Hace unos meses un tribunal condenaba al “ogro” de Austria a una pena de reclusión vitalicia más que merecida. Sin embargo, ninguna de las páginas del sumario ni el texto de la sentencia, ni ninguno de los infinitos reportajes periodísticos producidos sobre el caso, han conseguido esclarecer la perversión particular que guiaba la conducta de Josef Fritzl. Ahora que tendrá mucho tiempo libre para ello, el “monstruo de Amstetten” podría dedicarse a leer este espléndido tratado sobre la perversión[i] y así inocular algo de inteligencia crítica en los mecanismos de la más absoluta aberración mental.
No es una broma de mal gusto. Como bien dice Roudinesco, lo que está en juego en la comprensión de la perversión (“un fenómeno sexual, político, social, psíquico, transhistórico, estructural, presente en todas las sociedades humanas”) es la idea de lo humano que se hacen los individuos y las sociedades. Pervertir es invertir, alterar o trastocar el orden establecido, pero también cometer extravagancias o actos excéntricos, o tenidos por tales. Con lo que el artista y el criminal, el santo y el gran pecador, el genocida y el monstruo social participan de la misma tendencia a dejarse tentar, en distinto grado y con diversa intención, por esa parte maldita de nuestra naturaleza. El lado oscuro, sí. El reverso tenebroso de la existencia. La expresión de la animalidad reprimida o de una maldad tildada de inhumana. Tantas formas de designar esa faceta salvaje que, según Roudinesco, se resiste a la domesticación moral. Ésta es, con todos sus matices y variaciones, la disyuntiva de Roudinesco: perversión o domesticación. Afirmación de nuestras tendencias o derivas menos confesables, las que nos proporcionan una constitución subjetiva, o bien aceptación resignada de los designios gregarios de la mayoría, represión de todo lo que nos diferencia o singulariza.
Este libro ofrece, pues, una panorámica inteligente y bastante completa, a pesar de algunas ausencias significativas (la "condesa sangrienta" Erszébet Báthory, en especial, por ser un correlato femenino de Gilles de Rais), de los desarrollos históricos y las grandes figuras de la perversión. Desde el principio, Roudinesco, avezada discípula y biógrafa de Jacques Lacan e historiadora del psicoanálisis, establece las reglas del juego de su pesquisa psiquiátrica: trascender las categorías convencionales con objeto de entender la perversión desde una perspectiva tan abierta al análisis como beligerante contra la ideología represora. Partiendo, para marcar distancias respecto de otros discursos más conformistas, de un presupuesto de complicidad con la perversión sublimada del artista: “¿Qué haríamos sin Sade, Mishima, Jean Genet, Pasolini, Hitchcock y tantos otros, que nos legaron las obras más refinadas que quepa imaginar?”[ii].
Por este escenario conceptual diseñado como un catálogo de tipos excesivos desfilan todos los que han preferido “desviarse” de la normalidad para asumir otras posibilidades de vida: desde los flagelantes y su vocación virginal, los mártires masoquistas, las santas estigmatizadas, el asesino pedófilo Gilles de Rais y el fantasioso libertino Sade hasta los defensores contemporáneos de los derechos de los animales y la zoofilia, pasando por los aberrantes nazis y, en especial, los verdugos responsables de los campos de concentración donde se exterminaba a los representantes de la “alteridad” sexual, racial o mental. En este elenco infame, los terroristas y los pederastas personificarían el papel de enemigos radicales de la humanidad: el afán destructivo de unos, en nombre de valores vacuos que funcionan como pretextos de sus acciones criminales, y la impiedad sacrílega de los otros respecto del nuevo objeto de veneración de la clase media dominante (la infancia) acabarían suscitando en el imaginario colectivo la misma repugnancia y el mismo terror.
