Es sabido que Don DeLillo envió esta novela[i] a Ballard en reconocimiento de su influencia narrativa. Se comprende que el maestro inglés recibiera el voluminoso ejemplar con estupefacción y una pizca de envidia literaria. No era para menos. Muchos años antes Ballard, magnífico precursor, había escrito un texto provocativo titulado “El Asesinato de John Fitzgerald Kennedy considerado como una Carrera de Automóviles Cuesta Abajo”, incluido como capítulo final en La exhibición de atrocidades, una novela impregnada de las secuelas psicopatológicas del sacrificio público del presidente más glamouroso de la historia americana.
Tras el éxito artístico y publicitario de Ruido de fondo, DeLillo se atrevió a abordar frontalmente uno de los temas tabú de la política americana a partir de dos premisas esenciales: uno, el magnicidio constituye la norma y no la excepción del funcionamiento del poder en América; y, dos, la concepción de la trama de una novela se parece demasiado a la trama de una conspiración o un complot como para desaprovechar la ocasión estética brindada por esta perversa homologación.
En Libra, DeLillo se enfrenta al acontecimiento mitológico central que yace en el corazón de la América postmoderna, como lo designa Larry McCaffery, y no lo hace conforme a los patrones del viejo realismo, sino construyendo una novela hipertextual y enciclopédica, una muestra literaria de la “era de la información” calculada como respuesta narrativa al lema de Ballard: “Quiero saberlo todo sobre todo”. En suma, Libra es una novela sobre la paranoia creativa como método de reconstrucción provisional del (sin)sentido del mundo y, además, un paradigma de los modos postmodernos de procesar la información acumulada en las bases de datos de la “realidad”.
En todo caso, Libra es la novela sobre una conspiración ficticia, organizada por agentes de la CIA para detectar la disponibilidad de otros agentes infiltrados y poner a prueba el sistema, que acaba encontrándose en su evolución con otra conspiración auténtica encarnada por la patética figura de Lee Harvey Oswald, el atolondrado héroe de una narrativa revolucionaria abocada al fracaso metamorfoseado en el antihéroe de esta trama endemoniada donde nadie acierta finalmente a saber quién dio la orden de disparar. La enorme inteligencia de DeLillo al tramar su propia conspiración novelesca se completa con la participación narrativa de Nicholas Branch, un agente retirado que muchos años después, en un gesto emulado por el novelista, revisa la ingente documentación del caso para contradecir la amañada versión oficial y mostrar cómo el pobre Oswald fue, junto con JFK, el chivo expiatorio de la tensa y explosiva situación mundial, el títere de un poder abstracto ilocalizable, un peón desgraciado al servicio de agencias innombrables.
Sin embargo, hay un punto significativo en el que las dos tramas difieren fundamentalmente. Según Branch, el magnicidio fue “un asunto tortuoso, un asunto que, a corto plazo, triunfó sobre todo gracias al azar”; mientras la novela de DeLillo, de una perfección y un rigor ejemplares, no deja nada al azar ni comete error alguno. Como si para dilucidar el mecanismo conspiranoico y descubrir a sus autores “reales” hiciera falta poner en marcha una maquinación de orden superior, una trama suprema, una conspiración de conspiraciones (una “metaconspiración”, si se quiere). Así, el acto de novelar supondría para el novelista la posibilidad de usurpar a sus agentes efectivos el poder de manipular la “realidad”.
Por otra parte, Libra emplea como uno de sus vectores narrativos principales el simulacro que es el núcleo secreto de la producción novelística de DeLillo: la famosa película de Zapruder, la única toma fílmica existente del asesinato de Kennedy. Para DeLillo, este breve y rudimentario metraje (“una aberración en el corazón de lo real”) constituye la experiencia ontológica definitiva al mostrar en toda su desconcertante crudeza el momento de divorcio entre la realidad atroz y su obscena representación, la nueva relación perversa entre el núcleo traumático de lo real y el simulacro de su reproducción tecnológica. La toma de conciencia literaria, en suma, de que la así llamada “realidad” es un subproducto de la simulación y la conspiración. Sólo por esta razón, Libra constituiría ya una de las piezas centrales del discurso novelístico de DeLillo.
[i] Don DeLillo, Libra, trad. Margarita Cavándoli, Ediciones B, 1988, y Seix-Barral, 2005.
Leyéndote no dejaba de pensar en Piglia y su "Teoría del complot" (aquí: http://70.32.114.117/gsdl/collect/revista/index/assoc/HASHae5e/6be0ea57.dir/r23_04nota.pdf ).
ResponderEliminarFelicidades por el blog