“Postmodernity, then, as an historical stage of capitalism which includes everything from the labor on the ground to the form of the thoughts and fantasies in people’s heads, constitutes a dominant ideological patterning system which forms a structural limit to all our superstructural as well as infrastructural realities. Even the representation of this immense totality –a globalization characterized on the one side by advanced information technologies and on the other by a population explosion in which all the repressed subjects on the globe are finding their voices and emerging as subjects in their own right- is necessarily always thematized or biased by an ideological standpoint: a Real which can never find its “objective” scientific knowledge but which must always be triangulated by the attempts of those who seek to represent it to include their own absolute epistemological and historical and class limits within their impossible representation.”
(Fredric Jameson, Valences of the Dialectic, pp. 362-363, Verso, NY, 2009)
Cada novelista que se tome en serio su tarea creativa debería hacer la prueba de leer esta reflexión de Jameson y saber, con respecto a ella, cuál es su posición personal, cuál es, en definitiva, su intelección del tiempo postmoderno (reconozca o no el uso de esta noción algo confusa), antes de seguir escribiendo sin entender del todo qué sentido tiene hacerlo en un mundo como éste. Por mi parte, Providence es mi respuesta más acabada al desafío de Jameson. Un “mapa cognitivo” de la globalidad, trazado con todas las limitaciones a las que se enfrenta un creador individual con su pequeña tecnología lingüística y narrativa.
Me divierte mucho, por todo ello, lo que se va publicando sobre Providence (entre otras cosas porque, como decía Derrida, ese aparente hors-texte forma parte del texto, colabora en la construcción metódica del “mapa cognitivo” que PVD aspira a ser). La obligación de un escritor, tras entregar su obra a los lectores, es dar que hablar. Bien o mal, pero dar que hablar. No hay otra. Con PVD voy cumpliendo esto con creces, como se puede ver en la selección cronológica de textos presentados, como una cuenta atrás, en las entradas anteriores (todos fueron publicados a lo largo de este mes de enero en diarios de gran tirada o en blogs literarios). De la intersección de todos ellos, como en una aplicación perversa de la parábola sufí del elefante y los ciegos, es posible extraer una imagen aproximada de lo que es y no es PVD.
En este sentido, no importa demasiado que algunos pretendan convertirme en un narrador clásico (ellos sabrán por qué quieren obliterar todo lo innovador y arriesgado que hay en la novela en pro de virtudes tradicionales que se podrían encontrar en cualquier best-seller culto o analfabeto, el género predilecto de la masa lectora), o en un pornógrafo neosadiano (sigue siendo un enigma para mí por qué algunas personas inteligentes se resisten a entender que la comedia sexual del presente, el porno nuestro de cada día, es uno de los fenómenos más estimulantes y atractivos a los que puede confrontarse un escritor absolutamente contemporáneo; nunca en la historia ha habido una situación tan desmadrada, tan fuera de normas, tan excesiva y dionisíaca, en suma, donde hasta qué sea sexual y qué sea sexo o sexos y cuáles sean éstos, sin citar a mi admirada Beatriz Preciado, está en proceso de búsqueda y redefinición), o en un corruptor literario y cultural de la peor especie (sí, lo reconozco, durante la escritura de PVD, gracias a su "escritura monstruosa", más bien, descubrí, y ya era hora, que la literatura y la cultura como tales, o al menos tal y como las entiende la buena sociedad literaria y cultural, garante de valores que me parecen moribundos, como un corsé o una camisa de fuerza, me importaban poco, muy poco o nada), o, el más problemático de todos, en el ganador virtual del Premio Herralde (en un país saturado de premios de novela nadie parece caer en la cuenta de que, más allá de otras consideraciones estéticas, mediáticas o sociológicas ligadas a las galas del poder, la cultura y los medios, la relación premio-difusión literaria es inversamente proporcional a la importancia social de la literatura, prueba incontestable de su fracaso).
Mientras tanto paso por otras experiencias gratificantes (no todas sexuales, desde luego). Como el contacto, a través del email o el blog o cualquier otro medio disponible, con otros lectores inteligentes, mucho más inteligentes que el escritor que ha creado el artefacto que ellos decodifican con tanto acierto (la función intelectiva del lector, como creía Borges y los estudios cognitivistas refrendan, es indudablemente superior a la del escritor).
Un lector tan bueno como Jordi Costa (que me descubrió que "Providence" es también el nombre de una isla en una serie de cómics de la Marvel, una isla artificial donde se reúnen los mejores cerebros del mundo para diseñar un futuro mejor para la humanidad), hoy mismo en El País: un laberinto procaz y culterano que reformula las mitologías populares con muy mala idea y descubre, detrás del Sueño Americano, el hedor mefítico de un mundo gótico y puritano con urgente necesidad de ventilación. Hija mutante de Pynchon y Foster Wallace, la novela parece obra de un matón intelectual con ganas de pelea (ideológica). O como Germán Sierra: Una novela compleja y muy inteligentemente construida, a la altura de los grandes clásicos posmodernos, y que dialoga con las principales tendencias narrativas de los últimos decenios. Escudriña la cultura norteamericana contemporánea “desde dentro y desde fuera”, por lo que merece ser considerada tanto una de las grandes novelas españolas recientes como una de las mejores novelas norteamericanas del año. O como Javier Moreno: Me acuerdo de Providence, de Juan Francisco Ferré, y de tener la impresión de que Juan Francisco le ha hecho algo a la literatura española, algo que todos estábamos deseando, que ha conseguido una especie de plusmarca nacional difícil de batir; y de que si yo fuera la literatura española invitaría a Juan Francisco a una copa de Bourbon y luego ya se vería. O como Pablo Muñoz (aka Alvy Singer), de nuevo: Contaban en el Times que los escritores de hoy ya NO TIENEN PELOTAS PARA EL SEXO (en un ensayo del pasado domingo). Providence, además, tiene las escenas de sexo más cojonudas (redundancia) e inquietantes del último panorama. O como Jesús García Blanca (merece la pena consultar cualquiera de sus blogs para entender lo que significa hoy mantener una actitud insurgente), quien tuvo la generosidad de enviarme un mensaje cada vez que concluía la lectura de uno de los tres niveles de PVD. El último es el más ingenioso: un email dirigido al deus ex machina de PVD (“Darth el Deconstructor”), donde juega con las categorías más lúdicas de la novela. Los reproduzco en serie numerada:
1.
