lunes, 26 de marzo de 2012

EL GRAN GADDIS (1)


William Gaddis (1922-1998) es, sin ninguna duda, el novelista norteamericano más influyente e importante de la segunda mitad del siglo XX. Sus cinco novelas abordan la influencia del capitalismo y el dinero en la sociedad moderna desde una perspectiva satírica no exenta de humor negro y un deslumbrante lirismo. Son narraciones oblicuas, elípticas, excesivas, plagadas de personajes grotescos y de diálogos y monólogos delirantes. Se trata de novelas, en suma, que no aspiran a la verdad, esa fábula consoladora, sino a alegorizar el sinsentido del mundo sin moralizar demasiado. Como novelista, Gaddis se sitúa más allá del bien y del mal, y sus libros buscan, como se dice aquí, “erosionar valores absolutos planteando preguntas sin ofrecer ninguna respuesta”.
Gótico carpintero (Carpenter´s Gothic; Sexto Piso, Madrid, 2012) es su tercera novela, publicada en 1985, y la única inédita en español. Es una novela al mismo tiempo filosófica, lírica y cómica, lo que produce un extraño efecto de lectura, como el artificioso estilo arquitectónico, citado en el título, en que está construida la casa donde ocurre toda la acción, como en una set-piece cinematográfica. La trama se organiza de modo obsesivo y recurrente en torno a esa casa y al carnavalesco cuarteto de personajes que la habitan o la visitan: Elisabeth Booth, pelirroja heredera de un magnate corrupto y suicida, aspirante a novelista y dotada de una perversa atracción de clase por los individuos inferiores como su marido Paul Booth, antiguo empleado de su padre y representante de un predicador fundamentalista; Billy Vorakers, hermano budista de Liz; y McCandless, el dueño de la casa alquilada por los Booth, un misterioso ex agente de la CIA que parecería salido de una pesadilla cómica de Hawthorne o Melville si no fuera un producto genuino de la factoría Gaddis.
Es admirable cómo puede contarse una historia tan compleja usando solo diálogos entrecortados y acotaciones mínimas y descripciones fulgurantes de la naturaleza, las acciones o las cosas. Una técnica que tiene mucho de la fuerza plástica de las imágenes cinematográficas y la elocuencia de los diálogos teatrales, pero es novela. El arte de la novela en su plenitud. William Gaddis fue uno de sus geniales practicantes en el siglo XX. El escritor que la literatura norteamericana necesitaba para superar la influencia de Faulkner.

EL GRAN GADDIS (2): ESOS INCOMPETENTES


Todos los años, en todas partes, los premios críticos a las mejores obras literarias suelen demostrar la tesis principal que sostiene Jack Green en este libro divertido e inteligente (¡Despidan a esos desgraciados!, Alpha Decay, Barcelona, 2012) como debería ser la crítica si no estuviera en manos de incompetentes. La tesis paradójica del libro podría resumirse así: para demostrar la ineptitud e incapacidad de lo que suele considerarse crítica profesional basta con enfrentarla a una obra maestra. Una “Moby Dyck” de la creación que la obligue a delatar su insuficiencia y mediocridad.
Tómese una obra maestra para comprobarlo: Los reconocimientos, de William Gaddis, publicada en 1955 en medio del más absoluto estupor de la crítica oficial. Esta novela mereció cincuenta y cinco reseñas, una casualidad numérica, de las cuales solo dos fueron “acertadas”, según Green, fan temprano del mamotreto de Gaddis (mil páginas torrenciales de un texto tan hermético como cómico), y el resto “chapuceras e incompetentes”. Este incisivo libro de Green, publicado en 1962 y reeditado después varias veces, es uno de los más rigurosos alegatos escritos en contra de la crítica convencional, es decir, aquella que tiende a celebrar por inercia la obra convencional, en sintonía con la medianía intelectual del crítico, y a despreciar o atacar con clichés la obra creativa e innovadora por su originalidad y rareza estéticas.
De todos modos, yo no sería tan duro con los críticos como Green. Es verdad que a Gaddis le hicieron mucho daño con su incomprensión. Pero también es verdad que el gran culpable de todo es Aristóteles, sí, el Papa del formalismo lógico y la demagogia estética. Ataquemos la raíz del problema. La literatura es una declaración de guerra al aparato lógico-simbólico de la cultura institucional. Ese aparato es aristotélico, esto es, lógico, político, ético y metafísico. La verdadera literatura es una corrosiva máquina de guerra contra este nocivo conglomerado de valores. Y los críticos, como representantes de la cultura establecida, sus defensores acérrimos. Así vamos.
No obstante, no deja de ser una deliciosa ironía y motivo de risa sarcástica que el mejor juicio crítico sobre la genial novela de Gaddis en aquellos años cincuenta apareciera en una novelita pulp de David Markson (autor años después de la espléndida La amante de Wittgenstein) titulada Epitaph for a Tramp, donde el narrador declara sobre Los reconocimientos: "quizá el libro más significativo de toda la literatura de ficción americana desde Moby Dick".

