Esta nueva entrega (Los inmortales, Alfaguara, 2012) remata la saga hispana de Manuel Vilas añadiéndole su ingrediente definitivo: la inmortalidad como máscara literaria de la caducidad del tiempo, la muerte y el apocalipsis de una cultura. Si en España (de la que dije mucho y bueno en su momento en este temprano post) Vilas oficiaba de forense de una España inmortal e inexistente recreada de la nada en su laboratorio poético, en Aire nuestro (2009), la segunda parte, desternillante, de esta trilogía jocoseria sobre la muerte y resurrección de España como ente singular en la historia del mundo, todo el funeral español (por una idea rabiosa y festiva de lo español) se volvía farsa televisiva, una sátira carnavalesca divertidísima sobre el mundo contemporáneo interpretado en clave de españolidad bufa y espectáculo subversivo de valores oficiales.
Certificada ya la muerte paródica del fantasma histórico llamado España, a Vilas (o Gran Vilas, como se autodenomina en su último poemario) ya solo le quedaba una oportunidad creativa para consumar su ambicioso ciclo narrativo. Rescatar del vertedero cultural ibérico al más grande de sus hijos, al gran Saavedra, el incombustible Cervantes, el demiurgo y forense de la Mancha como gran territorio mental de la ficción, el gran Capital de la cultura hispánica de todos los tiempos. No solo rescatarlo de la amnesia colectiva sino limpiarlo de la mugre y la grima con que siglos de malas interpretaciones lo habían ensuciado hasta desarmar su poder corrosivo sobre la realidad. Sí, porque Vilas sabe, con lucidez cervantina, que en un universo gobernado por el capitalismo tecnológico y neoliberal, la única opción de supervivencia de lo hispano es reivindicar su locura genuina, su sentido dionisíaco de la revolución y la fiesta, su tecnología secular del lenguaje, la mentalidad y la cultura.
Vilas es un humorista cáustico que se ríe a carcajadas hasta de su sombra, mucho más de la sombra de los otros, los que quieren hacerle sombra, siniestros pajarracos que imponen sus valores mezquinos en un mundo que ya pronto será invivible. Por esto no puede decirse que esto sea una novela, no, ni un ingenioso viaje por un espacio-tiempo picaresco y esperpéntico, ni una colección de relatos hilvanados para producir la iluminación mental del lector. No. Este libro es un tratado de supervivencia espiritual. Un breviario hilarante para salvar el sentido del humor como último resto humano de cordura. En un mundo desquiciado, la risa de la literatura es una garantía de salud mental.
Amigo,con Manuel Vilas siempre he tenido un poco de resentimiento,quizá por ese movimiento nocillesco,pero tu poder a la hora de escribir una reseña hace que un gusanillo en mi interior no me deje tranquilo.Ayer mismo me hice con tres de sus libros;el que reseñas,España (leo por primera vez tu estupenda reseña),y su libro de relatos Zeta.
ResponderEliminarYa te contaré.
Como siempre,este espacio es importante para mí.
Un fuerte abrazo.