Saludos, Juan Francisco.
Acabo de terminar el primer nivel de Providence.
Aunque leí algunas reseñas antes de empezar con ella, reconozco que no la compré por las flores que le echaban, ni tampoco por haberle gustado a Herralde. Lo hice porque Lovecraft está en la portada... y porque me fio mucho de mi intuición y olía ese aire especial que tienen las novelas con mayúsculas, esas en las que uno echa los restos.
Sé que estoy sólo en la antesala, pero me encanta tu ironía y la promesa que empapa estas primeras páginas de que nos aguarda algo grande, algo que no vamos a olvidar nunca...
2.
Nueva intromisión.
Tras esa genial vuelta de tuerca con que acaba el segundo, acabo de ingresar en el tercer nivel de tu, no sé si llamarla Hipernovela echando mano de algo que parezca estética ciberpunk, o retomar aquellas entrañables escenificaciones del "Boom" calificándola de Novela totalizante; en cualquier caso, como te adelanté, Novela con Mayúsculas, que es lo mismo que Expedición de Búsqueda, si no del tiempo perdido, quizá de algún pedazo de nuestro ser.
Más allá de las piruetas conceptuales de Jesús Andrés, más allá de las evidentes constataciones de Masoliver Ródenas y de los circunloquios multiculturales de Goytisolo, e incluso del hecho de compartir innumerables referentes cinematográfico-musicales-literarios, lo que me mantiene atado a su lectura es algo mucho más... llamémoslo primario: hacía mucho tiempo que una novela no me inquietaba: la organización del texto, esa mirada -tan de "Arrebato"- que obliga al lector a transformarse en voyeur pasado por el filtro de De Palma, el montaje -que deja caer los hilos de la narración y los retoma de modo aparentemente caótico-, la exacerbación de la ironía, el detalle aparentemente insignificante de que las "tomas" no sean correlativas, como sugiriendo textos invisibles, desarrollos alternativos, abandonos fantasmáticos...
El lenguaje está envenenado, las palabras podridas, el diálogo corrompido, ¿cómo escapar del bucle?...
Me siento tentado de contestar: escribiendo -porque escribir no es meramente utilizar el lenguaje, amontonar palabras, construir diálogos... escribir es alimentarse de todo eso para huir o para buscar ¿quién decide de qué lado miramos el asunto?
Quizá vuelva.
3.
Toma descartada, 9:
De: Mike Ryan
Para: Darth
CC: JFF.
Enviado el: 01/01/Año Uno
Asunto: Lo innombrable
El vacío.
Para nuestra desesperación, eso es lo que encontramos al finalizar una gran novela.
Pero, ¿puede decirse esto de una novela que no respeta las reglas del principio-desarrollo-final? ¿Puede uno en propiedad afirmar que ha terminado de leer una novela acribillada de trozos de vacío, de agujeros narrativos, de saltos y tomas repetidas y personajes perdidos y autorreferencias en espejo y caminos desechados o sugeridos y tiempo retorcido?
El viaje que usted propone, mi querido Darth –mi temido Darth-; el viaje que hicimos en un tiempo jamás recobrado; el viaje en que estamos inmersos ahora y para siempre; es el viaje al vacío porque nunca se llega a destino, un viaje sin motivo porque el motivo es el tiempo, una parada eterna debido a algún fallo en los dispositivos de una nave milenaria que debió saltar al hiperespacio y se quedó suspendida en ninguna parte, por capricho de una tecnología obsoleta o excesivamente complicada para la insana simplicidad de nuestros sueños.
¿Qué hay más allá de esa intemporalidad?
Algo que no tiene nombre pero que intuimos y que tratamos de tocar, de comunicar mediante la hiperescritura. Curiosa la mención –en este intercambio de mensajes electrónicos- de Calvino y Perec. No sólo por la sugestiva circunstancia de que la última toma de PVD ostente el número 99 y esa sea la cantidad de capítulos de La vida, instrucciones de uso, como una –dice Calvino- “fisura a lo inconcluso en un libro ultradeterminado”. Lo más sugestivo es el hecho de que la descripción que Calvino hace de su última propuesta para el milenio –la multiplicidad- parece corresponder a un retrato-robot de Providence: ¿no es Providence esa “novela como una gran red”, esa “máquina de multiplicar las narraciones” partiendo de iconos multisignificantes, una obra “concebida fuera del self”?
No me cabe duda de que JFF es un viajero hacia el vacío que nos ha legado una enorme propuesta para el milenio en curso plagada de “fisuras a lo inconcluso”, un explorador del abismo –que decía Vila Matas que dijo Kafka pero no lo dijo; aunque a efectos de escritura, ¿importa?
Aquí me detengo.
Pulso enviar y a continuación hago click en el icono Cthulhu.
POSTDATA: Hoy también, como mis maestros Calvino y Perec, me siento un Balzac. ¿Será que estoy mutando como otros colegas hacia zonas más neutras del espectro cultural? [La espléndida ilustración es de Pablo Genovés, Satélite, y los lectores con buena memoria o una biblioteca bien surtida recordarán que ya figuraba al frente de Mutantes.]