jueves, 15 de marzo de 2012

LA LLAMADA DE LOVECRAFT


Retransmitiendo en directo desde Providence, desde la atalaya planetaria de Prospect Terrace, desde las antenas cósmicas de College Hill, desde el telescopio galáctico del observatorio Ladd…

Había contemplado todo el horror que el universo contiene, e incluso los cielos de la primavera y las flores del verano fueron después veneno para mí.
H. P. Lovecraft

El 15 de marzo se cumplen 75 años de la muerte de Lovecraft (1890-1937) y la mejor manera de celebrar no su muerte sino la inmortalidad de su literatura es sumergirse en la lectura de este relato magistral, una de las joyas del género, en esta flamante traducción de Javier Calvo (La llamada de Cthulhu, Alpha Decay, 2012).
La de Lovecraft es una visión del mundo materialista y, por tanto, con tendencia a integrar conceptos científicos avanzados en sus tramas narrativas. En muchos de sus relatos, como en este sobre el oscuro culto a una divinidad extraterrestre llamada Cthulhu, el triunfo del monstruo indescriptible, la alianza espantosa con el mal o el caos de la materia viva aquejada de impredecibles mutaciones, parecería anunciar el momento en que todo el horror se disipa y solo queda un porvenir indefinible y totalmente radiante más allá de lo humano. Como señala Calvo en el espléndido prólogo: “En el texto ya aparece plenamente la idea central de la obra de madurez de Lovecraft, ese materialismo radical donde Dios ha muerto y el hombre ocupa un lugar marginal o deleznable en el Cosmos, efímero y condenado a la extinción y a la depredación por parte de otras formas de materia más avanzada”.
De ese modo, las fantasmagorías inhumanas de Lovecraft parodian el lenguaje puritano y extremista de las iglesias protestantes y subvierten sin pretenderlo el objetivo trascendente de su discurso al constatar el fracaso de toda empresa humana enfrentada al mal que excede las exiguas categorías morales con que se ha interpretado tradicionalmente el cosmos. No obstante, los terrores que Lovecraft escenifica superan ampliamente los límites de la resistencia racional ante lo desconocido y esto permitiría conectar al mitógrafo del horror de Providence con la mitología alternativa de Nietzsche o con la filosofía materialista y depravada de Sade.
En este sentido, las aprensiones sexuales y raciales de Lovecraft forman parte inevitable del mundo de fantasmas inconscientes al que se enfrentó con los únicos instrumentos con que contaba este norteamericano desgarbado y enfermizo, de imaginación calenturienta y pánico cerval a la realidad de la vida: el lenguaje heredado de sus ancestros, al que imprimió el registro inimitable de un estilo terminal, y las fábulas primordiales de una teogonía malvada solo apta para descreídos.

lunes, 5 de marzo de 2012

EL FAUNO APOCALÍPTICO


¡¿Arte para el pueblo?!: dejemos el eslogan para los nazis y comunistas: ocurre todo lo contrario: ¡el pueblo (¡cada cual!) es el que ha de tomarse la molestia de acceder al arte!
A. S., El brezal de Brand (p. 212)

