viernes, 19 de diciembre de 2014

EL CARNAVAL DE COOVER

            

Al fin se publica en español esta obra magistral. En pocos meses Robert Coover vuelve a la actualidad editorial. El mundo al revés, paradojas literarias aparte: la editorial pequeña (Pálido Fuego) publica la obra máxima de Coover (La hoguera pública) y el gran grupo (Galaxia Gutenberg) publica una obra menor, minucia o curiosidad artística (Ghost Town) en su impresionante bibliografía de novelas y relatos.
Y es que Robert Coover (1932) es uno de los grandes escritores norteamericanos del siglo XX y uno de los más peligrosos, como Céline o Bernhard, para los valores del orden establecido y la integridad de las ideas recibidas, los lugares comunes más extendidos y las instituciones dominantes. Uno de los narradores más versátiles y arriesgados también. Un ingenioso experimentador y explorador de formas y formatos narrativos. Junto con William Gass, Donald Barthelme, John Barth, Jack Hawkes y Thomas Pynchon, formó parte del núcleo duro del postmodernismo norteamericano, esa corriente que renovó el arsenal de la ficción literaria en los años sesenta y setenta recurriendo a nuevos referentes (la cultura pop, los cómics, el cine, la televisión, la publicidad, etc.) y a nuevas formas de organización narrativa más acordes con los tiempos. Ha sido, además, uno de los pioneros más productivos de la escritura electrónica y el hipertexto. A diferencia de Philip Roth, con quien compartió experiencia universitaria en los cincuenta y con quien su obra rivaliza en invención figurativa, ambición literaria y potencia corrosiva, a Coover, por fortuna para los que lo amamos desde hace años, nunca lo leerán los tontos ni los cursis ni, por supuesto, lo premiarán los mandamases culturales y demás comisarios de la literatura oficial. Una demostración gráfica de que la verdadera literatura, no el mediocre sucedáneo que acapara ventas, nunca es inofensiva.
La gran aportación de Coover consistiría en radicar su narrativa en el territorio de lo que Roland Barthes en los años cincuenta, en uno de sus análisis más lúcidos y perdurables sobre la cultura de la sociedad de consumo, llamó “mitologías”. En el caso de Coover estas mitologías más o menos profanas poseen una múltiple procedencia: el acervo narrativo tradicional (mitos, cuentos de hadas, fábulas, clásicos infantiles, con ejemplos supremos como Pinocchio in Venice (1992), libérrima reescritura rabelesiana del clásico moralizante de Collodi y La muerte en Venecia de Mann, la novella Zarzarrosa (Anagrama, 1998) y los relatos “Aesop´s Forest”, “La reina muerta”, y “Alice in the Time of the Jabberwock”, incluidos en A Child Again (2005), su último volumen de ficciones), las creencias religiosas y las supersticiones populares (su primera novela, The Origin of the Brunists (1966), o su auto sacramental burlesco “A Theological Position”), la propaganda política o la cultura de masas (el cine, el deporte, la televisión), etc. En este sentido, Coover es autor del primer relato donde la televisión tiene una influencia determinante en la configuración de la trama narrativa (“La canguro”, incluido en El hurgón mágico; Anagrama, 1998), de una novela borgiana sobre el béisbol como expresión ritual de valores patrióticos americanos (The Universal Baseball Association, 1968), de una colección de ficciones consagrada a la deconstrucción lúdica de la mitología cinéfila (Una sesión de cine; Anagrama, 1993), donde se incluye una hilarante parodia pornográfica de la película Casablanca (“Tócala otra vez, Sam”), de una novela felliniana sobre el porno como estado de frigidez de toda la cultura contemporánea del capitalismo mediático (The Adventures of Lucky Pierre, 2002) y, sobre todo, de una de las mayores novelas americanas del siglo pasado, The Public Burning (1977), donde Richard Nixon y el Tío Sam se disputan el protagonismo narrativo de una trama concebida como sátira enciclopédica de la paranoica América de los cincuenta. Y no me olvido, en su grandioso corpus narrativo, de dos sofisticadas joyas como Azotando a la doncella (Anagrama, 1985), un texto donde el talento combinatorio de Coover alcanza una intensidad alucinante, y La fiesta de Gerald (Anagrama, 1990), su segunda gran novela y la que él prefiere de todas las suyas, donde se manifiesta en plenitud orgiástica en el espacio doméstico y conyugal de una fiesta mundana otra de las fuerzas explosivas del genio cooveriano: la vitalidad rabelesiana del relato asociada a la exuberancia dionisíaca de los actos y las situaciones  (energía sarcástica que se expandiría en John´s Wife (1996) al coto sagrado de la América profunda revisada a la luz paródica de seriales televisivos como Peyton Place, Dallas o Falcon Crest).


[Robert Coover, La hoguera pública, Pálido Fuego, trad. José Luis Amores, 2014, págs. 637]

“La información es una cosa, el New York Times otra. Los datos no se asimilan en trance. La comunión es esencialmente táctil, no cognitiva, una confrontación de vida con vida…Hay secuencias pero no causas, contigüidades pero no conexiones…Diseño como juego. Aleatoriedad como diseño. Diseño que irónicamente revela aleatoriedad. Arbitrariedad como principio, lo que permite reírse de lo trágico. Como en los sueños, por una parte hay una impresionante cantidad de condensación, de elaboración por la otra. Se reprimen las relaciones lógicas, pero reaparecen mediante el desplazamiento”.