De todas formas, como señala Roudinesco, tampoco el sistema capitalista escaparía al dominio de la perversión. Y más en un período de grave crisis, que, como todo el mundo sabe, sólo sirve para disciplinar a la población y someterla aún más a los duros dictados de la economía imperante. En este aspecto, acierta Roudinesco al caracterizar como perversa a la sociedad contemporánea por su profiláctica voluntad de erradicar la perversión: “tal es en la actualidad la nueva utopía de las sociedades democráticas globalizadas…borrar el mal, el conflicto, el destino, la desmesura, en provecho de un ideal de gestión tranquila de la vida orgánica”. No se me ocurre mejor ejemplo de tal perversidad terapéutica que la práctica vigente en Estados Unidos y Canadá que convierte a los así llamados “desviados sexuales” en ratas de laboratorio, sometiéndolos, con su consentimiento, a toda clase de experimentos abyectos con el fin de reorientar su deseo y curar su “rareza”. “Cuando los diversos tratamientos se revelan ineficaces, los médicos del sexo preconizan la castración”, denuncia Roudinesco.
Frente a esta perversión institucional asociada a la ciencia y al mito médico de la curación, la perversión individual se revela como un subterfugio patológico para acrecentar el poder normalizador sobre la sociedad, como sucede con el terrorismo y, en general, la violencia. Ya Baudrillard en La transparencia del mal y Michel Foucault, que siempre bordeó el estudio de las perversiones, habían anunciado lo que Roudinesco confirma ahora con contundencia: “Una sociedad que profesa semejante culto a la transparencia, la vigilancia y la abolición de su parte maldita es una sociedad perversa”[iii].
[i] Élisabeth Roudinesco, Nuestro lado oscuro, Anagrama, 2009.
[ii] En consonancia con lo que Michel Foucault expresa en uno de sus textos de mayor actualidad (La vida de los hombres infames), lo que denomina una modificación sustancial de la “ética inmanente del discurso literario de Occidente”: “sus funciones ceremoniales se borrarán progresivamente; ya no tendrá por objeto manifestar de forma sensible el fulgor demasiado visible de la fuerza, de la gracia, del heroísmo, del poder sino ir a buscar lo que es más difícil captar, lo más oculto, lo que cuesta más trabajo decir y mostrar, en último término lo más prohibido y lo más escandaloso”. Y añade, para rematar este concepto: “Más que cualquier otra forma de lenguaje la literatura sigue siendo el discurso de la “infamia”, a ella le corresponde decir lo más indecible, lo peor, lo más secreto, lo más intolerable, lo desvergonzado”.
[iii] Si no nos tomamos en serio los avisos más graves de este excelente libro, viviremos en una sociedad donde al "perverso", como sucede en el Reino Unido desde 2007, se le identificará desde el vientre materno a través de estudios neurológicos y se le apartará del resto para evitar la contaminación o el contagio. Esto sí que debería preocupar seriamente a los defensores de la así llamada “vida”, esta exclusión del diferente, y no la práctica del aborto que, como sentencia Roudinesco con lucidez, no es ni una perversión ni una aberración de la conducta.
El perverso es nuestro reflejo en el espejo. Grandes atrocidades y desviaciones las hicieon personas corrientes, en terminología de Umberto Eco se les llamaría "integrados", en contraposición a los "apocalípticos". De ahí el temor de la masa.
ResponderEliminarAcabo de ver la adaptación cinematográfica de "Ensayo sobre la ceguera" de Saramago, Blindness en su título original, que el propio Saramago aprovó. En ésta, el director Fernando Meirelles nos muestra la perversión que todos llevamos en nuestro interior, incluso la del principal personaje "positivo" que interpreta Julianne Moore, que tembién tiene su lado oscuro.
Referido a tu última nota al pie, es lógico que la ciencia, la medicina, pase a ser la controladora de la perversión, pues como dices antes en el post "Pervertir es invertir, alterar o trastocar el orden establecido" y eso es lo que hizo la ciencia para abrirse paso en la historia.
Si no me equivoco, Enric, la tesis de Roudinesco sería que el arte y, sobre todo, la literatura son los focos principales de resistencia (precisamente por su conexión singular y paradójica con la perversión humana) frente al nuevo orden conformista que se va imponiendo sin que apenas (es un decir) lo percibamos.