Arno Schmidt (1914-1979) es, en mi opinión y en la de muchos buenos lectores del mundo entero, el gran escritor alemán de la segunda mitad del siglo XX. El más creativo, el más innovador, el más inventivo. No me olvido de Gunter Grass, ni de Uwe Johnson, ni tan siquiera de Sebald, tan de moda en ciertos círculos hoy y tan por debajo de Schmidt en todo. Celebremos la iniciativa de editar reunida por primera vez en español esta hermosa trilogía narrativa (Los hijos de Nobodaddy, DeBolsillo), de un pesimismo metafísico y de una exigencia literaria tonificantes en estos tiempos de cursilería biempensante y comercialismo a ultranza. [Corrigiendo levemente la cita de Schmidt, los tiempos cambian, hoy podría decirse lo siguiente: ¡¿Arte para el pueblo?!: dejemos el eslogan para los mercachifles y publicistas…]
Como tal, este tríptico magistral  responde a un gesto de extraordinaria inteligencia de Schmidt, quien viendo que entre 1950 y 1953 había escrito una novela filosófica de ambientación rural sobre la inmediata posguerra (El brezal de Brand), otra sobre un futuro apocalíptico tras el estallido de la tercera guerra mundial (Espejos negros) y otra más ambientada bajo el nazismo y la segunda guerra mundial (Momentos de la vida de un fauno), decidió reunirlas para conformar una unidad narrativa superior que abarcara, en la cronología de la ficción, casi tres décadas de la vida alemana, desde 1939 hasta 1962.
Podría considerarse Momentos de la vida de un fauno la pieza superior del volumen y una de las mejores de la vasta obra narrativa de Schmidt. Un retrato penetrante y sarcástico de un período tan siniestro como la era nazi donde se festeja el poder estético y moral de la literatura y la fuerza moral y la libertad del espíritu disidente (en cualquier época, de ahí su insobornable vigencia) como antídotos contra la maldad, la opresión y la barbarie de la historia. En El brezal de Brand, Schmidt narra una experiencia más cercana a lo autobiográfico: el retrato de la posguerra en la landa alemana es de un realismo tremendo, consiguiendo expresar con medios lingüísticos incomparables la pobreza y la escasez de recursos propia de la dura situación en contraste con la belleza y riqueza de la naturaleza. Espejos negros, por su parte, es la novela literalmente apocalíptica del tríptico, una ficción científica sobre el fin del mundo que podría ser una fantasía premonitoria del imaginativo narrador de El brezal de Brand generada por la paranoia y los terrores propios de la guerra fría.
Las tres narraciones comparten, además de la unidad estilística y la técnica narrativa fragmentaria, las marcadas señas de identidad de “lobo estepario” del autor en cada uno de los narradores y una misma visión problemática de las relaciones entre hombres y mujeres, asunto central de toda la narrativa de Schmidt. Como dice Julián Ríos en su espléndido prólogo: “Con Los hijos de Nobodaddy, además de un autorretrato, Arno Schmidt nos dejó el tríptico de una época y de un lugar de Alemania”.

PS: No deja de ser llamativo el hecho de que un autor canónico de la envergadura de Arno Schmidt se sintiera tan atraído desde sus comienzos, al igual que Jünger, por el poder satírico y fabulador de la ciencia ficción, quizá por la influencia seminal de fundadores como Swift y Voltaire, contraviniendo las esterilizadoras prevenciones de la literatura “seria”, aún imperantes en muchos sectores de la crítica y la enseñanza académica, contra cualquier clase de contaminación genérica (excepto si es policial o detectivesca, tradición santificada hasta la beatería más cerril por muchos incompetentes). Lo irónico, por otra parte, es que muchos especialistas en ciencia ficción, con su habitual estrechez de miras, se niegan a incluir novelas memorables como La república de los sabios, Espejos negros o Kaff en sus monografías endogámicas y listados de obras fieles a los profilácticos preceptos del género. Mundos incomunicados, sellados al vacío.