idílico y culturalmente aristocrático que tanto le fascina.
ResponderEliminarTuve la sensación al inicio del texto de que estaba algo remiso a explayarse en sus planteamientos conservadores, de que no se atrevía del todo a arremeter contra su objetivo, pero no, luego se suelta y entona una elegíaca alabanza de lo que fue y ya no es y deplora abiertamente lo que hay y no comprende tal vez (aunque ni yo tampoco, que conste :-)