DARTH VADER EN CTHULHU
MARCO KUNZ
REVISTA QUIMERA
Providence es una palabra clave del discurso hegemónico estadounidense. En un artículo publicado en 1845, en la neoyorquina Democratic Review, John L. O’Sullivan legitimó la expansión de su país con un argumento teológico teñido de mesianismo: "el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extenderse por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno". Una de las numerosas contradicciones de esta ideología es que, en nombre del presunto derecho otorgado por la providencia divina, la realización del gran experimento acabó con la libertad y el autogobierno de los pueblos indígenas exterminados o subyugados. Además, la extensión del dominio no se paró en las fronteras territoriales de los actuales Estados Unidos de América, sino que se colonizó el subconsciente colectivo de toda la humanidad que hoy día, en mayor o menor grado, visualiza sus fobias y deseos, sus sueños y pesadillas con imágenes fabricadas en los estudios norteamericanos de cine y televisión.
La ficción made in USA, que convierte todo lo que toca en mito o epopeya, se ha sustituido a la realidad, más aún, ya no se puede ponerla a prueba mediante la experiencia empírica de la realidad, pues ésta se ha asimilado tanto a la ficción que la distinción entre lo real y el simulacro resulta imposible. Si un europeo visita EE. UU., se ve inevitablemente condenado a reconocer a cada paso las imágenes que lleva ya grabadas en su memoria visual, donde han dejado huellas tan profundas que la visión directa nunca las podrá borrar ni rectificar: las calles de Nueva York serán para siempre las de Scorsese, en la cumbre del Empire State Building siempre estará King Kong abatiendo aviones, las Torres Gemelas no terminarán nunca de derrumbarse, y en el aire sobre la Zona Cero, un hombre seguirá cayéndose eternamente.
Providence es también el nombre de la capital de Rhode Island, una de las ciudades más antiguas de EE. UU. y sede de la prestigiosa Brown University, donde Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962) ha vivido y enseñado durante suficientes años para conocer a fondo los escenarios en que se desarrolla la trama de Providence, su última novela, finalista del Premio Herralde. Consciente de la irremediable americanización de nuestro imaginario e inmune a todas las tentaciones de la ingenuidad novelesca, Ferré ni siquiera hace el intento de mostrarnos la "verdad" del american way of life, sino que explota de una manera inteligentísima el efecto de déjà-vu y dejà-lu, brindando al lector una historia irreverente e hilarante, hecha de retazos, trasuntos, calcos, incluso plagios evidentes —"No olvides que Providence es en gran parte un plagio. Su lógica es la del plagio"— a base de escenas fílmicas y literarias vistas y leídas, principal aunque no exclusivamente, en el cine y la literatura estadounidenses.
Encontramos en Providence elementos de las más variadas modalidades de la ficción moderna y posmoderna —v. gr. los relatos de horror lovecraftiano, la pornografía californiana, la novela de campus, las historias de terroristas, espías y conspiradores, las sagas de guerras galácticas, las películas de catástrofes, las visiones apocalípticas, el cyberpunk, etc.—, y según nuestras lecturas y preferencias cinéfilas, nos resulta más o menos difícil reconocer los modelos subyacentes al texto (sólo algunos se revelan explícitamente, como Jaws de Spielberg, rodada en una isla cerca de Providence, a los demás se alude mediante la mención de títulos, autores, detalles del plot, etc.), pero la densidad intertextual no resulta nunca agobiante, sino más bien un grato desafío a descubrir los numerosos niveles narrativos y desenmarañar la tupida red de referencias.
Para el lector que ha seguido la trayectoria literaria de Ferré, quien tanto en sus novelas experimentales La vuelta al mundo (2002), I love you Sade (2003) y La fiesta del asno (2005), como en sus relatos reunidos en Metamorfosis (2006) mostró una clara preferencia por una literatura altamente exigente de corte vanguardista, Providence sorprende no sólo por su voluminosidad (casi seiscientas páginas), sino también por su lenguaje menos barroco y su narratividad aparentemente más convencional. Convencionalidad engañosa como todas las apariencias en una novela en que nada es lo que parece a la mirada que roza únicamente la superficie del texto. Pues sólo a primera vista Providence cuenta una historia como las que hacen las delicias del consumidor típico de películas hollywoodienses y novelas de gran tirada, con personajes guapos e inteligentes en localizaciones exquisitas, como el festival de cine de Cannes, un lujoso hotel de golfos y golfistas en las afueras de Marrakech, el campus de la universidad, las calles y parques de Providence, etc.
Decepcionado por el escaso éxito de su primera película, un director de cine español, Álex Franco, acepta la oferta de terminar un proyecto empezado por una pareja de cineastas rusos, bestialmente asesinados en el Cáucaso. Mientras imparte clases en Brown University, Franco descubre poco a poco el horror que acecha tras las fachadas puritanas de la hipócrita ciudad donde Lovecraft —"I am Providence", reza la inscripción en su tumba— ideó el abyecto universo de Cthulhu, y llegado al corazón de las tinieblas, aprende de Darth Vader el secreto que rige el mundo. Cthulhu y Darth Vader, dos concreciones ficticias del mal absoluto que tanto obsesiona a Estados Unidos.
Hay en Providence pactos con el diablo, asociaciones secretas que luchan por el poder, agentes secretos y damas misteriosas, asesinos seriales y fascistas sádicos, rubias cachondas acopladas con deportistas fornidos, mugrientos laberintos subterráneos y rascacielos en llamas, y no faltan tampoco el bombero y el falling man, iconos del 11-S reciclados en un contexto diametralmente opuesto al pathos de su origen. Parodiando el thriller contemporáneo, Ferré no omite ni un solo ingrediente de los bestsellers à la Dan Brown o Ken Follett, pero los ironiza con una lucidez crítica y los subvierte con una agudeza teórica que convierten Providence en una obra literaria sumamente ambiciosa y plenamente lograda. Una novela que se sitúa en los antípodas de los productos editoriales cuyos procedimientos y motivos se combinan con finalidades bien distintas, pues mientras el bestseller fomenta la ilusión e invita al lector a entregarse al suspense de la progresión narrativa, Ferré lo incita constantemente a interrogar el texto para descubrir las múltiples capas del palimpsesto, reagrupar las piezas del mosaico y comprender mejor sus mecanismos de funcionamiento.
Pues Providence no quiere hacernos creer que Providence es así: no nos ofrece una imagen mimética de una realidad extratextual, sino que lleva a sus consecuencias extremas el carácter fabricado, construido, simulado, de una ficción de segundo, tercer o enésimo grado. Como al final de la película Providence de Alain Resnais, donde el espectador se entera de que todas las escenas anteriores se han desarrollado sólo en la mente afiebrada de un hombre moribundo, en los múltiples desenlaces de la novela de Ferré se nos sugiere que la lógica que liga los episodios no es la de una trama coherente y verosímil, sino más bien la de un videojuego subversivo llamado Providence que brinda al jugador la posibilidad de imaginarse actuando en un sinfín de situaciones excitantes por su alta dosis de violencia o sexo, un programa que "circula entre niveles y subniveles de intercambio sin ser detectado por los árbitros que imponen sus leyes a la realidad", y que disuelve al sujeto enganchado en la infinitud de sus circuitos rizomáticos. Rizando el rizo, también esta idea del simulacro virtual que reemplaza la realidad es un calco, un plagio, una parodia en un juego literario realmente originalísimo sobre la imposibilidad de la originalidad en una realidad inexistente.
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