ResponderEliminarLa ciencia, entendida en este sentido como aliada de la represión y el control pero también como representante de la curiosidad y la exploración de la realidad, es sólo una pequeña parte del problema...
leo tu entrada. puedo opinar y ahora no me apetece hacerlo. en cambio, me apetece decir que no me gustan los blogs de aquellas personas que no permiten hacer comentarios. muerte a la censura
ResponderEliminarPor mi parte, tengo una camiseta de El Planeta de los Simios en la que pone Planet of the Perverts en lugar de of the Apes (fue un regalo de alguien íntimo) y un texto que se titula "W.A.S.P. (We Are Sexual Perverts)".
ResponderEliminarPeriferia: no entiendo el sentido de tu comentario, en este blog no se censura, se controla sólo la emisión de opiniones conforme a un protocolo muy fácil de entender: quien confunde la libertad de expresión con la posibilidad de insultar, no será publicado; quien se aprovecha del anónimo para verter opiniones repugnantes, ataques ofensivos o insultantes al gestor del blog o a alguno de sus visitantes, no será publicado; quien no se identifica aunque sea sólo con un nickname, como haces tú, no será publicado; quien crea que la libertad consiste en libertad para emitir opiniones contaminantes, basura intelectual, actitudes agresivas u hostiles, insultos y demás demostraciones de falta de inteligencia, civismo o educación, no será publicado. En suma, un blog forma parte de una cultura y la cultura es diálogo y discusión civilizada no un pretexto para dar salida al resentimiento, la frustración, la animosidad o la violencia. Que vayan a un campo de fútbol, a un burdel o a la guerra, hay algunas en curso aún, a desfogar toda la mediocridad que les embaraza el alma y el cuerpo. A los demás, la mayoría, se les abren las puertas de este blog sin problemas. El derecho de admisión es un requisito mínimo, como en las mejores salas, discotecas o fiestas. No todo el mundo es presentable, lo siento. A ti te corresponde saber de qué lado estás. Elige con inteligencia...
ResponderEliminarTu camiseta es envidiable e ingeniosa, aunque no sé si en ciertas zonas de USA no te lincharían por llevarla puesta. Podrías incluso enfrentarte a la situación de tener que entablar una discusión semiótica para salvar el pellejo...
ResponderEliminarSí, lo de USA... Estuve "estudiando" un año en la américa profunda, de ahí en parte lo de W.A.S.P.
ResponderEliminarLa camiseta es londinense.
Perversos, los que no me devolvieron Los cantos y À rebours.
ResponderEliminarY más perverso el que borró y luego me devolvió el vídeo de Barfly.
Estética del mal, decadentismo, simbolismo, ..., la conexión con Kafka (por buscar su lugar en el puzzle), creo que es más Kubin que Rops: La otra parte.
Ahora, lo de Kubin más que perversión, es un cúmulo de calamidades.
Siempre me sorprende como el público admite imágenes pintadas que no soportaría fotografiadas.
Saludos.
Disculpa Juan Francisco. Tal vez fui un poco desmedido en la valoración. Siempre he sentido un poco de rechazo a que no se deje opinar libremente. Como te digo: Quizás exageré con mis palabras. Y estoy totalmente de acuerdo con que hay que rechazar el insulto y la contaminación. Yo también parto de esa premisa. Como dije antes: Pido disculpas.
ResponderEliminarDe vuelta y, como siempre, de cabeza a tu blog. El cabo de Gata sigue en su sitio, pero llenándose irremediablemente de turistas; los ayuntamientos conservadores batiéndose en desigual lid con los inofensivos pero nada ornamentales perroflauteros de siempre. No han cambiado, sin embargo, la belleza del arrecife de las Sirenas y mi fascinación por su inenarrable vida submarina. Me sigo sintiendo más cerca del pez que del primate.
ResponderEliminarUn amigo tuyo me corrobora que lo mío no es (aún) poesía; me lo temía. Así que vuelvo, bella y bronceada como nunca, al calor esférico del relato breve. Me acompaña la humildad del pez...
Voy a leer el post. Abrazos.