Nada me divierte más que perder ganando, o mejor: ganar perdiendo. Mi disgusto por la nueva película de Almodóvar, mi desconfianza en los criterios del jurado cannois y mi confianza (ya desacreditada) en los juicios de algunos amigos franceses, me hicieron creer que Cannes me desautorizaría premiando con su máximo galardón Los abrazos rotos, el nadir de la carrera de su autor. El fracaso de Almodóvar en un escenario que siempre le había sido propicio es estruendoso. Los defensores de la película deberían dar explicaciones y el propio Almodóvar tomar nota para el próximo proyecto. Si un mundo se acaba o entra en entropía creativa, se hace necesario buscarle dispositivos de disipación (estructuras disipativas, como las bautizó el científico Prigogine) con los que restituirle, si todavía es posible, la potencia de antaño. Aunque deseaba que el festival me diera la razón, nunca imaginé que lo haría de modo tan apabullante. Me he equivocado, en un sentido, y tenía toda la razón, en otro, como si la contradicción entre mi gusto y mis expectativas, por una vez, fuera productiva.
Así lo he sentido a lo largo de la retransmisión de la ceremonia de clausura que he visto en directo a través de la página web de Canal Plus Francia. Desde el principio, con la célebre subida de la abarrotada alfombra roja, al ver quiénes transitaban por ella entre fotógrafos y colegas y cámaras de televisión, ya se iba adivinando quién podía llevarse qué premio. Audiard, Haneke, Gainsbourgh, Waltz, Azéma y Dussollier, acompañando a Resnais, etc., desfilaban contentos y radiantes, resignados al acoso de los medios y el público a cambio de la recompensa prometida por una llamada telefónica oportuna que los había hecho regresar a La Croissette. Las ausencias más notorias (Almodóvar, Coixet, Campion, Lee, Tsai, Noé, To, etc.) delataban sin escándalo los dramas o melodramas que se estaban escenificando al mismo tiempo en otras estancias quizá no tan lejanas.
[De todas las películas no premiadas de la selección oficial las que más interés me suscitan, por muy diversas razones, son Enter The Void, de Gaspar Noé, y Visage, de Tsai Ming Liang (ver ilustración, con la angelical Laetitia Casta en plan Carmen Miranda).]
Por otra parte, nada que objetar al palmarés. Una celebración incondicional del cine europeo con algún que otro "brillante" socio asiático (la sorpresa del premio a la mejor dirección al filipino Brillante Mendoza tardará en ser digerida en algunas cancillerías, aunque en mi último post ya destacaba el extraordinario momento de este cine oriental que no se parece a ningún otro asiático, quizá con la excepción del tailandés Weerasethakul). Michael Haneke es uno de los grandes directores europeos del momento y, desde La pianista al menos, merecía esta Palma de Oro. He visto todas sus admirables películas, incluida la adaptación literal de El castillo, y nada me alegra más que ver a un director de sus difíciles características alzarse con un premio internacional de la envergadura de éste por una película nada complaciente como El lazo blanco (éste es, al parecer, el título con que Golem piensa distribuirla en España). Como presidenta, Huppert ha mediado, sin duda, pero no ha necesitado forzar en exceso la maquinaria del jurado para salirse con la suya. No había muchas competidoras de ese calibre cerebral (ya sabemos qué excita a Huppert, desde siempre).
Quizá no haya pasado lo mismo con su veto a la película de Tarantino, donde es conocido que no quiso figurar (rechazó la oferta tras leer el guión de Inglorious Basterds). A pesar de las aseveraciones de Tarantino durante la rueda de prensa de que no había acritud entre ellos, el primer plano de Huppert esta tarde, en el momento en que Christoph Waltz, al recibir su premio, agradecía a QT la inspiración para interpretar su papel de nazi y el gran auditorio estallaba en una salva de aplausos dedicada al director americano, lo expresaba todo sin disimulo, con el rostro desencajado de una diva contrariada: la acritud y el rechazo, la seriedad y el disgusto, la desaprobación absoluta, en suma, de una actriz poderosa hacia un director y un proyecto que desearía ver deshacerse en el aire sin dejar huella, haciendo honor a su despectivo título (¿por qué no distribuirla aquí, en honor a Huppert, como Jodidos cabrones?). El premio a su venerado Haneke (autor, no por casualidad, de ese panfleto antitarantiniano llamado en su doble versión, austriaca y americana, Funny Games) era también una sonora bofetada a Tarantino. Una patada transnacional en la entrepierna de QT, así como el premio a Walz lo era también en la de Brad Pitt: una incursión hostil en los dominios íntimos reservados, entre otras, a Angelina Jolie.
Al revés de Huppert, una severa jansenista, mala discípula moral de Haneke y también, ay, de Pialat, como espectador que admira sobre todo el talento, no veo ninguna incompatibilidad real entre el cine de Haneke y el de Tarantino. Es más, como el Borges del relato Los teólogos, pienso que "en el reino de los cielos" los dos directores (el transgresor y el explotador, el abyecto y el funambulista, el comediante y el santo, el provocador y el bufón, el artista y el moralista, el canalla y el seminarista, el estilista y el estilita, el austero y el derrochador, el puritano y el consumista, el aborrecedor y el aborrecido, el juerguista y el hermano marista) forman una sola y misma persona "para la insondable divinidad".
Con todo, el momento de la noche, un auténtico bucle mediático, ha sido el de Jacques Audiard, director galardonado con el Gran Premio del Jurado. Al agradecer el apoyo a todas las televisiones que han producido su película (Un profeta), sin poder evitarlo, ha rendido un tributo nada ambiguo al amo. El gran amo del negocio audiovisual en Francia: Canal Plus, el mismo que retransmitía en directo la ceremonia de clausura, sin el que películas tan duras o viscerales y tan minoritarias como la suya no podrían ni siquiera concebirse. En este mundo como en otros, lo fundamental sigue siendo, sin duda, saber quién manda. Y hacérselo saber a los demás. Por todos los medios. Aleluya. Así pasamos, sin solución de continuidad, de la patada de Huppert a la mamada de Audiard. Estos franceses. Y luego dicen algunos tontos que su cine es aburrido...