Mañana publicaré un extenso artículo en dos partes en homenaje a Louis-Ferdinand Céline, muerto hace cincuenta años, el 1 de julio de 1961. Entre tanto, ofrezco estas bagatelas celinianas para difamarlo aún más, si esto es posible. Versan sobre un tema tan delicado y escurridizo en la actualidad como las mujeres y, mucho menos alarmante, sobre su desencuentro con otro gran escritor, Ernst Jünger.
Primero, las mujeres:
Habló de ellas, bien y mal, siempre que tuvo ocasión. Al revés de otros escritores, no las idealizaba. Decía que se dedicaban a lo único importante y serio: crear la Opinión (De un castillo a otro). Las amaba con pasión, las tuvo siempre muy cerca. Le gustaban las bailarinas, las prostitutas, las lesbianas. No hay mejor síntoma: le gustaban en especial las mujeres a las que gustaban las mujeres. Cosa más rara de lo que parece. Era un voyeur discreto (de todos modos, nunca lo negó: "muy agradables de contemplar y sin fatigarme con sus apetencias sexuales...Que se lo pasen bien, que se meneen, que se devoren -mientras yo hago de "voyeur"-, ¡eso me chifla, una barbaridad y desde siempre!"). Llevó como escritor el nombre femenino de su abuela y se casó dos veces, la primera con Édith Follet (un matrimonio fatuo, como el apellido paterno de la esposa) y la segunda con la bailarina Lucette Almanzor, desde 1936 hasta el fin. Convivió con una americana (Elizabeth Craig), bailarina también y lesbiana notoria, una pelirroja de la que se enamoró como un loco durante una gira europea de ésta en la que viajaba en compañía de su sinuosa amante y acabaría abandonándolo por hartazgo de sus infidelidades y áspero carácter. Y mantuvo innumerables relaciones, de muy distintos tipos, no todas sexuales, con “amigas” íntimas: la periodista Lucie Porquerol, la novelista Evelyne Pollet, la pianista Lucienne Delforge, las anónimas judías del “círculo freudiano” de Viena, como lo llamaba con ironía, una joven estudiante alemana (Erika Irrgang) y una escritora danesa (Karen Marie Jensen), que luego fue su anfitriona en el exilio; etc. Les escribía cartas ardientes y cómplices, recomendándoles a menudo la indecencia y la libertad como atributos intransferibles de la conducta femenina. Amó a las jovencitas y a las niñas, como encarnación más pura de la grandeza intrínseca de la feminidad, e hizo uno de los retratos más hermosos de una criatura de su invención (o no) en la Virginie de El puente de Londres (Guignol´s Band II), una precursora callejera de la Lolita pequeñoburguesa: “El cielo en los ojos y la perversidad de los ángeles”. Le fascinó la figura de Semmelweis, el médico que sacrificó la vida para salvar la vida de las mujeres que daban la vida con sus cuerpos y morían a miles en los hospitales, infectadas por las manos desnudas de los médicos. Pensaba que las mujeres eran mejores que los hombres. Sólo los animales (los perros, los loros, los gatos…) estaban por encima en su jerarquía vital. En L´Église, una obra inédita escrita entre 1927 y 1933, Céline proclamaba por boca de una sacerdotisa de la danza y la desnudez: “El día en que las mujeres aparezcan revestidas únicamente de músculos…y de música…cuantas menos frases…cuando los muslos blandos y rosados se consideren al fin desagradables…cuando los raquitismos, las atrofias y las corpulencias mal colocadas dejen de ser de una vez lo que son hoy en día, finuras de las que la gente se envanece y que los estetas aprecian y pulen…ese día, caballero, ¿va a seguir el mundo viviendo de palabras?”. En Semmelweis, en cambio, les dedicó este elogio profético, de una actualidad intempestiva: “Entonces las mujeres, pacientes, más sutiles, menos lógicas, más místicas, más vivas, en suma, saldrán del silencio y nos conducirán a su vez con más felicidad, quizá, a otro camino. Las seguiremos, reacios sólo por una cuestión de forma, dóciles, en el fondo, pues sabemos bien que no tenemos ya nada que decir y que nuestro sistema de hostilidad no tiene salida”…
Y ahora, en segundo lugar, el viejo Jünger:
Se conocieron durante la ocupación de París, invitados por amigos comunes a cenas que también frecuentaban personajes como Cocteau o Jouhandeau. Céline le interpuso una demanda al editor francés (René Julliard) de las Radiaciones de Jünger en 1951. Jünger había hecho un retrato indigno del Céline que conoció, como sicópata, bárbaro y atrabiliario, tildándolo incluso de “sepulturero” por su regusto en explotar, en el curso de sus conversaciones mundanas, el anecdotario escabroso y macabro de la guerra (ya Annie Reich, la primera mujer de Wilhelm Reich, lo acusó de ser “un sicópata y un pervertido”, pero también “un amigo leal y bueno”, cuando lo trató en Viena en los años treinta). Céline desautorizó a Jünger ante la prensa con la estrategia más inteligente. Cómo se atrevía a difamarlo por escrito un escritor que vestía, en plena ocupación, el uniforme de oficial del ejército invasor nazi. De esta cómica pasta están hechos los desencuentros entre escritores, hoy como ayer y por los siglos de los siglos, al menos mientras haya literatura sobre la tierra que pisoteamos…
Hace algunos días me enteré (tarde) de que se echó para atrás el homenaje que se estaba preparando a Céline en los 50 años de su muerte debido a la pataleta de algunas agrupaciones judías.Aquí te dejo un post que hice: http://wwwlasnotasdepichawski.blogspot.com/2011/06/cincuenta-anos-sin-celine.html
ResponderEliminarLeón Bronstein en 1933 escribia:" Céline es un moralista.Mediante procedimientos artísticos profana paso a paso todo lo que habitualmente goza de la más alta consideración:los valores sociales bien establecidos, desde el patriotismo hasta las relaciones personales y el amor. ¿La patria está en peligro? " La puerta no es suficientemente grande cuando se quema la casa del propietario... de todas formas habrá que pagar". No necesita criterios históricos. La guerra de Dantón no es más noble que la de Poincaré: en ambos casos la "deuda del patriotismo" ha sido pagada con sangre. El amor está envenenado por el interés y la vanidad. Todos los aspectos del idealismo no son más que "instintos mezquinos revestidos de grandes palabras". Ni la imagen de la madre queda a salvo: cuando se entrevista con el hijo herido:"lloraba como una perra a quien le han devuelto sus cachorros, pero ella era menos que una perra, pues había creído en las palabras que le dijeron para arrancarle al hijo"".
ResponderEliminarSon demasiados los crímenes que cometió como para que los bien pensantes lo perdonen, Francia era un basurero y parece que lo sigue siendo, y entendámonos, no digo con esto que nosotros estemos mejor. Feliz artículo el suyo, Señor Ferré.
Gracias, Sico, iré a leerlo enseguida.
ResponderEliminarAmigo anónimo, le agradezco el comentario y me alegran las coincidencias. Suscribo las palabras de Bronstein y las suyas. Los crímenes de Céline fueron sólo intelectales. Eso tiene gracia. Los amigos del estalinismo (o del castrismo) nunca tuvieron ni tendrán que pedir perdón, esos crímenes revolucionarios no tuvieron lugar, no subieron al marcador, por emplear un símil futbolístico. Caprichos del pontificado cultural...
Esta noche más, mucho más...