El Premio Nobel a Mario Vargas Llosa no va a descubrirnos a estas alturas al maestro peruano. Sus lectores sabemos que el merecido premio de premios se lo han dado al autor de La casa verde y Conversación en la catedral y Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor, entre otras obras maestras de hace tres, cuatro o cinco décadas. El sueño del celta (Alfaguara, 2010) es una obra digna, sin duda, la novela impecable de un gran profesional que ya ha hecho, en sentido creativo, todo lo que tenía que hacer y ahora se dedica a urdir historias interesantes y técnicas infalibles con el fin de ofrecer productos de alta calidad al mercado en el que cree como en un ente benéfico. [Literatura para ciborgs, 6-01-2011]
“¿No era la vida algo absurdo, una representación dramática que de súbito se volvía farsa?”
-M. Vargas Llosa-
Como recordarán los buenos lectores de Borges, hay un relato del maestro argentino titulado así, “Tema del traidor y del héroe”. En él se muestra a un líder irlandés decimonónico convertido en la doble figura de la baraja de la historia: un héroe y un traidor. En Borges, este tema sirve para imponer la autoridad moral de la literatura, ese paradójico lenguaje de la verdad, sobre la más dudosa de la historia, ese discurso plagado de falacias intencionadas. Aunque sus respectivos héroes independentistas difieran en algo esencial, es posible plantear una cierta afinidad entre la visión de Borges y la de Vargas Llosa fundada en su crítica de la veracidad histórica. Si Borges apenas la veía como justo un grado por debajo del mito, la leyenda o la fábula, Vargas postula de nuevo la superioridad de la mentira literaria. En una de las inteligentes reflexiones que sazonan la narración de la tortuosa vida y no menos tortuosa muerte de Roger Casement, Vargas se atreve a cuestionar los presupuestos que fundan la ciencia histórica en estos términos fundamentales: «¿Sería así toda la Historia? ¿La que se aprendía en el colegio? ¿La escrita por los historiadores? Una fabricación más o menos idílica, racional y coherente de lo que en la realidad cruda y dura había sido una caótica y arbitraria mezcla de planes, azares, intrigas, hechos fortuitos, coincidencias, intereses múltiples».
Partiendo, pues, de una concepción de la historia como elaboración artificial al servicio de intereses no siempre confesables, nacionales o de otra índole, la celebración del poder genérico de la novela para moverse por entre la “caótica y arbitraria” masa de materiales que componen la vida de un hombre, como es el caso, parecería constituir uno de los propósitos de fondo de El sueño del celta. Pero no es posible cuestionar la historia en tanto encuadre racional de los acontecimientos, como se sabe, sin cuestionar a su vez la coherente identidad del sujeto que la protagoniza. Por eso otro de los aspectos interesantes de esta biografía novelada es el modo en que la narración asume desde el principio la idea de multiplicidad subjetiva por un prurito de fidelidad a la compleja y contradictoria personalidad de Roger Casement, uno de los personajes más curiosos de la historia menor del siglo XX: «su vida había sido una contradicción permanente, una sucesión de confusiones y enredos truculentos, donde la verdad de sus intenciones y comportamientos quedaba siempre, por obra del azar o de su propia torpeza, oscurecida, distorsionada, trastocada en mentira».
Con la inteligencia narrativa que le conocemos, Vargas Llosa organiza su novela en tres grandes partes conforme al itinerario geográfico de su controvertido héroe: El Congo, La Amazonía e Irlanda. Con ello, aspira a trazar una cartografía anímica e intelectual del personaje y no sólo de sus aventuras, viajes y estancias. A este fin ayuda la eficaz estructuración alterna de los siete capítulos relacionados, de un modo u otro, con las regiones citadas y los ocho capítulos más introspectivos focalizados en los episodios de su reclusión mientras aguarda la muerte o el indulto en la cárcel londinense de Pentonville.
El despliegue ideológico del personaje no podía ser más novelesco: un irlandés educado en la religión anglicana que asume los valores del imperio británico hasta el punto de viajar al Congo para ayudar a expandirlos y descubrir allí y luego en el Amazonas peruano que bajo la máscara de la superioridad moral de la civilización occidental se oculta la espantosa verdad del colonialismo, la explotación y exterminio de los nativos. “El horror, el horror”, según escribiera Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas certificando la visión pesimista de Casement, a quien el novelista polaco conoció en el Congo belga y quien le sirvió de inspiración para su devastador relato africano sobre la corrupción maléfica del colonizador europeo. La lucha encarnizada del cosmopolita Casement por denunciar las vilezas y crueldades del colonialismo internacional le conduce irónicamente a convertirse en un nacionalista fanático, lo que permite a Vargas Llosa adentrarse con lucidez en el mecanismo mental de dicha ideología, fundada en la identificación ciega con un territorio y una cultura.
Más atractiva resulta, sin embargo, la tortuosa vida sexual del protagonista, caracterizada en contraste con su vida pública como un “coto vedado” no exento de incertidumbres, ambigüedades e imposturas. En el epílogo, zanjando la polémica suscitada por los escandalosos diarios de Casement (titulados, no sin ironía británica, Black Diaries), reconoce Vargas Llosa la tendencia a la fabulación del personaje: «escribió ciertas cosas porque hubiera querido pero no pudo vivirlas». Esta dimensión fantástica que envuelve como un aura malsana sus encuentros homosexuales con vigorosos africanos y algunos mestizos amerindios sirve, por un lado, para ratificar la condición de novelista innato que cualquier individuo posee sobre los hechos de su vida y de los demás, algo inherente al ideario literario del autor, y, de otra, mucho más importante, para expresar en el discurso narrativo el conflicto íntimo que escinde dramáticamente la ética humana en su relación problemática con el mundo. El deseo de Casement por los cuerpos de sus amantes, reales o imaginarios, traduce al lenguaje de los sentidos los ideales de igualdad y fraternidad cifrados en su combate ideológico, aunque también traicione una visión colonial, abusiva o explotadora del otro.
Me cuesta trabajo aceptar que vargas llosa pueda decir algo interesante sobre alguien como Casement.
ResponderEliminarDurante seis libros detesté al Barón de Charlus pero me reconcilié al séptimo al leer su diatriba contra Norpois, bienvenidas sean Sodoma y Gomorra si en ellas la vida tiene más valor que el Capital.
Como viejo marxista y lector de Freud se bien que el humanitarismo tiene una de sus raices ahí y que yo recuerde vargas llosa ya había explotado esa idea en la historia de Maita, muy "hábil" vargas llosa, usar la verdad para colar mejor sus "ficticias" patrañas. Al fin y al cabo ningún muerto puede pedir justicia , y si pudiera seguro estoy de que no se la daríamos a poco que eso nos costara. Así somos pero que no venga vargas llosa a marear la perdiz, por favor .