-La hoguera pública, pp. 232-233; esta cita describe a la perfección la info-estética que rige el programa novelesco ejecutado por Coover en el libro-

Si no se acuerdan del “caso Rosenberg” no es grave. Esta inmensa novela les recordará todos los detalles con realismo alucinado y humor escalofriante. Desde las primeras páginas, desde ese memorable prólogo (“La caza de la marmota”) que sienta las bases históricas del plan narrativo urdido por Coover y establece las reglas del juego carnavalesco, toda la información del caso fluye con exuberancia para que el lector pueda participar de la fiesta novelesca sin olvidarse de su ambiguo papel de testigo ocular y cómplice necesario.
            El juicio al matrimonio Rosenberg (Ethel y Julius) fue una farsa política organizada por el FBI de Hoover y el gobierno de Eisenhower y Nixon en los años cincuenta para aplacar en lo posible el pánico generado por la primera prueba nuclear soviética. Los Rosenberg fueron ejecutados en la silla eléctrica en 1953 acusados de proporcionar información a los rusos sobre la fabricación de la bomba atómica. Hasta ahí la historia oficial.
Consciente de las falacias patéticas de esta amañada versión de los hechos, Coover asume con ingenio el rol de cronista tramposo y gran manipulador de títeres y marionetas de Washington y sitúa en el centro de la trama a un Nixon transfigurado en narrador indeciso y falso director de escena de la fantástica ejecución o linchamiento de los Rosenberg en Times Square ante una audiencia multitudinaria integrada por una masa anónima y un nutrido elenco de figuras populares de la época (estrellas cinematográficas, deportistas famosos, cantantes célebres, políticos notorios, etc.).
El electrizante auto de fe escenificado en la plaza neoyorquina pretende producir la catarsis espectacular de la cultura americana en pugna mundial con el fantasma del comunismo. Pero Coover no es ese novelista ingenuo que toma el partido de las víctimas con lágrimas hipócritas en los ojos y arrugas de ternura en el corazón. El ciudadano Coover deplora lo sucedido, como es lógico, pero el novelista Coover transgrede el mandato ético de aquel y, explotando al límite los recursos de la ficción, somete la historia de su país a una revisión tan salvaje y cómica que es imposible refrenar las carcajadas mientras se festeja la agudeza de las críticas y las caricaturas. La parodia de mitos nacionales es corrosiva (como el Tío Sam travestido de superhéroe grotesco) y devastadora la sátira del ideario capitalista y la realidad cotidiana.
Esta novela de culto no pudo publicarse en 1977 por el temor de la editorial a la querella de Nixon. Fue un error legal: era improbable que el ex presidente Nixon, abochornado por el escándalo Watergate, tuviera moral para tales litigios. Esto hizo que la novela circulara como mercancía clandestina por las librerías de todo el país durante años, como atestigua mi ejemplar en inglés, una primera edición adquirida en 1994 en una pequeña librería de Venice (California).
Esta obra genial de Coover, al fin traducida al español con brío y brillantez por Amores, anticipó la problemática novelística del siglo veintiuno: cómo manejar la ingente información que es el nuevo fundamento de la realidad contemporánea, con qué categorías narrativas enfrentarse a las ficciones del poder y la cultura, cómo seducir al lector y arrastrarlo a las aventuras más audaces de la inteligencia y la imaginación sin claudicar ante las imposiciones del mercado, con qué estética dar cuenta de una sociedad que ha naturalizado la mitología del consumo, la publicidad y el espectáculo mediático, etc.
Este carnaval rabelesiano, con el romance entre Nixon y Ethel Rosenberg y la sodomización de Nixon por el Tío Sam como apoteosis hilarantes, acierta a desnudar con ironía implacable la gran impostura del sueño americano: la libertad individual aplastada bajo el peso mortal de los mitos comunitarios.

2 comentarios:

Ano. dijo...

Ahora resultará que los tontos no leen a Coover. Por supuesto sí a Roth. Frase que hace perder rigor a un buen, por lo demás, texto, más que nada porque los tontos y los menos tontos siguen (seguimos) modas, y cualquier autor es susceptible de ponerse de moda, como ha pasado con tantos así considerados grandes. Además que la tontuna de cada uno no tiene por qué tener relación con sus lecturas, capacidad intelectual, etc.

JUAN FRANCISCO FERRÉ dijo...

No hombre, no se enfade, el comentario es pura provocación intelectual: los tontos y los listos leemos a Roth, pero los tontos (no pienso dar nombres) y, sobre todo, los cursis (tampoco daré nombres, a veces se solapan las cualidades), no leen ni a Coover ni a Pynchon ni a Gaddis, santísima trinidad literaria sin la que es imposible entender lo que vino después en la literatura norteamericana (caso Wallace, tan celebrado, caso Danielevski, ídem, etc.). Nada más que eso, con su punta de encono para darle vida!!!